COLUMNA INVITADA

Canonización y Silencio: La Política Mexicana con sus Héroes

A la política mexicana le encantan sus personajes históricos, mejor dicho, sus héroes

OPINIÓN

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Ignacio Anaya Minjarez / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

A la política mexicana le encantan sus personajes históricos, mejor dicho, sus héroes. Los adora y los coloca en un gran pedestal, los materializa en monumentos y escribe sus nombres en las calles. Sin embargo, prefiere que estos héroes estén muertos y silenciados, incapaces de volverse una molestia o una incomodidad para el poder. Es decir, se celebra su accionar pasado, su forma de enfrentar los poderes establecidos y, cabe mencionar, se inculcan anacrónicamente ciertos valores en la ciudadanía a partir de estas figuras. 

Un ejercicio interesante sería imaginar a estas personas enfrentándose a las problemáticas actuales. Es cierto que es una cuestión muy anacrónica; asimismo, también lo es la celebración y glorificación de estos personajes. No son maestros ni modelos a seguir, es algo pedagógico de lo que los gobiernos mexicanos no se han podido separar hasta la fecha.

Hace unos días, se llevó a cabo la conmemoración del revolucionario Emiliano Zapata en su 105 aniversario luctuoso. Desde el gobierno federal, el presidente Andrés Manuel López Obrador encabezó una ceremonia en Palacio Nacional, a la que también asistió el jefe de gobierno de la Ciudad de México, Martí Batres.

El mandatario capitalino destacó a Zapata como defensor del pueblo y de las comunidades indígenas, aprovechando el momento para vincular a la Cuarta Transformación con el zapatismo, estrategia que refuerza la legitimidad histórica del partido. Sin embargo, la muerte de Zapata marcó el fin de un sujeto que resultaba molesto para el gobierno de Venustiano Carranza.

Todos saben que Zapata fue asesinado por órdenes del máximo mandatario. Su muerte trajo un alivio para Carranza. Evidentemente, ningún gobierno desea celebrar la capacidad de una persona y sus ideas para incomodar. Zapata incomodó a los gobiernos, no solo a un dictador. Por ello, se celebra al personaje muerto, a lo que representó, pero esa representación debe estar mediada y filtrada, pues de lo contrario resultaría peligrosa contra el poder.

La clase política mexicana prefiere a sus héroes en el pasado, donde pueden moldearlos a su conveniencia y utilizarlos para su conveniencia. No obstante, es probable que un Zapata en el siglo XXI fuera visto como un radical, un subversivo, alguien que pone en riesgo la estabilidad del sistema. Los poderes buscarían silenciarlo, desprestigiarlo o cooptarlo, porque un luchador vivo, que cuestiona y desafía, es mucho más peligroso que uno muerto y convertido en estatua.

POR IGNACIO ANAYA

COLABORADOR

@Ignaciominj

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