COLUMNA INVITADA

El estado de ánimo como factor de la política exterior

Los más connotados filósofos políticos le conceden a la prudencia (“phrónesis”: sabiduría práctica)

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Los más connotados filósofos políticos le conceden a la prudencia (“phrónesis”: sabiduría práctica) un sitial de privilegio en el ejercicio del poder y en la aplicación de las leyes.

Aristóteles y Platón, Maquiavelo, Hobbes y Montesquieu aun manteniendo diferencias de fondo entre sí, coinciden en asumir que el reconocimiento del otro en calidad de interlocutor y no de adversario y menos de enemigo, deviene un imperativo si privilegiamos el acuerdo, la negociación y el respeto de quienes son actores igualmente soberanos y autónomos.

Y si esta virtud resulta preponderante en el ámbito doméstico de las naciones, lo es todavía más en las relaciones entre Estados. Como siempre, a nivel de la teoría todo funciona, pero en la realidad social las cosas son más complejas, estando sometidas a presiones ideológicas, económicas y/o estratégicas de seguridad.

Si le añadimos que el activismo incontinente de los líderes-mandatarios es más la regla que la excepción, ya nos podremos imaginar el equilibrio inestable que caracteriza cada vez más a la convivencia diplomática.

Nuestro país ha ido debilitando progresivamente su presencia en los debates y los temas de la agenda mundial contemporánea. Nos guía un nacionalismo ramplón, cada vez menos dispuesto a cumplir los tratados que ha suscrito la autoridad competente, de manera legal y hasta legítima, aunque nos disgusten sus alcances e implicaciones.

No se nos olvide: “Pacta Sunt Servanda”: Hay que respetar los acuerdos.

A golpes de timón que remiten a una condición ciclotímica, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha generado crisis y desencuentros con los gobiernos de Perú y Argentina, más ahora Ecuador en un nivel inaceptable de escalamiento de la sinrazón.

En la “Ética a Nicómaco” Aristóteles concibe la phrónesis como la virtud del pensamiento moral que analiza todo hecho, no para juzgarlo, sino para entenderlo. La prudencia genera siempre una distancia salvífica, pues evita la simplificación y el desbordamiento de las pasiones, casi siempre expresiones del interés subjetivo.

Nuestro Ejecutivo federal se conduce cual si encabezase el Tribunal Criminal Extraordinario desde la bancada (izquierda) de los jacobinos, conocidos como montañeses, en la Asamblea Nacional durante el terror de la Revolución francesa. Quien siembra vientos heredará tempestades.

Lo incomprensible de su conducta es que desafía y desconoce que el 11 de mayo de 1988 el Diario Oficial de la Federación publicó el “Decreto”que elevó a rango constitucional los preceptos rectores de nuestra inserción en el mundo, quedando el Artículo 89 en el texto agregado: “Las facultades y obligaciones del Presidente son las siguientes: ... X.- Dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales, sometiéndolos a la aprobación del Senado.

En la conducción de tal política, el titular del Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; y la lucha por la paz y la seguridad internacionales”.

El ya menguado prestigio de nuestra Cancillería ha desaparecido por completo, somos una pálida sombra de aquella diplomacia ejemplar defendida por Lucas Alamán, Manuel Eduardo de Gorostiza, Simón Tadeo Ortiz de Ayala, Matías Romero, Ignacio Mariscal, Genaro Estrada, Gilberto Bosques, Isidro Fabela, Rafael de la Colina, entre otros. “La virtud se cansa de merecer y esperar”: Diego Saavedra Fajardo (1640).

POR LUIS IGNACIO SÁINZ

COLABORADOR

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