UNA CHAIRA EN EL HERALDO

Comida Corrida a 11 pesitos

Yo sé, que por más argumentos que exhiba la 4T ante los conservadores, éstos seguirán negándose

OPINIÓN

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Fernanda Tapia / Una Chaira en El Heraldo / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Yo sé, que por más argumentos que exhiba la 4T ante los conservadores, éstos seguirán negándose siquiera a estudiar esas 18 reformas y dos leyes propuestas por mi Jaguar de Macuspana y que tienen una profunda visión humanista.  Como eso sería literalmente navegar en desierto, mejor les platico de los primeros 15 años de los “comedores populares” en la Ciudad de México. 

Un evento presidido por el jefe de Gobierno, Martí Batres, que hubiese merecido chambelanes y hasta pastel. Antes de que se instituyeran como un servicio del gobierno para su población, existieron proyectos de comedores comunitarios emergidos del pueblo y para el pueblo. Porque es bien sabido (y por supuesto que lo aplaudo), algunas empresas, organizaciones y hasta grandes marcas, han dado ese servicio en todo el mundo a lo largo de la historia. Sin embargo, el caso que les menciono es uno muy peculiar surgido en el Pedregal de Carrasco. 

Hasta allá llegaron venidos a menos tras devaluaciones, errores de diciembre y catarritos en la economía... Elizabeth Tapia y su familia. Les pareció que habían caído en una zona de guerra con muchas necesidades, pero eso no impidió que los chamacos agarraran las bicicletas y salieran a pasear por esas pedregosas calles no pavimentadas.

Después de unos minutos regresaron a pié llorando y le explicaron a su mamá que “habían sido asaltados”. Unos jovencitos casi de la misma edad que ellos les habían arrebatado, a punta de navaja, las bicicletas. No sé ustedes, pero la lógica a mí me indicaría que a partir de ese momento o cerraba la puerta de casa con tres candados o de plano se cambiaban de colonia. 

Pese a todo, Elizabeth supo que tenía que hacer lo contrario. Abrió las puertas de lo que aparentemente era un patio, sacó su mesa del comedor, bajó unas cuantas sillas y al siguiente día estaba cocinando ollas de  arroz y frijoles. Se le unieron algunas vecinas y comenzaron a dar de comer sobre todo a esas juventudes en conflicto con la autoridad que muchas veces llevaban días sin pisar su casa o llevarse alimento a la boca. Allí no se les juzgaba. Adoptó el nombre de la Casa de la Luna y poco después se convirtió en un comedor comunitario (hoy arropado por la política de Bienestar)

Durante la pandemia me tocó visitar con las cámaras de Heraldo TV y Puro Barrio un comedor comunitario privado atendido por voluntarios y religiosos, en la plaza de La Conchita, en el centro histórico. 

No sólo les daban comida a personas en situación de calle, drogadictos, personas con discapacidad y chicos neurodiversos, sino que llegué a entrevistar a varios profesionistas que habiendo perdido el trabajo, estaban formados de traje y corbata con el hijo o hija que les tocaba cuidar ese fin de semana y no tenían para llevarlos a comer a un restaurante. Un aplauso a estas acciones. Quien no le vea sentido, no se preocupe, yo creo en la reencarnación y probablemente tengan una oportunidad más para evolucionar.

POR: FERNANDA TAPIA

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@TAPIAFERNANDA

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