COLUMNA INVITADA

Las revoluciones cambian el mundo. Y también el periodismo ético, al revés, no

Un país mal informado no puede tomar decisiones acertadas

OPINIÓN

·
Diego Latorre / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

El repaso de la historia es tan útil y gracioso que nos confirma, una y otra vez que, como en la moda, en el baúl del acontecer, el periodismo es muchas veces cómplice del dinero y no de la verdad, salvo por honrosísimas excepciones. 

Desde el enfrentamiento entre William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, cuyas mentiras incendiaron la arena política y la confrontación entre España y Estados Unidos, resultando en la caída al mar de Puerto Rico, Filipinas y la independencia de Cuba, hasta nuestros días, con el genocidio en Gaza o la guerra en Ucrania, la verdad es lo menos importante cuando la mano del imperio mueve la cuna.

El 15 de febrero de 1913, en la conflagración que hoy se conoce como la Decena Trágica, The New York Times editorializó su apoyo (y del Tío SAM, obvio), a Francisco León de la Barra, porfirista y cómplice del embajador Wilson y Victoriano Huerta, con el siguiente: “Madero era incompetente para su cargo, un hombre débil e insensible, incapaz de gobernar… México necesita un Porfirio Díaz”; con el detalle que este editorial, además de ruin, se publicó con Madero y Pino Suarez en el cargo y aún con vida. Who fucking cares?

¿Está bien que los periodistas mientan? La desinformación está por todos lados y la confianza en los medios en picada, esto en razón de su complacencia por no distinguir los hechos de la ficción, pero peor aún, ¿qué sucede cuando medios no amarillistas sino de prestigio renuncian al rigor, o cuando faltan a la ética profesional y defienden una agenda política? ¿Qué pasa cuando se oculta una noticia o se tergiversa existiendo datos relevantes o cuando se publica una portada canalla para ajustar cuentas?

Si los medios mienten o manipulan la verdad o los “silencios”, entonces la gente buscará la fuente que reafirmen lo que cree de antemano, se atizará la polarización, se descalificarán otras opiniones distintas; crecerá la suspicacia y aumentará la fragmentación.

Los periodistas saben que, en los “hechos verdaderos” existen espacios para el silencio que no necesariamente hacen que esa información sea veraz (que es, al fin y al cabo, la esencia ética en que debiera descansar el periodismo que trabaja con los elementos de la realidad), mismos que, a su vez, cuando pasan por el tamiz del lenguaje, también se condicionan, hasta llegar al lector de una manera tal que, no siempre esa información, por más cierta que parezca, lo es. Un país mal informado no puede tomar decisiones acertadas. 

Si medios influyentes defienden sin pudor una agenda política y renuncian a la imparcialidad, atentan contra sí mismos, porque pierden credibilidad, afectan negativamente su imagen, y fallan en su labor protectora de la “democracia” (ojo, marchantes rosas).

En fin, como dijo Nietzsche, “no me aterra que me hayas mentido, sino que ya no pueda creerte”.

POR: DIEGO LATORRE LÓPEZ

@DIEGOLGPN

EEZ