POLÍTICA Y DIPLOMACIA SOSTENIBLE

Oppenheimer, Báez y los desarmadores mexicanos

Durante algún tiempo, Oppenheimer cabildeó a favor del control internacional de las armas nucleares, para evitar una carrera armamentista con la Unión Soviética

OPINIÓN

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Miguel Ruiz Cabañas / Política y Diplomacia Sostenible / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La película “Oppenheimer” muestra las dudas existenciales que durante algún tiempo se apoderaron del brillante científico neoyorkino, y principal desarrollador de la bomba atómica, J. Robert Oppenheimer. Quizá traumatizado por el brutal poder destructor que su portentosa mente había ayudado a desatar, después de los ataques nucleares a Horoshima y Nagasaki, el director del proyecto Manhattan quería que éste se cerrara y que Estados Unidos se olvidara de su creación. 

Durante algún tiempo, Oppenheimer cabildeó a favor del control internacional de las armas nucleares, para evitar una carrera armamentista con la Unión Soviética.  También se opuso al desarrollo de la bomba de hidrógeno. Ingenuo. Él había colaborado para liberar al genio de la lámpara. Imposible volver a aprisionarlo. Sus posiciones le acarrearon muchos enemigos en la era del macartismo en Estados Unidos, que acabarían acusándolo de ser un espía de la URSS, con lo que perdió todo acceso a información sobre la seguridad de su país. 

Menos conocida es la biografía de un brillante científico de origen mexicano, nacido en Puebla, en 1912, Alberto Báez, uno de los inventores del microscopio de rayos X. Ese invento de 1948 hizo posible que, por primera vez en la historia, los investigadores pudieran obserrvar el funcionamiento de células vivas de los seres humanos,  lo que revolucionó  la investigación médica. Desde entonces, millones de personas han salvado la vida, o se han librado de enfermedades incurables, gracias a los avances que alcanzó la medicina en diversos campos basados en el microscopio de rayos X.

Alberto Báez llegó a Estados Unidos a los dos años, cuando sus padres migraron a ese país en 1914. Como tantas otras miles de familias mexicanas de aquella época, los Báez huyeron de la violencia, destrucción y sufrimiento humano que causaba la revolución mexicana. Quizá fue el recuerdo de esa circunstancia, que hizo que de adulto Báez decidiera ser un pacifista, negándose a seguir a muchos de sus colegas físicos que trabajaban en el proyecto Manhattan, o para la industria armamentista durante la guerra fría. Báez dedicó sus esfuerzos a favor de la paz, la educación y la vida. Fue profesor de varias universidades estadounidenses, incluyendo el Tecnológico de Massachussets. Era un auténtico humanista, y colaboró con la UNESCO durante muchos años. A diferencia de Oppenheimer, Báez nunca tuvo dudas sobre sus convicciones.  Evitó contradicciones. Siempre fue crítico de las armas nucleares. 

De tal palo, tal astilla. Alberto fue el padre de Joan Báez, la famosa activista y cantante mexicoamericana, que se dio a conocer en los años sesenta del siglo pasado en el movimiento a favor de los derechos civiles encabezado por Martin Luther King, y el movimiento contrario a la guerra de Vietnam.

Hace unos días, el pasado 14 de febrero, día del amor y la amistad, se conmemoró el 57 aniversario del Tratado de Tlatelolco, negociado y aprobado en la sede de la Cancillería mexicana en la torre que ésta ocupó entre 1966 y 2006. Ese Tratado, producto de la perseverencia de otro destacado mexicano, el Embajador Alfonso García Robles, convirtió a América Latina y el Caribe en la primera zona del mundo, intensamente poblada, en un área libre de armas nucleares. Desde 1967, otras cuatro áreas geográficas del planeta han proscrito las armas nuecleares de sus territorios. Por ese genio creativo, García Robles fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1982. 

La cruzada a favor de la abolición completa de las armas nucleares es una de las mejores causas de la humanidad. Durante décadas ha sido una de las principales banderas de la diplomacia mexicana. Siguiendo el ejemplo de García Robles, varias generaciones de diplomáticos mexicanos han dedicado grandes esfuerzos a la lucha para librar al mundo de las armas nucleares. 

La firme posición mexicana contra esas armas, y otras de destrucción masiva, no es una posición partidista, o de una élite diplomática. Es un consenso nacional que incluye a todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso. Desde que las armas nucleares hicieron su aparición en 1945, ha sido sostenida por todos los gobiernos del país. Es una posición que honra a México, aunque en algunas ocasiones ha sido motivo de desencuentros momentáneos con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, todos ellos poseedores de armas nucleares -China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia- y con otras naciones, como Corea del Norte, la India y Pakistán, que también las poseen. 

Pero nunca nadie ha acusado a la diplomacia mexicana de incomngruencia o inconsistencia en su posición contraria a las armas nucleares.  México se ha opuesto al desarrollo y emplazamiento de todas las armas nucleares, a la realización de nuevos ensayos nucleares, y al desarrollo de nuevos misiles para lanzarlas, de cualquier país, sin excepciones. Siempre ha sostenido que todas las armas nuecleares deben ser eliminadas.

En la nueva era de competencia hegemónica en la que el mundo se está adentrando, se percibe el inicio de una nueva carrera armamentista nuclear. México debe oponerse con la misma convicción con la que lo ha hecho siempre.

POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS, ES DIPLOMÁTICO DE CARRERA Y PROFESOR EN EL TEC DE MONTERREY
@MIGUELRCABANAS
MIGUEL.RUIZCABANAS@TEC.MX

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