La historia de la Ciudad de México es inseparable de su relación con el agua. Desde la fundación mítica de Tenochtitlán, la metrópoli mexica erigida sobre un lago, esta dependencia ha sido tanto de beneficio como de desafío para sus habitantes. Los lagos y canales que alguna vez definieron el paisaje de la ciudad, plasmado en una gran variedad de obras de arte, proveían sustento a la par de ser una amenaza constante debido a las inundaciones en temporadas de lluvias que han caracterizado ala región durante siglos.
El agua es vital para el desarrollo de toda civilización y sociedad, lo que implica la necesidad de saber aprovecharla adecuadamente. Los ingeniosos sistemas de chinampas, por ejemplo, eran prueba de esta interesante relación con el entorno lacustre que todavía se puede apreciar en algunas zonas de la capital.
Sin embargo, los lagos también comenzaron a causar sus estragos en la capital. La necesidad de controlar las inundaciones llevó a la desecación progresiva de los cuerpos de agua, esto fue una constante durante el virreinato. Más adelante, a medida que terminaba el siglo diecinueve y comenzaba el veinte, la Ciudad de México continuó expandiéndose, sellando el destino de sus canales y reduciendo sus zonas lacustres. Lo que una vez fue un vasto sistema de lagos se transformó en tierra para el desarrollo urbano, uno de los grandes proyectos de la modernidad.
El siglo veintiuno, nuestra actualidad, trajo consigo una paradoja hidrológica: una ciudad que nació de los lagos ahora enfrenta una crisis por su escasez. La sobreexplotación de este recurso natural, el crecimiento poblacional descontrolado y la falta de políticas de gestión sostenible del agua han exacerbado el problema. Una especie de ironía … se podría decir.
La Ciudad de México se encuentra en una situación crítica, la escasez parece avecinarse en zonas que todavía no la han presenciado y para las que ya, el entorno solo seguirá empeorando. De la abundancia hasta la inminencia de una crisis hídrica, tantos siglos, nada es duradero, esa es la realidad.
Se habla de un “Día cero”, un escenario en el que suministros de agua no puedan abastecer a toda la población del Valle de México. En otros tiempos esto sonaría apocalíptico, pero la sociedad está tan acostumbrada a las malas noticias que prefiere dejarlo ser hasta que se vea afectada directamente. Eso sí, el apocalipsis no llegará por un gran diluvio, sino por el constante deseo de que suceda.
POR IGNACIO ANAYA
COLABORADOR
@Ignaciominj
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