LA NUEVA ANORMALIDAD

El misterio de la mujer de blanco

El primer discurso de Claudia Sheinbaum como presidenta es como su arreglo personal para la ocasión: con aciertos y desconciertos. ¿La confección? Al tiempo.

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El blanco fue un acierto. Blanco, no guinda. Falda, no pantalón. Vestido, no traje sastre. Mexicano, no folclórico. La creación de Claudia Vásquez Aquino acusó una estética moderna de líneas depuradas –el paño sencillo, el cuello redondo, la cintura marcada, la falda circular de vuelo discreto habrían podido ser los de un Givenchy de los 50– pero también orgullo identitario en los bordados oaxaqueños, grandes en un costado, pequeños en ambos puños. No la bandera de una militante. No el pantsuit de una girlboss. Neutro y elegante, el vestido blanco comunicó a un tiempo modernidad, respeto a la tradición, feminidad cómoda, talante republicano. Fue un triunfo semiológico.

El peinado estuvo menos bien: chongo estricto, al frente comunicaba elegancia solemne pero atrás –varias tomas en la tribuna fueron inclementes– factura a la carrera, torpe y desaliñada, con cabellos de distinto largo apuntando desde la nuca en toda dirección.

El discurso se pareció más al peinado que al vestido, si bien compartió elementos con ambos. Su primera parte –una loa hiperbólica al presidente saliente– fue desmelenada: no las palabras de una feminista ni de una demócrata sino las de una militante que reconoce no logros de política pública sino la articulación de una narrativa. Arenga, encontró eco en una mayoría parlamentaria presta a la consigna reciclada: es un honor estar con Obrador siempre, con Claudia hoy. No ayudó que, en su alocución, la flamante jefa de Estado se refiriera a su antecesor no como “el presidente López Obrador” –cortesía a un ex mandatario: así el presidente Fox, el presidente Obama, el presidente Zapatero– sino como “el Presidente” a secas, que es como se nombra a quien sigue en funciones. Por fortuna, al final rectificó: añadió los apellidos.

La segunda parte –una revisión de la historia patria y sus héroes de siempre– quedó como el frente del peinado: correcta, aburrida.

La tercera concitó en mí tanto entusiasmo (por momentos) y tanto interés (siempre) como el vestido. Celebré el tono sin estridencias ni sarcasmos. Lamenté la reivindicación de la reforma judicial y del Tren Maya aun si previsibles; más me preocupó la de la adscripción de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa, de la que la presidenta dijo que no equivale a una militarización pero no ofreció un solo argumento para apuntalar su dicho. Gratas sorpresas fueron el compromiso al parecer sólido –y bien articulado– con las energías renovables, el anuncio claro de un tope a la producción petrolera, la puesta en valor de la ciencia y la innovación; no es poco, y equivale a una auténtica ruptura con los valores del obradorismo.

Científica y dogmática, administradora y militante, nostálgica e innovadora, la mujer de blanco es todavía un misterio para todos. Acaso también para sí misma.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

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