COLUMNA INVITADA

Los cuatro López

López Obrador instrumentó la famosa entrevista a primera hora, “la mañanera”, con un estilo jactancioso, suponiendo que se ganaría a la opinión pública buscando al enemigo culpable de todo mal

OPINIÓN

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David Martín del Campo / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Heraldo de México

La heráldica señala que hubo un Lope primigenio, allá en los albores del idioma. Igual que un Gonzalo procreó a los González, un Hernán a los Hernández. Estos cuatro López descienden de aquel tatarabuelo campeando por algún andurrial. López de Santana, López Mateos, López Portillo y López Obrador.

         Así como Los tres García inmortalizados por Ismael Rodríguez en el cine, estos López hicieron igualmente de las suyas, una vez aposentados de la silla presidencial. Al igual que aquellos tres (Pedro Infante, Abel Salazar, Víctor Mendoza), estos cuatro pendencieros trajeron, a ratos, de cabeza a nuestra querida patria. Pero vayamos por orden alfabético:

         Adolfo López Mateos es famoso por su legado inmaterial. Dueño de una elocuencia seductora, Adolfo cargó, como otros, sus propios complejos. Su infancia fue una enmarañada orfandad. Se cuenta que cuando niño no cargaba el libro requerido –no abundaba el dinero en casa– así que debía compartirlo con su compañero de banca. De ahí que muchos años después se encargaría de inventar el Libro de Texto Gratuito, “para que ningún niño carezca de libros en México”, de la mano de Martín Luis Guzmán.

         Apabullada por su herencia “revolucionaria”, la nación padecía de una sombra pendenciera que era necesario desterrar. Así que don Adolfo viajó en muchas giras para entrevistarse con líderes de todo el mundo (Nehru, en India; la reina Juliana, en Holanda)… sus detractores lo llamaban “López Paseos”. Nacionalizó la Mexican Light and Power, y creó los museos de Arte Moderno y de Antropología. 

         Al final, como otros, perdió la cabeza. Se divorció para casarse con Angelina G. Sadurni, 35 años menor que él; pero muy pronto perdió el paraíso. En 1966 sufrió un aneurisma que lo postró para siempre.

         De Andrés Manuel López Obrador se recordará, sobre todo, su ánimo bravucón contra todo lo que significase exclusividad. Manejó con maestría el resentimiento contra el abuso de años (social, cultural), de modo que el mexicano medio se sintió, por primera vez, redimido.

         Ofreció y logró instrumentar apoyos económicos básicos para los ancianos y los jóvenes marginados. No logró ser gobernador de su entidad, Tabasco, pero sí jefe de gobierno del entonces DF. Abandonando al PRI histórico, migró como otros a la izquierda que representaba el PRD. De ahí a la fundación de Morena, que arrasó en las elecciones pasadas. 

         Para demostrar que lo suyo sería darle un vuelco a la vida nacional, lo primero fue cancelar el aeropuerto metropolitano que se construía en Texcoco, y modificar la base militar de Santa Lucía para sustituirlo. Su obsesión, sin embargo, fue el rescate del país meridional de donde procede. Tabasco, Campeche, Oaxaca y Guerrero. El sur en abandono desde siempre. De ahí que las obras principales de su gobierno mirasen hacia esa región… la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya, el Corredor Interoceánico. 

         López Obrador instrumentó la famosa entrevista a primera hora, “la mañanera”, con un estilo jactancioso, suponiendo que se ganaría a la opinión pública buscando al enemigo culpable de todo mal. Conservadores, fifíes, neoliberales, etc. etc.

         José López Portillo era un romántico trasnochado. Con la fama literaria del abuelo, buscaba el modo de ligar la grandilocuencia con la eficacia administrativa. Luego de ser encargado de la CFE y Hacienda, saltó a la candidatura del PRI y a la presidencia. Y como su campaña electoral fue en soledad –no hubo contendientes de oposición–, lo primero que decidió fue la instrumentalización de la Reforma Electoral que legalizaría los partidos en clandestinidad. Comunistas, socialistas, sinarquistas; que aprovecharon la puerta que don Jesús Reyes Heroles les abrió desde su despacho en Bucareli.

         Lo suyo era reanimar a la Revolución Mexicana, que se hallaba "en mitad del camino”. Y tuvo suerte pues los hados le obsequiaron, materialmente, el yacimiento petrolero de Cantarell. Fue un derroche. Se trataba del manto más importante del mundo, cuya producción pasaría de 700 mil a 2 millones de barriles diarios.

         Con López Portillo fuimos ricos en aquel tiempo. “Hay que aprender a administrar la riqueza”, fue su frase, y con la abundancia vino el derroche. Algo no funcionó y estalló la crisis. El peso se devaluó, la deuda fue ingobernable, y López halló al ruin adversario: los banqueros. En su último informe de gobierno nacionalizó la banca. “Defenderé al peso como un perro”, había sido su frase, ahora desafiaba: “¡No nos volverán a saquear!”. 

         Concluyó triste y devaluado. Siempre enamoradizo, casó con una vedette del cine y buscó refugio en la "loma del perro”, su mansión. Solía completar con Sasha cruceros por el Mediterráneo, pero todo se apagó.

         Antonio López de Santana. Qué decir del “héroe inmortal de Cempoala” excluido del Himno Nacional. El “quince uñas” (perdió la pierna en la Guerra de los Pasteles) cumplió con el sueño de tantos: fue presidente once periodos, aunque efectivamente cuentan sólo seis. Perdedor consumado, Santana era la ambición misma. Quiso pasar a la historia como héroe, fue a combatir en Tejas en 1836, pero fue derrotado por el general Sam Houston, y hecho prisionero. Con él perdimos Texas, y López pasó a las páginas negras la historia. 

         Ahora, por fortuna, el apellido es en femenino. 

POR DAVID MARTÍN DEL CAMPO
COLABORADOR

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