COLUMNA INVITADA

La muerte y la complejidad

Hay datos suficientes para considerar que nuestro nacimiento-muerte es una escala dentro del viaje

OPINIÓN

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José Lafontaine Hamui / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La muerte es un asunto de la mayor complejidad. Es tan natural como nacer, comer y reproducirnos. Sin embargo, de todas las anteriores, es la que duele más, es a la que tememos, es a la que desconocemos, es la que creemos nos vuelve finitos. En Occidente, tenemos una forma muy diferente y bastante tétrica, por cierto, de percibirla, tal vez por la religión católica predominante durante tantos siglos. A lo largo de mi vida, coincidimos mi padre y yo sobre el concepto de la muerte, sin dudar un segundo que era el fin de todo. En los últimos años, él por su edad seguramente, y yo por mi proceso personal, fuimos admitiendo otras posibilidades.

"Lo que hagamos en esta vida hará eco en la eternidad", esta frase es una de las más potentes que he escuchado. Nos invita a pensar que nuestros actos aquí son eternos e infinitos. Por eso, a este período muy corto que llamamos vida, es inversamente proporcional a nuestra existencia, ya que esta ni siquiera se rige en tiempo lineal. Venimos del todo y regresamos al todo. La nada no existe; nuestra inteligencia, a través de la ciencia y los físicos específicamente, logró descubrir que dentro de lo que llamamos "la nada", los científicos sostienen que el universo consiste solamente en el 4 % de materia atómica o lo que consideramos materia normal. El 23 % del universo es materia oscura y el 73 % es energía oscura, lo cual antes se pensaba era espacio vacío (la nada). Ahora sabemos que es una especie de sistema nervioso invisible conectando todas las cosas, y ya no hablemos de la física cuántica, que abre un enorme mundo de posibilidades.

Por eso, podemos decir que existen datos suficientes para considerar que nuestro nacimiento-muerte es una escala, es un proceso dentro del viaje, sin un destino llamado muerte, sino un destino que siempre será el viaje.

La forma en que vivamos aquí determinará el crecimiento y la experiencia que obtengamos, lo que nos permitirá conquistarnos a nosotros mismos, lograr la paz interior y la alegría que tanto buscamos en todos lados menos donde se puede obtener: dentro de cada uno de nosotros. Si nos seguimos concentrando en el mundo exterior, que cabe señalar es nuestra etapa finita, la que muere cuando dejamos de respirar en este ámbito, seguiremos considerando a la muerte como el fin del camino, el fin de la existencia, el punto final. Sin embargo, si nos concentramos en el mundo interior, sabremos que no existe ese principio y fin, solo diferentes procesos de la existencia. Nuestra conciencia precede a nuestra inteligencia, y entre más misterioso es algo, aparentemente más damos por sentado que lo comprendemos.

Toda la energía en el universo es neutral, atemporal y carece de dimensiones. Nuestra propia creatividad y la capacidad de reconocimiento de patrones son la relación entre el microcosmos y el macrocosmos, el mundo entero de las ondas y el sólido mundo de las cosas. Ahí es donde nos encontramos al tratar el tema de la muerte, reducir nuestra vida humana como el único y exclusivo viaje, donde el nacimiento es el principio y la muerte el final, me parece simplemente negar la existencia misma del universo. Nos guste o no, vivimos en dos mundos simultáneamente, el mundo interior y el mundo exterior. La observación es un acto de creación a través de limitaciones inherentes. A través de nuestro pensamiento creamos la ilusión de solidez de las cosas, al etiquetarlas y nombrarlas. Kierkegaard consideraba que si nombras algo, lo niegas. Al darle un nombre, una etiqueta, niegas otras posibilidades de lo que posiblemente podría ser, por eso al etiquetar la muerte como el final, negamos de tajo todas las demás posibilidades.

Einstein fue el primero en señalar que lo que consideramos espacio vacío no es la nada, sino casi incalculables cantidades de energía que son parte intrínseca de la naturaleza del espacio. Pensar en que la energía se extingue al morir es prácticamente negar la ciencia, negar lo que sabemos a través de nuestra razón y nuestra conciencia. Lo que echamos de menos cuando alguien muere es una idea, son conceptos y etiquetas, es la ausencia de comunicarnos y experimentar a ese ser querido a través de nuestros sentidos e intelecto. Sabemos que hay mucho más que eso, echamos de menos y sentimos la pérdida al dejar de escuchar a quien se fue a través de nuestros sentidos, el oído, la vista, el tacto, el olfato y, desde luego, el gusto también en casos específicos. Sin embargo, es en sí el silencio donde se encuentra el mayor poder, ahí es donde realmente se escucha a la persona, donde se percibe la esencia de quien inició el tránsito hacia otro ámbito; o cuando dejamos de observar a esa persona, sus movimientos, cuando esa realidad, que es una serie de cuadros en una cámara holográfica moviéndose rápidamente para crear la ilusión de continuidad deja de pasar frente a nosotros. Cerrando los ojos y viendo hacia adentro, será la única forma de volver a ver a quien se fue. Cuando el pensamiento se queda inmóvil, y logramos comprender con la conciencia lo anterior, es cuando percibimos lo inmaterial, ya que es la conciencia misma la que genera esa ilusión o realidad, cualquiera de las dos cuentan.

A esto me refiero con la complejidad del concepto o etiqueta de la muerte. Hay muy poca información sobre la muerte como el final del viaje. Sin embargo, hay demasiada como para al menos considerar que existe algo más y después. Somos reduccionistas, si ampliamos criterios podríamos comenzar a comprender los ciclos sin reducirlos a cuestiones de tiempo lineal, espacio físico y procesos cognitivos. Nunca podemos ver nada en su totalidad, ya que está formado por capas y capas de vibración y está constantemente cambiando, intercambiando información. Un árbol se alimenta de la energía del sol, el aire, la lluvia y la tierra. Un mundo de energía entra y sale de esta cosa llamada árbol. Cuando nuestra mente permanece en calma, podemos observar la realidad tal como es, en todos aspectos unidos e integrales: el árbol, el cielo, la lluvia y las estrellas no están separados, la vida y la muerte, el yo y el otro tampoco, más bien son inseparables, todo está conectado a la única fuente de vibración, un campo de fuerza que se mueve a través de todo este campo, y no acontece a nuestro alrededor, sino a través de nosotros.

Debemos considerar que nada es real hasta que nuestras mentes deciden que es real. Sería muy interesante reflexionar sobre la posibilidad real de que algunos de los más elementales conocimientos básicos en los que basamos nuestras creencias a lo largo de nuestras vidas no son necesariamente verdaderos. Tenemos una gran oportunidad de reconsiderar muchas de nuestras creencias más apreciadas y arraigadas e incluso cuestionar las "verdades" que nos dicen la ciencia y la religión, ya que solo son aplicables de acuerdo a ciertos contextos. Cuando cambiamos de punto de vista y percepción, el mundo entero cambia. Hoy prefiero pensar en las infinitas posibilidades sobre lo que sigue después de morir y así poder desearte buen viaje, papá.

POR JOSÉ LAFONTAINE HAMUI

PAL

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