LA NUEVA ANORMALIDAD

Apunte sobre el envejecimiento

Las grandes ciudades no dejan de avanzar y de crecer, con lugares que ya no están y con espacios que sólo cambiaron un poco, o mucho. Y nosotros también cambiamos. Para bien o para mal

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Tenía 7 años de no visitar Nueva York, cosa que remedié este fin de año. Era mucha mi excitación pero también grande mi curiosidad –rayana en lo morboso– ante las quejas recientes expresadas por un par de residentes neoyorquinas de mis afectos: “Esta ciudad ya no es lo mismo”, dicen a menudo, tanto la mercadóloga de 50 del Upper West Side como la artista de 20 de Brooklyn, antes de rematar con un “Esta ciudad ya valió madres”. 

La cantinela rondaba mi mente mientras me dirigía a esa experiencia neoyorquina de clase media alta por antonomasia que es una mañana de compras en la única Saks Fifth Avenue, cuyo nombre incluye su ubicación literal: la que es vecina de la Catedral de San Patricio desde el 1924 en que le fuera fijado con letras de bronce el letrero de Saks & Company.

Anticipaba la vista familiar de las columnas de yeso devoradas escenográficamente por un literal bosque de mampostería, la luz indirecta, los bajorrelieves art déco en muros y techos, los gabinetes aerodinámicos de noble caoba laqueada.

No más. Aquella disposición paradigmática de tienda departamental de novela de Zola se ha visto sustituida por una planta abierta con iluminación hospitalaria –no de hospitalidad: de hospita–, sembrada de acrílicos de colores, profusas molduras de un dorado chillón, escaleras eléctricas zigzagueantes, corners de marcas de lujo rebosantes de logotipos. Tan Gloria Guinness mi recuerdo, tan Megan Thee Stallion la realidad actual. 

La visita a Saks tuvo lugar el primer día de mi viaje. El último, cené con un amigo residente en el rincón de Brooklyn conocido como Dumbo. Hablamos de todo. De si la noción misma de arte puede sustraerse al kitsch, de si la cultura toda está sobreerotizada, de antidepresivos, ex esposas y ex amigos, de padres y abuelas terribles y difuntos, de hipotecas y rentas: la típica agenda tópica de dos tipos sobreilustrados y taciturnos a los que ya les cayó la crisis de la mediana edad.

En medio de tan relevante temario no pude evitar espetar:
—¿Ya viste la remodelación de Saks? ¿No te parece obscena? ¿Será que, como dicen, esta ciudad ya valió madres?

Mi amigo, habitante de Nueva York hace un cuarto de siglo, me recordó que lo mismo se dijo cuando cerró Studio 54, cuando CBGBs se volvió boutique de John Varvatos, cuando entraron los torniquetes inteligentes a los lofts para artistas en Brooklyn.

Pese a lo cual él seguía eligiendo vivir en esa ciudad y yo visitarla. ¿Habrá valido madres Nueva York? ¿O sólo nuestra idea generacional de lo que debería ser? ¿No responde ese Saks a lo que hoy se entiende por lujo? ¿Serviría a alguien una tienda como la que yo añoro? ¿A los dueños? ¿A la clientela?

En el camino de regreso a mi hotel, el Puente de Brooklyn me pareció no sólo hermoso sino eterno. También me sentí viejo.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

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