En medio de un mundo sacudido por conflictos, el último episodio en el turbulento escenario de Yemen nos lleva a reflexionar sobre la profundidad y las ramificaciones de estas confrontaciones. Tras el reciente bombardeo de Estados Unidos sobre los rebeldes hutíes, una serie de preguntas emergen, dibujando un panorama de incertidumbre y desafíos en el horizonte del 2024.
Las nuevas incursiones estadounidenses, ejecutadas por la Armada utilizando misiles Tomahawk contra un sitio de radar hutí, se presentan como una continuación de esfuerzos previos para detener los asaltos de este grupo a embarcaciones comerciales y militares en el Mar Rojo. A pesar de la contundencia de estas acciones, los hutíes no han informado de daños significativos, prometiendo una respuesta firme y efectiva. Ante esto, uno no puede evitar preguntarse: ¿Estamos ante el preludio de una escalada mayor, o simplemente asistiendo a una demostración de fuerza limitada?
En el ámbito internacional, las reacciones a los ataques de EE.UU. y Reino Unido son diversas. Naciones como Arabia Saudita piden moderación, mientras que otras, como Türkiye y Jordania, condenan los ataques. Esta disparidad de opiniones subraya una interrogante crucial: ¿Cómo puede la comunidad internacional navegar estas aguas turbulentas sin sacrificar la seguridad y la estabilidad de una región tan estratégica como el Mar Rojo?
Por otra parte, la situación actual podría, paradójicamente, beneficiar a los hutíes, potenciando su perfil regional y doméstico. Controlan partes significativas de Yemen, incluyendo ubicaciones estratégicas como el estrecho de Bab al-Mandeb, y su postura en apoyo a los palestinos les ha granjeado popularidad entre los yemeníes. Frente a esto, surge una duda pertinente: ¿Podrían estas acciones, vistas por algunos como desafiantes, transformarse en un catalizador para un cambio político o social más amplio dentro de Yemen?
A medida que los hutíes entablan conversaciones con Arabia Saudita buscando un alto al fuego a largo plazo, se revela una compleja red de alianzas y estrategias. La pregunta que flota en el aire es: ¿Qué implicaciones tendrán estas negociaciones para la paz y la estabilidad en la región, y cómo influirán en la dinámica global del poder?
En el contexto de los múltiples conflictos que sacuden nuestro mundo, desde Yemen hasta Israel-Palestina y Rusia-Ucrania, el año 2024 se proyecta como un periodo crítico, repleto de implicaciones y riesgos globales. La guerra en Yemen, persistente y desgarradora, no es solo un conflicto aislado, sino una pieza de un rompecabezas.
Ahora bien, Estados Unidos, autodenominado “salvador” del mundo, vuelve a intervenir de manera desproporcionada en una región tan volátil y sensible en términos de seguridad. Esto plantea un riesgo a nivel regional, no solo en términos de seguridad, sino también desde una perspectiva económica. El comercio y la navegación se ven afectados, siendo ahora más costosos y demorados al atravesar el Mar Rojo.
Es crucial comprender que esta situación no solo tiene consecuencias directas en el país afectado, sino que también influye en la estabilidad y economía de toda la región.
Ante este panorama, una reflexión se impone: ¿Cómo pueden las naciones del mundo, sumidas en sus propios conflictos y tensiones, encontrar un camino hacia la estabilidad y la paz? Toda evidencia apunta a que, como en esta guerra en Yemen que no es nueva y que persiste a nivel civil desde el año 2014, está causando estragos en la población civil, generando inseguridad humana, problemas de alimentación y exacerbando la polarización en el país más pobre de Oriente Medio.
POR TALYA ISCAN
CATEDRÁTICA EN LA UNAM Y LA UP
@TALYAISCAN
MAAZ