PASIÓN POR CORRER

Quimare y la última de la fila

¿Quién hubiese pensado, cuando leí el libro de McDougall, que algún día tendría el privilegio de conocer y de correr unos kilómetros con el mítico rarámuri?

OPINIÓN

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Rossana Ayala / Pasión por Correr / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Pocas veces se tiene en la vida la oportunidad de correr junto a una leyenda. El pasado sábado los corredores del Bosque Tlalpan tuvimos el privilegio de correr y convivir con Arnulfo Quimare, el corredor rarámuri que en 2006 derrotó a los mejores ultramaratonistas del mundo, y cuya hazaña está escrita en el libro “Nacidos para Correr”, en el que Christopher McDougall plasma la esencia de estos atletas milenarios.

Ataviado con una túnica amarilla, un colorido calzón de manta (tagora), pañuelo al cuello, gorra roja y sus huaraches (akaka), hechos por él mismo, Arnulfo con la musculatura de un fondista, corrió, o más bien voló, sobre el asfalto del circuito del Bosque de Tlalpan.

Pero más allá de la emoción de participar en una convivencia con leyendas vivientes del atletismo, la experiencia adquirió un significado que trasciende lo deportivo: Tener la oportunidad de apoyar su causa al adquirir productos como sandalias, pulseras, playeras, libros o haciendo donativos para sus viajes y para que lleven comida a sus comunidades.

En los casi 9 kilómetros que corrimos juntos -- durante los cuales casi me explota el corazón por el esfuerzo para mantener el paso—me fascinó ver el ritmo acompasado de las legendarias sandalias de Arnulfo y los modernos tenis de mis compañeros ultramaratonistas, que avanzaron y llevaban la delantera durante todo el recorrido.

Una imagen, que si la congelamos en un instante, hablaría no solo de los contrastes entre la tecnología y lo tradicional sino de cómo los rarámuris han sobrevivido al embate de la civilización, defendiendo durante años sus costumbres, su vestimenta y estilo de vida.

Miles de años de historia en una imagen, conviviendo, corriendo juntos en un bosque que quedó atrapado dentro de una gran ciudad, mientras que la civilización no ha podido contra los rarámuris que viven en los 18 municipios en la Sierra Tarahumara, en el Estado de Chihuahua.

Al final, todos los corredores nos acercarnos con Arnulfo para tomarnos una foto y conversar con él, pero su timidez siempre hace que le cueste hablar y mantener una conversación, o tal vez ya está cansado de responder lo mismo a las mismas preguntas: ¿Que si cuántos kilómetros entrena diariamente? o ¿Cuándo va a competir de nuevo? Entonces, como una celebridad, se limitó a posar con sus fans y a firmar libros, playeras y sandalias.

Para quienes no conocen a Arnulfo Quimare, pero juegan futbol podría decir, que correr junto a él sería como jugar “una cascarita” con Messi o Cristiano Ronaldo del ultramaratón.

¿Quién hubiese pensado, cuando leí el libro de McDougall, que algún día tendría el privilegio de conocer y de correr unos kilómetros con el mítico rarámuri? Fue un honor, una experiencia única, aunque al final del circuito no pude más, paré y caminé, y con el corazón que se me salía por la boca y las pulsaciones en la garganta, pude ver cómo se alejaban todos, y aunque fui la última de la fila, me sentí feliz y satisfecha de haber estado ahí.  

POR ROSSANA AYALA

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