COLUMNA INVITADA

La conquista del equilibrio

De acuerdo con el taoísmo, el dios Pangu en su ruta hacia la muerte se entregó al sueño. Y en ese viaje cumplió los designios de la creación del universo

OPINIÓN

·
Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Tengo que escoger lo que detesto —o el sueño, que mi inteligencia odia, o la acción, que a mi sensibilidad repugna; o la acción, para la que no nací, o el sueño, para el que no ha nacido nadie. Resulta que, como detesto a ambos, no escojo ninguno; pero, como alguna vez tengo que soñar o actuar, mezclo una cosa con la otra. 

Fernando Pessoa: “Libro del desasosiego”, 1913. 

Las sociedades modernas quedan marcadas por el desasosiego, incluso aquellas que no lo reconocen. Salvo las excepciones siempre minoritarias de algunos iluminados y de otros dolientes, la mayoría de sus integrantes resultan sujetos carentes de brújula metafísica y se distinguen por su materialismo, frivolidad, consumismo, banalidad, inmediatismo, narcisismo, en una retahíla interminable de fragilidades del alma y la conciencia. Estas masas sobreviven a los horrores de la violencia cotidiana y sus corolarios de injusticia y explotación, gracias a un fervor inverso: la negación de lo real y sus manifestaciones, recordando la conseja popular de “ojos que no ven, corazón que no siente”; auténtica majadería festejada que cuenta con legiones de creyentes.

Eludir posicionarse ante la descomposición del orden social y sus representaciones filosóficas y éticas hasta en tanto no los alcancen sus efectos destructores, es decir cuando se afecten sus privilegios y también sus derechos, deviene irresponsabilidad pura sin atenuantes. Se impone como un deber cívico ser crítico, estar abierto al debate y el diálogo y desde la deliberación constructiva participar en el reordenamiento profundo de nuestra situación política. Panorama deprimente en que se cree a pie juntillas que “todas las historias, incluso las verdaderas, son ficción“. Para eludir dicha perplejidad y la duda que le acompaña hay que otear en la sabiduría de los antiguos. Deleitarnos en la libertad de la reflexión filosófica que nos hace pensar sin imponernos obligaciones.  

De acuerdo con el taoísmo, el dios Pangu en su ruta hacia la muerte se entregó al sueño. Y en ese viaje cumplió los designios de la creación del universo. De su respiración surgió el viento, de su voz el trueno, del ojo izquierdo el sol y del ojo derecho la luna. Su cuerpo se transformó en las montañas, su sangre en los ríos, sus músculos en las tierras fértiles, el vello de su cara en las estrellas de la Vía Láctea. Su cabello originó los bosques, sus huesos los minerales de valor, la médula el jade y el semen las perlas. Su sudor se vistió de lluvia y las pequeñas criaturas que poblaban su cuerpo, transportadas por los aires en movimiento, se metamorfosearon en los seres humanos. Génesis sin desperdicio, carente de vacilaciones, donde el ser supremo le saca provecho hasta sus secreciones y humores. Sin duda, gestos de sencillez terrenal para alguien que, suponemos de existir, ha hecho del cosmos su hábitat natural.  

Lao-Tse en el “Tao Te Ching” (siglo VI a. C.) sentencia: Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado. Si estás ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estás en paz, estás viviendo en el presente. En el mismo sentido, Agustín de Hipona en “La Ciudad de Dios” (354-430) afirmaba que el tiempo existe sólo como artificio en el alma, siendo una duración continua que, por convención analítica, se segmenta en el presente del pasado, la memoria-evocación; el presente del presente, lo efímero de la oportunidad, cuya naturaleza consiste en dejar de ser; el presente del futuro, la imaginación-esperanza.  

No nos detengamos en el origen, incorporémonos al torrente de lo actual, lo contemporáneo, único asidero del porvenir. Solo en el aquí y el ahora se construye el destino. 

POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM

PAL