COLUMNA INVITADA

Ecuador, una bola de nieve que no toca a todos

Una de mis lecturas durante el periodo de fiestas de fin de año fue V13 del francés Emmanuel Carrère

OPINIÓN

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Javier García Bejos / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Una de mis lecturas durante el periodo de fiestas de fin de año fue V13 del francés Emmanuel Carrère. Se trata de una brutal crónica judicial sobre el juicio a los responsables de los atentados terroristas del viernes 13 de noviembre de 2015 en Paris. La lectura de este texto me condujo a una breve investigación sobre el contexto social, económico, político y religioso de muchos musulmanes que han emigrado a países europeos, principalmente a Francia y Bélgica. 

Aunque existen muchos estudios al respecto y cada uno tiene en ocasiones conclusiones opuestas, me llamó especialmente la atención el realizado por los investigadores de la Universidad de Friburgo en Alemania, Tim Krieger y Daniel Meierrieks, quienes relacionan desigualdad con terrorismo, destacando que si bien la falta de oportunidades y la marginación no son el único condicionante para la ebullición de grupos extremistas islámicos, sí juegan un papel crucial en el nacimiento y desarrollo de este tipo de organizaciones radicales. 

En días recientes, Ecuador ha acaparado titulares de todo el mundo por la terrible violencia que ha obligado a su presidente, Daniel Noboa, que no tiene ni dos meses en el cargo, a declarar que el país sudamericano está en estado de guerra. Las imágenes de la toma violenta de una de las cadenas de televisión con mayor audiencia en ese país aunado a múltiples escenas de violencia han sido estremecedoras. 

Cuando decidí escribir sobre estos terribles hechos, medité mucho sobre el ángulo desde el que debería abordarlo. Está claro que el crimen organizado y el narcotráfico se han convertido en un poder a la alza en la región. Y un poder sumamente peligroso que está poniendo en entredicho y rebasando las capacidades del Estado en más de un país latinoamericano. 

Sin embargo, la lectura del libro de Carrère que menciono al inicio de esta columna reavivó en mí una serie de preocupaciones sobre los grandes problemas de nuestro tiempo y sus causas estructurales. Desde hace ya varias décadas el problema del narcotráfico se ha convertido en un bola de nieve que no hace otra cosa que crecer y crecer ante la persistencia de políticas públicas erróneas en materia de seguridad. 

Desde Richard Nixon hasta la fecha abunda la literatura y los estudios sobre el fracaso estrepitoso de esa “guerra contra las drogas” que emprendió el protagonista del escándalo Watergate. Ha pasado ya casi medio siglo y los gobiernos tanto de Estados Unidos como de nuestra región han sido incapaces de entender que la estrategia no funciona y que dejar de criminalizar el consumo de sustancias que hoy se consideran ilegales, podría ser el primer paso para, en primer lugar desarticular o administrar a las células del narcotráfico, y en segundo lugar, para poner más el foco en el capital social que el Estado ha abandonado y que las organizaciones criminales han sabido acoger, ya sea a la fuerza o por convicción. 

Cuando investigué un poco sobre el contexto en el que crecen muchos de los jóvenes reclutados por el Estado Islámico en Europa, no pude evitar hacer una conexión con lo que sucede tanto en Ecuador como en México, Colombia, Brasil, Uruguay y otras naciones de la región. La falta de oportunidades, la desigualdad, el racismo, el clasismo, los prejuicios religiosos, étnicos y la marginación son la combinación perfecta para que jóvenes a los que se les ha negado la posibilidad de una vida y un futuro próspero engrosen las filas, ya sea de organizaciones terroristas o de carteles de la droga. 

Creo que si miramos a Latinoamérica abundan las historias de vidas truncadas por el crimen: de jóvenes que al no tener otra alternativa optan por convertirse en sicarios, en asesinos a sueldo o peor aún, que son obligados a hacerlo. 

Y me parece que mientras el Estado y en general los gobiernos, en especial el de Estados Unidos, no hagan un viraje respecto a la manera en que lidian con el problema del narcotráfico, mucho me temo que la violencia, el crimen y sus daños colaterales, como la migración, qué tanto le ocupa y afecta a nuestro vecino del norte, no van a tener una solución a corto plazo, porque se sigue pensando como hace 50 años y es inaudito que sean incapaces de evolucionar en ese sentido. 

No soy ingenuo y sé que detrás del negocio de las drogas existen muchos interés que embarran a más de un gobierno en el mundo, sin embargo, la ola de violencia que están padeciendo millones de personas en Ecuador y en todo el orbe me parece intolerable, y más intolerable me parece la falta de voluntad política para atacar el problema de raíz, en lugar de seguir optando por métodos que han demostrado su absoluta ineficacia a lo largo de las últimas cinco décadas. 

El problema que vive hoy Ecuador no es un caso aislado y si no existe un verdadero compromiso de lo estados americanos por combatir el problema desde sus causas estructurales, la bola de nieve de la que hable unas líneas arriba terminará por engullirnos a todos. 

POR JAVIER GARCÍA BEJOS

COLABORADOR

@JGARCIABEJOS

MAAZ