LA ESCENA EXPANDIDA

La danza habita en la poesía

La danza provoca multiplicidad de lecturas, reflexiones, preguntas y cuestionamientos esenciales sobre la condición humana; se expande, también, en la poesía

OPINIÓN

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Juan Hernández / La escena expandida / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Interesante resulta que la danza sea repelida, por decir lo menos, en los estudios de investigadores serios del arte.

Después de muchos años de permanecer aferrado al desentrañamiento de esta disciplina artística, llegué a una conclusión que, en lo personal, me resulta satisfactoria: Tomar a la danza como objeto de estudio es una tarea de la misma complejidad que la vida; es efímera, su naturaleza es el instante, su memoria será siempre interpretación, es inaprensible, no se puede volver a ella una y otra vez para estudiarla, porque ya no está ahí. Es la respiración que llena de sentido el instante.

Sin embargo, eso no quiere decir que estudiarla, investigarla, desentrañar su naturaleza sea imposible, solo es una tarea más compleja y exigente de lo que se piensa, luego de años de desdén.

Una de las complejidades de la danza es que no empieza y termina en la representación de una coreografía. Ese apenas es el inicio, su primer respiro en el mundo sensible.

Para mí la danza es la expansión de la escena por excelencia: Provoca multiplicidad de lecturas, reflexiones, pensamientos, preguntas y cuestionamientos esenciales sobre la condición y la naturaleza humana; pero también nos habla de una realidad metafísica, es decir, nos desentraña el valor de la danza en sí misma.  

La danza se expande en el texto del crítico avezado en su lenguaje y naturaleza; se manifiesta en la mirada inquisitiva y crítica del investigador; en la subrepresentación de una pintura o escultura, de las que hay verdaderas obras maestras, pero que no dejan de ser consecuencia de la naturaleza de la danza y de su capacidad para engendrar nuevas formas de creación.

En esta columna hablaremos de cómo la danza se expande en el pensamiento del poeta, de ese ser dotado con la palabra esencial para ser la medida del mundo, de lo humano.

Hace poco tuve el lujo de leer “Una línea de horizonte”, de Rosaura Pozos. Un título que nos remite a la línea de horizonte que en pintura agranda o reduce la percepción del personaje central en un cuadro, pero que en lo poético nos traslada a esa sensación de la posibilidad aún desconocida.

En esa línea de horizonte se traslada la experiencia de Rosaura Pozos que deja impregnada en su poesía tres condiciones: mujer, fotógrafa y poeta.

Sus poemas son imágenes vitales, que respiran y se entregan para ser releídos desde múltiples experiencias humanas. Esa es la escena expandida en la que la imagen móvil o fija, desparrama su sabiduría sobre el mundo.

Leer “Una línea de horizonte”, de Rosaura Pozos, editado por la colección Letras Confinadas, es un deleite, aún más cuando letras, palabras y formas literarias, se deslizan sobre esa línea de horizonte, con la sapiencia del cuerpo que baila.

Ya decía Nietzsche: No puedo confiar en un cuerpo que no baile.

El cuerpo de “Una línea de horizonte” danza; la mirada se escurre por las letras en un baile íntimo. La autora sabe del cuerpo, de su lenguaje.

Nos cuenta la poeta, fotógrafa, mujer:

“Mi historia con la danza tal vez inició cuando yo tenía 16 años y la novia de un hermano mayor que estudiaba danza contemporánea en la Universidad Veracruzana nos invitó, a mi hermana y a mí, a entrar a ver una de sus clases.

Recuerdo bien que me atrapó el movimiento de los cuerpos, pero, sobre todo, me asombró mirar el pie izquierdo de una de las estudiantes.

¡Era igual que el mío!

Jamás lo hubiera imaginado; mientras mi dedo era inquietante y siempre había tratado de ocultarlo, ahí estaba ese pie ajeno danzando en la duela y moviéndose a sus anchas frente al espejo.

Después de eso, me recuerdo bailando a solas e intentando imitar aquellos movimientos. Yo estaba en la preparatoria y en algún momento pasó por mi mente la idea de estudiar danza contemporánea, pero finalmente deseché la idea, aunque, al tiempo que entré a estudiar Antropología Social, comencé a tomar talleres.

Cuando dejé mis estudios universitarios para comenzar a trabajar como fotógrafa fue más difícil y faltaba a los talleres con frecuencia, pero hacía mucho esfuerzo por continuar en ellos y así lo hice hasta que decidí presentar examen de admisión a la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea (ENDCC).

Yo no tenía certeza de lo qué haría si me aceptaban. Solo sabía que tendría que buscar otro trabajo.

Lo primero es entrar. Después veré cómo sobrevivo, pensaba.

En el examen, después de la tercera prueba, me llamaron para mirarme caminar, hacer puntas, mantener el equilibrio en una sola pierna y hacer giros. Estaban observando si mi dedo pequeño implicaba algún problema. Ya no pasé la cuarta prueba.

Así que solo seguí tomando talleres…

Ahora que el tiempo ha transcurrido y mi cuerpo comienza a envejecer, veo difuminarse una idea que siempre he tenido y no he realizado: Crear una obra que integre danza y fotografía. Sin embargo, es una idea que aún no se borra por completo…”.

Rosaura Pozos no abandonó la danza, amplio su línea de horizonte, para que la poesía fuera habitada por la danza y escribió:

Hasta el salón de danza llegan los acordes.

Manos bocas voces ilusionadas de otros aprendices

nos acompañan.

 

Son nuestros cuerpos espacio agua río.

Rehiletes que se mueven con el viento.

 

Gira mi pie izquierdo ante el espejo;

mi raro pie que tiene un cuarto dedo pequeño levantado

fuera de sitio;

mi pie que se apenaba de sí mismo

pero aquí frente al espejo aprendió a mirarse.

 

Puntas flexiones alas,

Su diferencia no impide el sostén de un cuerpo

                                                  [encontrado en su centro.

 

Aspiraciones.

Expiraciones largas infinitas.

Ejes. 

“Rescoldo”. Rosaura Pozos/Cortesía de la autora.

POR JUAN HERNÁNDEZ

COLABORADOR

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