MALOS MODOS

Reivindicación del plagio

EI plagio tenía el encanto de lo artesanal. Hoy, las tecnologías te permiten embolsarte un trabajo de 250 páginas, literalmente, en minutos

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Pues sí, es inapelable: hay muchas y muchos compañeras y compañeros de ruta que en el pasado no tan remoto optaron por una vía rápida de titulación, o al menos un poco más rápida: el –me parece que el término es apropiado– copy paste manual, que en aquellos tiempos se conocía como “fusil” y que los conservadores, desesperados, llaman despectivamente “plagio”. Espero que no se tomen estas palabras como un reproche del Doctor Patán. A mí el plagio, tal y como se practicaba en los viejos tiempos, cuando lo aplicaron las y los camaradas, me parece súper reivindicable, casi diría conmovedor, por al menos dos razones.

La primera y más evidente es que tenía el encanto de lo artesanal. Hoy, las tecnologías te permiten embolsarte un trabajo de 250 páginas, literalmente, en minutos. Antes, lectoras, lectores, las cosas eran muy diferentes. Supongamos que estudiabas Sociología en la tres veces grande Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y querías hacer una tesis sobre las mujeres trans. Bueno, pues tenías que irte a la biblioteca y ver quiénes, entre tus predecesores, se habían dedicado al tema. Cuando por fin encontrabas un tocho de papel con empastado color vino y letras doradas, empezaba la talacha, pero sobre todo la orfebrería. Porque sí, era cosa de hacer horas nalga y teclear pacientemente, línea a línea, lo que había escrito un año antes, por decir, Pepe Martínez. Era una joda, si me permiten la expresión, porque además las impresiones eran a menudo de muy dudosa calidad, o el tiempo y la humedad habían complicado la tarea. “Carnal, ¿alcanzas a leer lo que puso aquí el hijo de su putísima madre de Martínez?”, le espetabas a algún compañero de generación, ya agotada o agotado, y por lo tanto con los nervios de punta, luego de horas de pegarle al teclado. Pero, insisto, no era solo una cuestión de talacha. El plagio tiene su componente creativo, algo que por momentos se parece a la coautoría –de ahí la injusticia de sobajar a las compañeras y los compañeros que han acudido a él–. Por ejemplo, si la tesis de Pepe se titulaba “Las mujeres trans en Tepetitán: una perspectiva post colonial”, tenías que echarle cabeza y, para no evidenciarte, ponerle “Las mujeres trans en Macuspana: una perspectiva post colonial”. Y así, claro, en el cuerpo del texto. “¿Cómo ves, carnal, si en este párrafo, vez de ‘mujeres trans’, pongo ‘hombre vestido de mujer’?”

Sí, el plagio era un arte. Pero lo más dignificante, lo más conmovedor de aquella forma de titulación es que era el recurso que tenían aquellas y aquellos compañeras y compañeros para meter el acelerador, dejar atrás los tiempos del estudio y entregarse a su verdadera vocación: servir al pueblo, siempre con el fundamento de los principios que guían a la 4T. Ya saben, lo de no robar y no engañar.

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

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