ARTE Y CONTEXTO

Los azules y verdes de Joy Laville

Caminé mucho y me hizo bien porque hacía tiempo que no disfrutaba tanto de mi presencia en el mar. Me sentí como una de esas perritas criollas que avanzaba embelesada por su belleza y horizontalidad

OPINIÓN

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Julen Ladrón de Guevara / Arte y Contexto / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Hace algunos días me fui de viaje al Mar Caribe y estuve en unas playas donde casi no había gente. Algunos perritos costeños caminaban tan elegantes como educados, haciéndole pensar a sus dueños extranjeros que necesitaban de una correa para no salir huyendo. Me pareció conmovedora su actitud porque ellos que seguramente nacieron en el desamparo, sabían mejor que sus humanos el camino de regreso, cómo resguardarse de la lluvia o defenderse de otras fieras criollas y de los bichos ponzoñosos. Ellos nomás trotaban felices sabiéndose amados, sanos y procurados por unos güeros fuereños a los que no perdían de vista como si los estuvieran cuidando. 

Caminé mucho y me hizo bien porque hacía tiempo que no disfrutaba tanto de mi presencia en el mar. Me sentí como una de esas perritas criollas que avanzaba embelesada por su belleza y horizontalidad. Ahí, el mar es verde turquesa, verde aqua, azul claro, azul cielo, azul marino; tiene los mismos colores que las pinturas de Joy Laville por eso no dejé de pensar en ella mientras me embelesaba con todo aquello. 

Ella es una artista extraordinaria que nació hace cien años en la isla británica de Wight. Cuando se casó se fue a vivir a Canadá, donde seguramente no habían tantas emociones que saciaran su espíritu artístico. Joy era una mujer serena, delicada y hablaba suavemente, pero tenía una esencia inquieta así que necesitaba venir a este país para continuar los estudios de arte que habían sido truncados por la Segunda Guerra Mundial. Llegó en 1956 con su pequeño hijo y se fue a vivir a San Miguel de Allende, Guanajuato, donde tiempo después conocería a Jorge Ibargüengoitia, el célebre escritor mexicano con quien se casó en 1973. 

Joy Laville refleja en su trabajo a un ser humano pequeño frente a la enormidad de la naturaleza, sobre todo comparado con el mar. En sus composiciones la hierba parece comérselos todo porque es frondosa pero apacible y aunque parezca contradictorio no lo es. Los colores calmos que empleaba evitaban la sensación de angustia que podríamos sentir al estar solos frente al mar o en medio de una selva tupida. Nos retrata como si quisiera que nos confrontáramos al espejo para reflexionar sobre nuestra vida en solitario. 

En sus espacios interiores casi siempre hay un florero y gente sentada o acostada reposando, pensando en algo. Su obra es delicada pero contundente, es una exploración a la belleza y a la soledad, a la calma en medio de la nada, pero una nada con una escenografía hermosa, por eso recomiendo enormemente que conozcan su obra aunque sea por internet, o que si pueden visiten su exposición antes de viajar al mar. La exposición “El silencio y la eternidad” estará en el Museo de Arte Moderno de la CDMX hasta el 29 de octubre y consta de 89 piezas entre pintura, escultura y algunos ejemplares de los libros de Jorge Ibargüengoitia, a quien le hizo algunas de sus memorables portadas. Los domingos la entrada es libre y si llevan a sus hijos les prometo que les va a encantar. Esta es una visita obligada para conocer a una gran artista que tuvo que venir a México para hacerse pintora mexicana y legarnos una entrañable herencia que debemos disfrutar.  

POR JULEN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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