COLUMNA INVITADA

Azorín y la política, el olvido de la decencia

Cuánta falta nos hace esta expresión fundamental de la prudencia, para evitarnos el bochorno de escuchar a merolicos y demagogos por doquier, intoxicados de ambición y falsarios por vocación

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

José Martínez Ruiz, Azorín (1873-1967), prosista excepcional perteneciente a la Generación del 98, de estilo finísimo, transparente, directo y quizá por todo ello demoledor; dueño de ideas y principios irrenunciables, nos legó una pequeña obra maestra: “El Político”, cuarenta y siete lecciones-recomendaciones, además de un epílogo futurista, para quienes se dedican al poder, como vocación y como profesión.

Destaca, a mi parecer, una que reza en su inicio: “La virtud de la eubolia [engriego “buen consejo”] consiste en ser discreto de lengua, en ser cauto, en ser reservado, en no decir sino lo que conviene decir. (...) / No se desparrame en palabras el político”. Rehuyamos a los vociferantes y pendencieros.

Cuánta falta nos hace esta expresión fundamental de la prudencia, para evitarnos el bochorno de escuchar a merolicos y demagogos por doquier, intoxicados de ambición y falsarios por vocación. Y esto más allá de las ideologías, pues sin excepción los suspirantes en liza de candidaturas a la presidencia de la República se distinguen por el no-pensar, el triunfo de la banalidad, el exilio del pensamiento crítico. El debate brilla por su ausencia, las descalificaciones y las diatribas son el pan nuestro de cada día.

La legión de intérpretes y comentaristas de Azorín ha insistido en la elocuencia y profundidad de sus fuentes: Nicolás Maquiavelo, Baltazar Gracián, Diego de Saavedra Fajardo, añadiría a Andrea Alciato, el luminoso autor de las “Emblemata“, y a Sebastián Covarrubias. Autores que deberíamos leer con atención si de verdad nos preocupa la salud de la cosa pública y la necesaria decencia de ciudadanos y autoridades para perfeccionar nuestra convivencia e impulsar la solución deliberativa de controversias.

Desdeñar el elogio, resulta divisa de la inteligencia. “El político debe meditar en el valor de las censuras y de las albanzas”. Mantener la distancia con aduladores y resentidos, para apreciar lo real en sus justos méritos, reconociendo su composición diversa y plural. Consejo que cumple nuestro autor, quien justamente se refugia en el pseudónimo de “Azorín” que remite al “azor”, elegante rapaz antagonista del halcón, el buteo y el gavilán en el arte antiguo de la cetrería, la caza de presas por aves. Así de profundo y agudo comparece el valenciano en el archipiélago de sus escritos.

 Carecemos de políticos serios y para nuestra mala fortuna abundan los embusteros, disfrazados de bufones, de comportamiento mendaz, empeñados en brindarnos espectáculos degradantes de la democracia y la dignidad, que en su mayoría deberían despachar tras las rejas. Cuánta falta nos hacen pensadores y seres de acción como Manuel Gómez Morín, Jaime Torres Bodet, Isidro Fabela o Jesús Reyes Heroles.

“Razones, no de Estado, sino de establo”, como se quejaba el jesuita Gracián en “El Criticón”, espetándonos tan amarga sentencia que le viene como anillo al dedo a la vida pública mexicana de nuestro tiempo. Quien fuera diputado a Cortes (1907-1919) en cinco ocasiones y rechazara los ofrecimientos del dictador José Antonio Primo de Rivera, insiste en la civilidad: “No sea nunca brutal y violento el político. No se amedrente tampoco en las situaciones difíciles”. En otro pasaje defiende que el político debe gobernar y legislar de acuerdo con la realidad de su país y el genio de su pueblo; sólo de este modo sus leyes e instituciones serán eficaces.

Atender la objetividad del mundo no las ilusiones propias, tampoco los intereses particulares. Huir del canto de las sirenas que seduce y embrutece, pero no zanja las diferencias ni trasciende los agravios. El futuro está a la vuelta de la esquina, reflexionemos con serenidad y decencia, acudiendo, por ejemplo, a la lectura de un buen consejero como Azorín.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ

COLABORADOR

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