MALOS MODOS

Pero ¿qué pasó con los intelectuales?

Me apresuro a responder a la pregunta formulada en el encabezado de esta columna: no pasó nada

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Me apresuro a responder a la pregunta formulada en el encabezado de esta columna: no pasó nada. Todo bien con ellos o, si prefieren, no todo bien, pero todo como siempre. Hablo, por supuesto, de los bastantes comentarios sobre la –ya sé que suena a contradicción en los términos– intelligencia chaira que se leen en redes cada que alguno de los intelectuales a modo se lanza con una apología del caudillo. En serio: no pasa nada. En términos generales y en lo sustancial, insisto, siempre fueron como son.

El caso más destacado es, claro, el de Lorenzo Meyer. En efecto, el doctor llegó a ese punto de liberación del ego casi budista en el que ya no te importa lanzarte a hacer el oso sin afanes de disimular, libre de vanidad o de autoestima. Sí, anda infatuado con el caudillo, nuestro “referente de la izquierda”, y no le mete freno a su pasión.

La cosa es que siempre lo estuvo, y que sus análisis son desde hace mucho un torpedeo de clichés sobre el “neoliberalismo” y la “clase política” o mentiras como la del fraude de 2006, tres cosas que no existen, y maromas para justificar al hoy tlatoani. La diferencia es que antes esos análisis los hacía desde la cómoda oposición a una democracia que en general dejaba hablar al contrario, una forma barata de darte legitimidad. Otro tema son sus aportaciones a la historia, claro. 

No muy diferente es el caso de Elena Poniatowska, más crítica en momentos puntuales y de formas muy tenues, por ejemplo con asuntos como los recortes a los dineros para la cultura –don Lorenzo no deja caer una mueca ni por accidente–, pero igualmente infatuada con el presidente de tiempo atrás, como demostró con el plantón por el no fraude de 2006 y el libro francamente malo que publicó después.  

Leo también muchos lamentos con Sabina Berman. Al margen de que está forzado lo de etiquetarla como intelectual –viene de la literatura, el cine y la televisión: no ha aportado una idea al debate público–, esas entrevistas a modo las ha hecho siempre. Vean lo bien que le caía Peña Nieto, por ejemplo.

La diferencia entre ella y doña Elena o el doctor, más allá de que ande uno cuantos escalones abajo en peso intelectual que sus compañeros de movimiento, es la misma diferencia que la distingue de, digamos, Fabrizio Mejía, que ha estado en la misma posición desde que lo recodamos: nunca fue opositora. Pero bueno, ahí está la consistencia. Quedabienismo, que le llaman. 

Lo que quiero decirles, lectoras, lectores, es que no hay razones para rasgarse las vestiduras. Los arriba mencionados, como unos cuantos más, no son una consecuencia o un síntoma de la degradación autoritaria en que andamos metidos. Son sus promotores, unos por convicción, otros por un interés vulgar y muy torpemente disimulado. No cambiaron: cambiaron ustedes, y bien está.    

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

MAAZ