ECOS DE LA CIUDAD

Un mundo interesado en el espectáculo y en la falta de respeto.

La libertad de expresión es uno de los derechos que deben ser garantizados

OPINIÓN

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Humberto Morgan Colón / Ecos de la ciudad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

“Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Esta frase atribuida a François-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, que en realidad pertenece a su biógrafa, Evelyn Beatrice Hall, quien recreo una charla ficticia en el libro Los Amigos de Voltaire, publicado en 1906 y con la cual quiso dar a conocer la capacidad de tolerancia, respeto y calidad en la argumentación en contra de los críticos del gran ilustrado, es como deberíamos conducirnos ante la irracionalidad que hoy nos obsesiona por ser los portavoces del desastre.

En un mar de información que nos abruma todos los días, a todas horas y que no nos permite verificar la autenticidad de las fuentes, ni de muchos de los hechos de los que nos enteramos cotidianamente, recurrimos a la falacia de autoridad y a la ley del menor esfuerzo para cincelarnos certezas que constituyen nuestras creencias. Estas, obtenidas de las notas que se transmiten en diarios, noticieros televisados y de radio, revistas de análisis, en redes sociales y en los relatos que hace la gente de boca en boca.

Sabemos que la falacia de autoridad consiste en defender algo como verdadero, simplemente porque lo expreso una persona famosa y suponemos que por tener notoriedad pública, también tiene la autoridad moral para que todo lo dicho por ella, sea creído. En otra vía, la ley del menor esfuerzo sostiene, que siempre hay maneras más sencillas de satisfacer las necesidades y exigencias diarias.

De hacer un gasto menor de energía y desentendernos de las cosas complicadas. Esta ley tiene mucho que ver con abandonar el control y dejarse fluir, es decir, no preocuparnos para buscar la veracidad de los dichos o de las noticias. Con estos dos factores jugando activamente en la percepción de nuestro mundo, no nos preocupamos por confirmar si el hecho, lo que se dijo o lo que apareció publicado, tiene sustento en la vida real, si verdaderamente sucedió o solo fuimos mal informados.

Vaya encrucijada, hoy la comunicación digital propicia nuevas conductas, nuevas percepciones, nuevas sensibilidades. Efectos tan atractivos, que como ha planteado el filósofo Byung Chul Han, en su libro El Enjambre, nos encandilan. Pero esa luz de los fuegos artificiales de la tecnología, no nos permite reparar en sus consecuencias, particularmente en la falta de respeto. Esta palabra proviene de respectare, que significa mirar hacia atrás, un mirar de nuevo, que propicia el contacto educado con los otros. El respeto presupone una mirada distanciada, un pathos, una emoción que cautiva a lo lejos.

En estos tiempos, hemos cambiado el respectare por el spectare, vocablo del que toma su raíz la palabra espectáculo. Un alargar la vista a la manera de un mirón, una actitud que adolece del respeto, lo que engendra una sociedad sin recato. Sin ese pathos de la distancia, se llega a la sociedad del escándalo, del espectáculo en su aspecto negativo.

Desde la perspectiva del filósofo surcoreano, el respeto constituye la pieza fundamental para lo público. Donde desaparece, se extingue lo social. La decadencia de la vida comunitaria y la creciente falta de respeto se condicionan recíprocamente. Lo público presupone entre otras cosas, apartar la vista de lo privado bajo la orientación de la mesura.

El distanciamiento es constitutivo del espacio público. Hoy en cambio, reina una total falta de distancia, en la que la intimidad es expuesta públicamente y lo privado se hace público. Cuando sucede esto, ya no se necesitan argumentos para debatir, se pasa a la descalificación y al desprestigio del adversario. Sin distancia, no es posible ningún decoro.

El entendimiento presupone una mirada distanciada, pero cierta comunicación digital, trastoca las distancias, las acorta y las encubre en el anonimato. El respeto va unido al nombre, anonimato y respeto se excluyen entre sí. La comunicación anónima, que es fomentada por el medio digital, destruye masivamente el respeto.

Es en parte, responsable de la creciente cultura de la indiscreción y de la falta de cortesía. Por ello, ahora los debates ya no se dan en la arena de las ideas, sino de lo personal, de lo privado y de la falta de razones sobre los temas nacionales. Todo es blanco y negro, el tener la razón o carecer de ella, dependiendo de la orientación política que se decida adoptar.