ENVÍO DIPLOMÁTICO

Crónica migratoria

Puede persistir discriminación, xenofobia y racismo hacia a los migrantes, cuando no se entiende el contexto de la movilidad migratoria, particularmente cuando responde a una migración forzada

OPINIÓN

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Omar Hurtado / Envío Diplomático / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Me sentí sumamente avergonzado y miserable mientras la mujer tomaba unos cuantos pesos de mi mano para contener el hambre del día. Caminaba acompañado de mi hijo de escasos trece años, cuando me topé con una familia de migrantes proveniente del país X, de América del Sur, varados en México y quienes me solicitaron ayuda. En su embajada les habían cerrado las puertas.

La familia estaba integrada por varios miembros entre los que se encontraban una niña y un niño, cercanos a la juventud, quienes me miraban angustiados en espera de mi respuesta. Su destino era Estados Unidos. Impotente y con la boca amarga después de conversar con ellos y sin poder prestar mayor ayuda seguí mi camino, con mi hijo también desconcertado, hacia la estación del metro Hidalgo rumbo a casa, mientras trataba de adivinar la suerte que tendrían esos dos jovencitos y su familia rumbo a su destino. Me preguntaba dónde podrían pasar esa noche, en esta inmensa selva de concreto, sobrepoblada y muchas veces insensible y agresiva llamada Ciudad de México.

Puede persistir discriminación, xenofobia y racismo hacia a los migrantes, cuando no se entiende el contexto de la movilidad migratoria, particularmente cuando responde a una migración forzada. Van en busca de sobrevivencia y subsistencia, de mejores oportunidades de vida y un futuro de esperanza para sus hijos.

La gente emigra por violencia en su país, pobreza extrema, cambio climático o reunificación familiar, las razones son diversas. Muchos migrantes no acceden a una emigración regular y segura porque carecen de la documentación necesaria, por razones económicas o por disposiciones migratorias complejas en el país elegido.

Son sumamente vulnerables: quedan a expensas de coyotes, transitan por rutas peligrosas, quedan expuestos a enfermedades y son endebles ante la corrupción de autoridades migratorias y policiales, pandillas y ante el crimen organizado. Muchos niños, niñas y adolescentes cruzan las fronteras con o sin sus padres, se apilan en transportes inseguros y quedan expuestos a la explotación laboral y sexual; generalmente no tienen acceso a la protección y a los servicios esenciales en los países de tránsito.

Su detención por autoridades migratorias y separación familiar son experiencias traumáticas que llevarán toda la vida. Algunos datos de la Unicef son devastadores cuando se trata de menores. De acuerdo a este organismo en América Latina y el Caribe los menores de once años conforman el grupo más numeroso en el segmento de niños, niñas y adolescentes migrantes; los niños, niñas y adolescentes representan el 25% de las personas migrantes en la región; se observa que este tipo de migración ha alcanzado altos índices en puntos clave migratorios como es la Selva del Darién, entre Colombia y Panamá, en el desplazamiento migratorio haitiano y venezolano y en países Centroamericanos y México.

Aún prevalecen prejuicios hacia los migrantes que afectan la vida de muchas personas, a quienes se les ha negado los derechos y las oportunidades que les corresponde, particularmente cuando dejan sus países por desplazamientos forzados.
 

La movilidad de las personas no debe entenderse sólo como un problema, sino como un hecho que ha prevalecido a través de la historia y como un fenómeno social real que requiere atención y soluciones. Es necesario avanzar hacia una migración ordenada y segura, con respeto a la dignidad y a los derechos humanos de los migrantes. Pero tristemente parece que esta opción aún está muy lejana. 

POR OMAR HURTADO
EMBAJADOR EN RETIRO
TWITTER: @JOMARTW

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