LA NUEVA ANORMALIDAD

El nuevo marxismo (y su Marko, teórico)

El contenido de los libros de texto está en el foco de la discusión pública, pero la educación es demasiado importante para ponerla en manos de los políticos

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

“El llamado a los padres de familia es a que, si les dan estos libros de texto, ya sea que los destruyan en su totalidad o que las hojas o partes que no coincidan con la educación de sus hijos simplemente sean retiradas”: la declaración del presidente del PAN no sólo resulta torpe –destruir libros es cosa de la Santa Inquisición o del Tercer Reich–, no sólo es de un anti intelectualismo preocupante –los libros deben ser discutidos, no destruidos–, no sólo deja a los niños a merced de los prejuicios de sus padres ­–imaginémoslos creacionistas, homófobos o misóginos– sino, más grave aún, evidencia que el líder del principal partido de oposición no entiende cuál es el problema no sólo de los libros de texto sino del modelo educativo y la idea de mundo que han dado lugar a ellos.

Lo escribió Carlos Loret de Mola ayer: “El problema no son las erratas que siempre las hay. No es la fecha de nacimiento de Benito Juárez o el error en una de las operaciones con fracciones”. Para Carlos, “el problema es el uso de la educación pública para la difusión del falso evangelio obradorista”, entre cuyos preceptos lista “la satanización de las aspiraciones del individuo, la condena del éxito económico, la minimización de las matemáticas por considerarlas neoliberales, el despreciar la ciencia porque dicen que sirve a los intereses económicos de grandes corporativos”. Asiento pero también amplío.

He dado más de una ojeada a los libros de texto y he leído a conciencia sus textos de presentación. Obviaré por sabido que se trata de piezas sobreidelogizadas y trasnochadas, trufadas de referencias a Bakunin y al Poema pedagógico de Makarenko. Preferiré señalar con preocupación que esos textos, y el enfoque general de la Nueva Escuela Mexicana todo, resultan –manifiesto que son– de un solipsismo rabioso.

Champurrado de obradorismo militante, freirismo radical, psicologismo pop,  descolonialismo buenaondita, pobrismo modo Ismael Rodríguez, culpa de clase y tantita pedagogía de vanguardia –lo del aprendizaje por problemas no está mal–, los textos introductorios parecen más preocupados por la lucha de clases que por la lucha en la clase, es decir por los retos del aula. ¿Necesita un profe de Santiago Papasquiaro o San Andrés Tuxtla discutir a Rancière (por cierto la única referencia filosófica no soviética en el marco teórico)? ¿O más bien herramientas para complementar una formación docente a menudo deficiente y retener a los alumnos de cara a la doble amenaza de la pobreza y el narco? ¿Precisa el alumno quebrar las cadenas de una opresión de la que es sujeto nomás por decreto del Ejecutivo o saber quebrados?

Entre Marx (Arriaga) y su Marko (teórico) sólo cabe una conclusión: la educación es demasiado importante para ponerla en manos de los políticos.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

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