LA ESCENA EXPANDIDA

Una juventud no muy rebelde, pero con muchos sueños

Una nueva generación de intérpretes se está abriendo camino; ojalá sigan por la ruta de la renovación de los lenguajes que la danza del siglo XXI exige

OPINIÓN

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Juan Hernández / La escena expandida / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Asistimos a la función de un colectivo de reciente creación nombrada Ehécatl (Dios del viento), y como ya es costumbre en las temporadas de danza contemporánea, este grupo tuvo acceso al Teatro de la Danza por única ocasión, el martes 22 de agosto, a las 20 horas. Una muy mala costumbre de las instituciones es la de programar temporadas de danza que no permiten que las obras maduren, que encuentren a su público y se conviertan en algo más que un garbanzo de a libra.

Pero eso lo hemos dicho tanto, y como la respuesta de los funcionarios casi siempre es que no hay tanto público para una temporada larga (y cómo lo habrá con temporadas tan cortas que no alcanzan a llamar la atención de alguien), demostrando que todo es cuestión de dinero, lo mencionamos aquí de paso, solo para ver si llega a oídos de algún funcionario sensible (que los hemos tenido).

Regresando a la función de Ehécatl: se trata de un grupo de jóvenes recién egresados de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea, integrado por Celeste Cantón, Fernanda Gómez, Asael Chávez, Jennifer González, Marlén Gutiérrez, Michelle León, Valentina Merino, Ximena Padilla, Ricardo Ramos, Daniela Rocha y Diego Saldaña.

Presentaron tres obras: Superior performance (El convivio carnavalesco de los cuerpos sacros), de Rosa A. Gómez; Blink, de Alberto Pérez; y Mar abierto, de mis adentros. La odisea de mi yo cambiante, de Ester Lopezllera (así se escribe). No se asusten, así son los títulos de las obras de danza; los creadores deberían cambiar ya esta costumbre de tratar de hacer poesía en los nombres de las coreografías, porque, lo siento, casi nunca lo logran, y sí alejan al público con el hermetismo que generan.

De las obras coreográficas no hay mucho que decir, excepto de la de Ester Lopezllera. Las otras dos son salvadas por el diseño creativo de la iluminación, de Ivonne Ortiz, que echa luz sobre el espacio para ser habitado por los cuerpos y resaltar sus expresiones. La de Rosa A. Gómez recurre al uso de la máscara, pero no se ve el entrenamiento y el conocimiento de la técnica de la máscara como un elemento escénico que transforma el lenguaje y la forma, es decir la estética, de la creación artística. Sí, ya sé que a todos nos dicen en el programa que “no estemos fregando”, que es un performance; peor aún, porque el performance exige la fuerza del instante, del riesgo constante, y de la necesaria participación del público, lo que no existe en esta pieza, por lo que sigue siendo una coreografía.

 Tal vez no se da cuenta la creadora de esta obra de las virtudes que sí pueden hallarse en la puesta en escena, aunque sea con lupa, y es que se nota que son asuntos no planeados, que suceden de manera espontánea. De Superior performance podríamos resaltar el señalamiento que hace a la violencia contra las mujeres y también contra quien se manifiesta diferente.

Blink, de Beto Pérez, es un bocado del gusto por moverse y de manifestar en ese movimiento el ritmo del tiempo en la consciencia y en la percepción del sujeto. Una manera de señalar la finitud, pero sin profundizar en ella.

Resalta entre la flacidez del programa, la obra Mar abierto, de mis adentros. La odisea de mi yo cambiante, de  Ester Lopezllera: Bien estructurada en el espacio-tiempo. Elocuente en su dimensión poética y de una precisión en la intención del movimiento y el uso de los elementos escénicos para convocar y poner frente a nuestros ojos la dimensión inmensa del mar.

Por otro lado, está el frenesí y la fuerza de esos cuerpos jóvenes que se entrelazan para generar un gran espectáculo de sueños, de esperanza, de amor, de deseo. Los bailarines son en este programa la joya de la corona. Tienen virtudes excepcionales y pueden hacer lo que les plazca.  

No cabe duda tampoco que los intérpretes están en su mejor momento en términos de capacidades físicas, pero falta aún la experiencia. Ese asunto que en la danza se vuelve una paradoja dolorosa. Cuando eres joven tienes la virtud de la flexibilidad y la fuerza física, y cuando alcanzas la experiencia, el cuerpo está en el momento de su retiro. De ahí la importancia de la dirección escénica en la danza, para que los jóvenes tengan esa experiencia de los creadores a la cabeza, con quienes trabajan.

A pesar de lo que se haya dicho en relación con los elementos débiles del programa, ha sido una función inspiradora, gracias a que en ella se expresan cuerpos nóveles, ansiosos por comerse el mundo, soñadores, con una pureza en el lenguaje de sus cuerpos, todavía no tocados por la tentación del mercado.

Aunque no pueden negar la cruz de su parroquia, como señala el dicho popular, ya que es evidente la influencia de sus maestros (casi todos miembros de la generación de los años 80 y 90 del siglo XX), los jóvenes trabajan en una dirección distinta, que de llegar a consolidarse podría ser el nacimiento de una nueva compañía artística, aunque por el momento, ellos ven a este programa dancístico como una acción de coyuntura. Bienvenidos entonces a la selva de la creación en México. Suerte en su andar, con la consciencia de que hacen falta, urgen, los relevos generacionales para darle a la danza mexicana un nuevo aire, así como para revolucionar los lenguajes para poner a esta disciplina artística en el nivel que exige el siglo XXI. 

POR JUAN HERNÁNDEZ
IG:@JUANHERNANDEZ4248  
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