OMNIA

Solares, explorador de lo invisible

En la sala mortuoria de Ignacio Solares (Ciudad Juárez, Chihuahua, 1945-Ciudad de México, 2023)

OPINIÓN

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Eduardo R. Huchim / Omnia / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

En la sala mortuoria de Ignacio Solares (Ciudad Juárez, Chihuahua, 1945-Ciudad de México, 2023) había el viernes 25 de agosto dos grandes coronas de flores que destacaban por su tamaño. 

Una de ellas era de la Revista de la Universidad de México, que dirigió durante más de diez años, y la otra era de “Francisco I. Madero”, enviada por alguien que seguramente quiso recordar una de las más celebradas obras del escritor, dramaturgo, periodista, editor… y explorador de lo invisible, lo mágico, lo místico, lo misterioso, lo onírico, de mucho de lo que no se ve, pero existe, está ahí.

Madero, el otro puso el acento en la dualidad del héroe de 1910. Rico y místico, pacifista y revolucionario, halló en los espíritus su destino. Esa obra, Delirium tremens y la Noche de Ángeles dieron fama a Ignacio. 

El nuevo siglo trajo la que para mí es su novela mayor, No hay tal lugar (Alfaguara 2003). Aquella novela con protagonistas jesuitas en la Sierra Tarahumara acompañó al escritor en sus horas finales. Su compañera de vida, Myrna Ortega, sintiendo la cercanía de su partida, le leyó un fragmento, aquel donde Susila le dice a una mujer agonizante:

-La vida fluye, silenciosa e irresistiblemente hacia una paz viviente… y hacia esa paz estás flotando ahora… Abandona este pobre viejo cuerpo. Ya no lo necesitas. Deja que se desprenda de ti. Suéltate ahora, suéltate del todo, deja aquí ese cuerpo gastado y sigue adelante. Sigue, avanza hacia la luz, hacia la paz, hacia la viva paz de la clara luz”.

El dato se lo debemos a un entrañable amigo de Ignacio y coautor con él del libro Novelista de lo invisible – Conversación con José Gordon. Exploración, búsqueda de lo invisible es quizá la mejor manera de definir la obra de Ignacio. Ahí, en sus libros, lo que no se ve, lo sobrenatural, lo espiritista son huéspedes frecuentes y sus protagonistas hablan y discuten de manera normal con los espíritus y estos incluso dialogan entre sí. Su literatura es disfrutable, deleitosa, capturadora de lectores.

A causa de la variedad de actividades y ámbitos en los que incursionó desde muy joven -veinteañero él compartió labores de edición con Octavio Paz y Vicente Leñero-, no es exagerado afirmar que Ignacio Solares era un periodista y escritor todo terreno. Pero no sólo eso. También era un aficionado taurino que muchos viernes se conectaba a una videocharla con Roberto Calleja y otros aficionados, para hablar de toros y también de literatura y política. Un dato poco conocido es que Ignacio fue juez de la Plaza México por un breve lapso y hace algunos años fue cronista taurino de El Universal, diario en el cual publicó -hasta fines de noviembre de 2022- su columna de aforismos Minucias, que ofrecían reflexión, dudas, crítica y también guiños de humorismo al lector. 

Una de sus últimas minucias publicadas, por ejemplo, decía: “Lo que no hagas aquí, te va a costar más trabajo hacerlo después de muerto”.

Plus online: Una comida postergada

A fines de enero de 2023, le escribí por correo electrónico a Ignacio para preguntarle sobre su salud y sobre la reanudación de sus Minucias. Me contestó:

“Querido Eduardo: En efecto, he andado con un problema de salud, me dio una pulmonía fuerte. Ya estoy saliendo de todo lo que implicó y yo calculo que, en un par de meses, pueda ser el mismo de antes para invitarte a comer, con Don Genaro”.

El tercer comensal era Genaro David Góngora Pimentel, ex ministro y ex presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. 

Ignacio y Genaro habían nacido ambos en el estado de Chihuahua, pero no se conocían, hasta que les hablé a uno del otro y al otro del uno y les propuse una comida, que se efectuó en La Cava, el célebre restaurante que estuvo en Insurgentes Sur, al que Ignacio llamaba “el comedor de la UNAM” porque habitualmente concurrían directivos y académicos de la cercana Universidad Nacional, además de otros personajes del mundo cultural.

Ignacio se fue y la comida no se materializó, pero no pierdo las esperanzas de que alguna vez, ahí donde le gustaba explorar, ahí donde el tiempo no cuenta ni se cuenta, nos encontraremos los tres. Seguro ahí estará Ignacio, con un libro en la mano, esperándonos. “Yo soy más lector que escritor”, solía decir el entrañable autor, cuyo libro póstumo, una selección de sus Minucias, aparecerá próximamente. 

-Hay que seguir leyendo a Ignacio -me dijo Myrna, su Myrna, en medio de un dolorido abrazo el viernes pasado.

Y así será. Su obra es un tesoro que espera ser descubierto por nuevos lectores, además de redisfrutado por quienes ya lo conocen.

“El libro es un ser muerto, hasta que llega el lector a revivirlo”, escribió alguna vez Ignacio.

EDUARDO R. HUCHIM

COLABORADOR

@EduardoRHuchim

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