LA NUEVA ANORMALIDAD

¿Por qué Taylor Swift?

¿Cómo explicar la Taylormanía? ¿Qué lleva a que alguien que no causa polémica desate pasiones? Más aún, ¿qué nos dice Taylor Swift de nosotros?

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Hace cosa de una década que ubico a Taylor Swift, cosa de un lustro que asisto de manera distraída al entusiasmo más bien distraído de mi esposa por ella. (Llegadas nuestras edades, la moral se hace cada vez menos distraída, la cognición cada vez más.) Conozco el video aquel en que la cantante es un patito feo que es bailarina de ballet (muy simpático), he aprendido que la canción se llama “Shake It Off”, y puedo reconocerla pero, me temo, no tararearla. He visto un concierto filmado suyo, y me pareció muy deslumbrante, o al menos eso recuerdo entre cabeceos. (A mis años, uno pierde entusiasmo por la música nueva.) Eunice me hizo ver una suerte de video expandido de una canción, ”All Too Well”, que hace de ésta punto de partida de un cortometraje en que, si bien resulta clara la influencia confesa de Noah Baumbach, también se hace patente la emergencia de una voz cinematográfica propia.

En suma, me parece que Taylor Swift está muy bien –multitalentosa, trabajadora, simpática, guapa– pero lo mismo podría decir de Katy Perry o Dua Lipa. De ahí que en los últimos meses haya asistido con azoro a su dominio de lo que ha dado en llamarse “la conversación” en México. Otras figuras femeninas han compartido con ella la reciente ineludibilidad cultural: Barbie, Xóchitl, Wendy. Cada una resulta sin embargo más comprensible como foco de atención por concitar siquiera tantito morbo. Swift, en cambio, cae bien a todos. ¿Es posible no ser ni mínimamente polémico y desatar verdaderas pasiones?

Hurgo en pos de respuestas. El editor de cultura del Sidney Morning Herald nada ofrece de mayor hondura que la constatación de que cientos de miles de australianos parecen unidos por una experiencia alegre, y eso es digno de celebración. Un buen ensayo publicado en The New Yorker tampoco aventura una hipótesis pero sí arroja algunas pistas: “Los Swifties son de una amabilidad conspicua” y “Cada persona con la que hablé en el concierto resultó la persona más amable que he conocido”, dice la autora Tyler Foggatt, antes de diagnosticar el poder mágico de Taylor: el de transformar “un estadio de fútbol, sede habitual de agresión masculina, en un santuario de feminidad alegre. Era como la Marcha de las Mujeres pero con lentejuelas en vez de pussy hats, y con un número acaso equiparable de hombres aliados”.

El pasaje confirma lo que he venido pensando en los últimos meses: la idea, acaso ingenuamente esperanzada, de que podríamos estar trascendiendo la polarización como signo de los tiempos. Quizás nuestra Taylormanía acuse ganas de pelear menos, de que los demás nos caigan bien, de bajarle a la militancia y subirle a la interlocución, de escuchar.

Si un adjetivo me viene a la mente al pensar en Taylor Swift es “constructiva”. Es una hermosa palabra. Y una que parecíamos haber olvidado.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG Y THREADS: @NICOLASALVARADOLECTOR

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