COLUMNA INVITADA

¿Deuda con la verdad?

Citando al actor Jared Harris —quien interpretó al químico Valery Legasov, principal responsable de contener el desastre—, “Con cada mentira que decimos, incurrimos en una deuda con la verdad

OPINIÓN

·
Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El día de hoy es reconocido, desde hace catorce años, como el Día Internacional contra los Ensayos Nucleares. A casi 80 años de la primera explosión atómica en Nuevo México, el poder inmenso (y en ocasiones devastador) de la energía nuclear continúa generando en nuestra conciencia colectiva, al mismo tiempo fascinación y terror. Nos ofrece, sin duda, una eterna Espada de Damocles, pendiendo sobre nuestros cuellos, y también la posibilidad de iluminar ciudades enteras sin el impacto ambiental de los combustibles fósiles, sin las dificultades técnicas y la impredecibilidad de las energías solar o eólica. Pero este inmenso poder exige también un inmenso respeto, pues el precio por subestimarlo puede resultar terrible.

Esta lección la aprenderían los operadores de la planta nuclear de Chernóbil en Ucrania, de la entonces Unión Soviética, que en abril de 1986 se convirtió en el escenario del mayor desastre nuclear en la historia, uno que habría de amenazar, en su momento, con reducir naciones enteras, habitados por decenas de millones, a páramos desolados e inhabitables.

Hoy en día todos conocemos a los responsables. Anatoly Dyatlov, Viktor Bryukhanov y Nikolai Fomin, máximas autoridades en la planta, forzaron la realización de una prueba de seguridad en condiciones subóptimas y evidentemente riesgosas, todo ello para encubrir las certificaciones falsas que habían firmado sobre la seguridad de la planta, por lo cual habían sido condecorados. Cuando la prueba predeciblemente fracasó y el reactor amenazaba con salirse de control, activaron el sistema de apagado de emergencia. Sin embargo, un defecto fatal en el diseño —ocultado intencionalmente— convertiría la planta en una bomba, arrojando toneladas de material radiactivo por los aires y amenazando la supervivencia de millones de personas.

El accidente de Chernóbil es una muestra clara de la soberbia e imprudencia de la humanidad frente a los poderes de la naturaleza —y sus terribles consecuencias— pero también es una lección sobre la importancia de la transparencia y la responsabilidad gubernamental. En su obsesión por preservar su imagen pública, los dirigentes en Moscú privilegiaron la secrecía sobre la apertura, las apariencias sobre la verdad, y el prestigio sobre la vida humana.

Según las estimaciones actuales, hasta 60 mil personas quedaron sin vida como consecuencia del accidente y millones más sufrieron indirectamente las consecuencias, perdiendo sus hogares o desarrollando enfermedades crónicas como efecto de la radiación.

Conviene recordar que nuestro país no está libre de estas preocupaciones. En el estado costero de Veracruz, la Central Nuclear de Laguna Verde produce diariamente cinco por ciento de la energía consumida en México, pero su operación en años recientes se ha visto complicada por fallos intermitentes y cuestionamientos sobre su transparencia, generando un nuevo foco de pesares.

Citando al actor Jared Harris —quien interpretó al químico Valery Legasov, principal responsable de contener el desastre—, “Con cada mentira que decimos, incurrimos en una deuda con la verdad. Tarde o temprano, habrá que pagarla. […] El costo de las mentiras no es que las confundamos con la verdad, sino que, cuando hemos escuchado suficientes, somos incapaces de reconocer la verdad.”

Con un precio tan catastrófico por pagar, quizás es un buen momento para preguntarnos si estamos dispuestos a asumir esta deuda.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

PAL