La mayor parte de las instituciones nacionales creadas el siglo pasado, contribuyeron a forjar la nación que tenemos. Instituciones sólidas y bien configuradas con políticas públicas claras y eficaces, siempre perfectibles, crean ciudadanía y progreso integral, de personas, familias y comunidades. Cuando las instituciones son endebles, por el contrario, terminan produciendo anarquía.
El estado tiene el poder suficiente que cuando actúa, aun parcialmente contra la sociedad, privilegiando sus intereses, pone en riesgo a la población en general, así como la estabilidad del propio régimen.
De manera distinta, cuando la administración se ocupa de generar capital social, la sociedad se desarrolla integralmente formando ciudadanos de profundos valores y espíritu de cooperación.
Socavar intencionalmente o por indolencia, las bases morales de un pueblo, es atentar contra la nación.
Los gobiernos se ocupan naturalmente de conquistar el poder, se esfuerzan por mantenerlo e incrementarlo, siendo que, de esta manera, producen capital político, pero no, el capital social que la sociedad requiere.
Frente a esta situación, la población, en términos generales, resiste indefensa ante la embestida de las poderosas—fuentes del poder de la información e ideologías— que no consideran prioritaria la generación de valores, de los que forjan hombres y mujeres con sólidos valores cívicos, familiares y humanos, sobre todo, en estos tiempos, que parecen más frágiles y ausentes que nunca.
Agregar a esta triste realidad, lo que sucede en el mundo del ciberespacio, el resultado para la población, entre otros datos, mental y emocionalmente, es desastroso.
Las redes sociales, son un terreno ignoto. La ciencia de los sistemas de control y comunicación que dominan éste universo tecnológico, cuentan con un histrión espejismo; «Anonymous», seudónimo mundial utilizado por diversos colectivos y personas para ocultar su identidad.
De esta manera la ciber violencia, el ciberacoso, las máquinas tecnológicas de odio y manipulación, como sabemos, son herramientas que, en manos perversas, los daños pueden ser impensables, igual para una persona que para la sociedad.
Con la práctica de la manipulación de la verdad, el manoseo de la información, así como al ocultamiento y deformación de la realidad, crean entre la población objetivo, hábitos de consumo y conducta, crean y destruyen poder, atemorizan, humillan, explotan.
En el mundo de posverdad, lo primero que muere es la verdad y con ella, la confianza y la esperanza.
Los contenidos en medios de comunicación y redes sociales, poseen tanta violencia, guerra, narcotráfico, secuestros, extorsiones, violaciones, degradación humana, que influyen de tal manera en niños y jóvenes, que los hacen inmunes a la violencia, incluso la imitan, la incluyen como parte de sus creencias y valores personales, afectando severamente el capital social de la sociedad.
Por el contrario, invertir socialmente en el desarrollo de la confianza mutua entre los ciudadanos, así como fomentar la colaboración comunitaria, aumenta el bienestar común, enriquece la convivencia,
Hemos vivido por décadas en una especie de vacio social en el mundo, sometidos a un proceso de cambio acelerado pero desajustado, en el que las realidades políticas, tecnológicas y económicas, no van a la par del desarrollo de los valores morales y culturales que unen a los pueblos, en tanto que solo privilegian intereses políticos y económicos. Francis Fukuyama advierte igualmente, que vivimos un período con enorme déficit moral dominado por la anomia y el egoísmo generalizado que debería ser sustituido por la cooperación.
Atender la protección e incremento del capital social de nuestra nación deberá ser prioridad nacional para beneficio de toda la población.
POR FERNANDO ALBERTO GARCÍA CUEVAS
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