COLUMNA INVITADA

Andrés López: “Vía crucis” del templo del Encino en Aguascalientes

Si bien su producción se distribuye generosa a ambos lados del Atlántico, será en Aguascalientes donde se encuentre su obra maestra: la ruta del martirio y la resurrección de Jesús de Nazareth en la iglesia del Encino

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Andrés López (1740-1811) fue un pintor novohispano activo desde 1763 hasta su muerte, dedicado al retrato y los episodios sacros. Vástago del también hacedor de santos Carlos Clemente López, quien estuviese vinculado con los hermanos Nicolás Rodríguez Juárez y Juan Rodríguez Juárez. Habilitado en el taller paterno, se incorporaría como maestro en la Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes de la Nueva España desde 1783 a invitación de su director Jerónimo Antonio Gil, quien lo eligió para la Sala de Figuras.

Tuvo ocasión de inspeccionar la tilma de la Virgen de Guadalupe, en calidad de miembro de la comisión (1787) encabezada por José Ignacio Bartolache y Díaz Posada, sabio editor de “El Mercurio Volante”, periódico de divulgación científica, cuyo “Opúsculo guadalupano” se publicara de manera póstuma el año de su deceso. Suele asociársele con José de Alcíbar por su estilo manierista, quien fuera su compañero en la Academia, siendo titular de la Sala del Natural junto a Francisco Clapera, que participó en la edición de “Maravilla Americana”, fervorín piadoso escrito por Miguel Cabrera, para demostrar la naturaleza sobrehumana de la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Si bien su producción se distribuye generosa a ambos lados del Atlántico, será en Aguascalientes donde se encuentre su obra maestra: la ruta del martirio y la resurrección de Jesús de Nazareth en la iglesia del Encino. Pero empecemos por el principio. El cura Mateo José de Arteaga consiguió el lote para erigir una capilla, la cual fue dedicada probablemente al arcángel San Miguel, el 4 de octubre de 1764 para conmemorar la milagrosa aparición un 13 de noviembre de la imagen del hijo de dios, cuando un vecino del lugar al talar un encino se percató que dentro del tronco se hayaba resguardada la representación de Jesucristo. La devoción condujo al sacerdote Vicente Flores Alatorre a iniciar el levantamiento de un templo advocado al Cristo negro el 12 de enero de 1773, empresa concluida por el párroco Miguel de la Ros, al dedicarse el recinto los días 10 y 11 de marzo de 1796. La fachada integra cuatro nichos que albergan a los evangelistas; falsos, pues no están remetidos, sino que las basas de dos están empotradas en el muro y coronadas por conchas, mientras que las otras dos descansan en peanas sobre columnas-pedestales sin que se cubran sus testas. El 19 de junio de 1854 alcanzó la dignidad de parroquia. Y para no desentonar con la modernidad porfiriana a la base del campanario se le integró un reloj de repetición el 19 de febrero de 1878. El inmueble corresponde a la última manifestación del barroco, la del culto al estípite, con ciertos rasgos neoclásicos, percibibles en la torre-campanario de tres cuerpos. En su interior, emplazado a ambos lados de la nave se despliega el Vía Crucis (del Pretorio al Calvario), colección pictórica realizada entre 1798 y 1801 en formato monumental.

Su obrador se encontraba en la calle de las Moras, del casco viejo de la ciudad todavía virreinal. En esos últimos estertores, Andrés López nunca hubiera imaginado que una Virgen de Guadalupe (1805) de su fábrica se convertiría en el símbolo libertario alzado por Miguel Hidalgo y Costilla en aquella arenga, conocida como “el grito”, que desatara la tormenta de la insurrección contra el dominio español en estas tierras americanas ya entonces con vocación de mexicanas. El azar convirtió un magnífico cuadro de caballete en un estandarte combativo.

Sobresale la imagen que pintase de Cayetano Torres Tuñón (1787), lienzo resguardado en el Salón General de Actos “el Generalito” del Colegio de San Ildefonso, riquísimo y cultérrimo prelado con cuyos libros y manuscritos se integrase la biblioteca turriana (por su apellido) base y plataforma de la Biblioteca Nacional fundada en 1833 por el vicepresidente de México don Valentín Gómez Farías, el liberal más trascendente y luminoso de nuestra historia patria, si bien Maximiliano (1865) y Benito Juárez (1867) la fortalecieron. Bien merece un gesto de memoria el hacedor del símbolo soberanista por excelencia de nuestra historia.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ

COLABORADOR

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