MIRANDO AL OTRO LADO

La violencia lo es todo

La violencia en México permea todos los intersticios de la sociedad mexicana

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La violencia en México permea todos los intersticios de la sociedad mexicana. Nada, absolutamente nada, se le escapa. Desde lo más alto a lo más bajo. Desde todas las actividades y profesiones hasta el quehacer más remoto y humilde. Todo México trae el sello de la violencia.

En Argentina un feminicidio provoca masivas manifestaciones de protesta. En México el asesinato de una mujer a cuchillazos por un hombre en la calle, con filmación en la televisión, solo provoca demandas a que la policía haga algo. Todo sigue “normal”. Una niña en Argentina de 11 años fue asesinada y las campañas presidenciales se detuvieron en seco, por respeto. En México nada pararía una campaña presidencial.

Hemos normalizado la violencia. O, dicho de otra manera, hemos incorporado la violencia como parte central de la vida cotidiana de la nación que vive con resignación y con un extraño, por no decir perverso, sello de dignidad, humildad y derrota íntima.

Es costumbre decir que la familia es lo más importante para las y los mexicanos. Pero la estadística que registra la violencia dice otra cosa. El mayor índice de violencia dentro de las familias es, en primer lugar, contra los ancianos. Los hijos les despojan de sus bienes, los golpean (muchas veces para hacerse de sus tarjetas del Bienestar) y los echan a la calle, sin más que su ropa del momento.

En segundo lugar, las niñas especialmente, pero también los niños, son brutalizados, esclavizados, violados, golpeados y asesinados dentro de ese recinto “sagrado” conocido como su casa. Esto nos lo enseñan las estadísticas oficiales, por tanto, no es una visión deprimente y novelesca.

El hogar es el semillero de la violencia que, luego, se expande hacia los poros íntimos y públicos de la vida social. Sin embargo, esa violencia hogareña es producto de generaciones que se reprodujeron en el mismo caldo de cultivo. ¿Esto hace que México sea una sociedad más violenta que otras? Quizá la violencia es la norma de la vida humana.

Las guerras de conquista y despojo siempre han existido. Ahí está el caso Rusia en una aberrante y loca invasión contra un país que no lo amenazaba. ¿Por qué invadió Ucrania? Porque pensó que lo podía hacer impunemente y obtener una recompensa rápida.

La violencia escala a otros ámbitos de la vida social. Las escuelas y los lugares de trabajo son el caldo de cultivo de conflictos, rencillas, envidias y odios. Tanto en las escuelas como en el trabajo hay rencores de unos contra otros. Se hacen amistades, cierto, pero también se cultiva el tribalismo. Es decir, la creación de grupos para enfrentar a “los otros”. La violencia dentro de las escuelas ha crecido de forma alarmante, con los estudiantes y profesores a veces en un plan de guerra, los unos contra los otros.

Ese contexto social es creador de violencia, pero no necesariamente en extremis. Son ámbitos en los que existen ciertas reglas legales y normas sociales que sirven para atemperar las pasiones más violentas que, en algunos casos, pueden explotar fuera de control.

Lo que sucede es que ni las escuelas ni los lugares de trabajo están exentos de las realidades del contexto más general de la sociedad. Y ese contexto es donde la violencia está fuera de control.

La existencia de un verdadero ejército del narcotráfico, y con sus criminales adjuntos de poca monta pero desesperados por actuar, es algo que la sociedad no quiere entender en toda su dimensión. La mera existencia de ese ejército de miles de soldados del crimen, actuando en un ambiente de impunidad total, es suficiente para provocar la desmoralización total de la ciudadanía.

¿Quién se atreve a resistir a la fuerza de las armas del crimen? Y más, ¿cómo vivir en ese ambiente de violencia, coacción y falta de Estado, sin buscar un mecanismo subjetivo de “normalización para poder vivir”?

Pero además, ¿por qué el Estado no reacciona ante la realidad, para aliviar la pena y angustia ciudadana? ¿De hecho, dónde está el Estado?

El Estado está ocupado en otras cosas. Primero, México tiene un jefe de Estado que habla todos los días sobre varias cosas que le importan a él, pero no a la ciudadanía que, mientras tanto, se oculta en sus refugios contra la violencia. De hecho, dice, un día sí o otro también, que el tema de la violencia está bajo control, y los opositores son los que lo exageran.

Sin embargo, ese jefe de Estado agrede todos los días a actores de la sociedad, aunque nunca a los transgresores de la ley. Critica a figuras que considera podrían amenazar su poder e investidura, como Claudio X González, Enrique Krauze, Lorenzo Córdova y un largo etcétera. ¿Quiénes son ellos? La mayoría del pueblo no necesariamente los identifica. Pero el Presidente dice que protege al “pueblo” en contra de intereses mafiosos.

¿El jefe de Estado combate los intereses mafiosos de los criminales? No. “Combate” intereses que son indefinidos, poco claros e intangibles. Pero ante ellos el Presidente tiembla.

Es decir, el jefe del Estado permite al crimen operar en todo el territorio, incluso defendiéndolo, pero sí ataca a esos intereses ciudadanos nunca bien definidos pero que aterran, especialmente al propio Presidente. Cuando Ecuador dice que el cártel de Sinaloa está detrás del asesinato de un candidato presidencial, el presidente mexicano defiende al cártel. Incluso la flamante secretaria de Relaciones Exteriores dice, en Washington, que es injusto acusar al cártel de Sinaloa de semejante acción. Inexplicablemente, el Estado mexicano se empeña en defender al cártel de Sinaloa, como si fuera su gran aliado.

¿Cómo no se va a sentir desamparada la sociedad, viendo al jefe de Estado atacar a ciudadanos, en vez de los narcotraficantes y criminales? Peor aún es la constatación de que las Fuerzas Armadas no se emplean para frenar a quienes transgreden día con día a la ley, sino para espiar a los “enemigos” del Presidente, construir sus grandes obras y, de paso, beneficiarse al convertirse en una nueva clase burguesa empresarial, vestidos de verde olivo.

Algo anda mal en las prioridades nacionales. El jefe de Estado agrede violentamente a actores de la sociedad todos los días, normalizando la agresión verbal, que pronto será física. Pero también protege abiertamente a los criminales. Y desvía la atención de los militares de sus responsabilidades constitucionales de proteger a la sociedad del crimen.

Resulta, entonces, que el Estado propicia y facilita la violencia en la República, siendo émulo nacional del maltrato que se vive a nivel del núcleo familiar. El Presidente es el vehículo de mayor calado en la normalización de la violencia en México. Ha fomentado que la violencia sea el dato más prevalente en la vida cotidiana de todas y todos los mexicanos. Tendrá que hacerse cargo de ese crimen de lesa humanidad que ha cometido, especialmente ahora que se vuelve un ciudadano sin el manto protector presidencial.

POR RICARDO PASCOE

COLABORADOR

ricardopascoe@hotmail.com

@rpascoep

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