COLUMNA INVITADA

¿Quién merece una nación?

El concepto de nación, una idea comúnmente asumida, envuelve a cada persona

OPINIÓN

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Ignacio Anaya Minjarez / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

El concepto de nación, una idea comúnmente asumida, envuelve a cada persona desde su nacimiento en la sociedad contemporánea. En realidad, la única condición para pertenecer a un país, a pesar de sus diversas variaciones, es simplemente existir. Hoy en día, en pleno siglo veintiuno, el Estado-nación se erige como la principal organización política mundial. Se impone la necesidad de formar parte de una comunidad soberana; existen procesos de naturalización y cada texto legal (Carta Magna) aborda la cuestión de la nacionalidad a su manera. No obstante, hay excepciones complejas, como el fenómeno actual de los expatriados.

¿Quién merece una nación? Esta pregunta rara vez se formula, ya que la respuesta suele darse por sentada. La mayoría cree que todos la merecen. No es inusual que los movimientos de secesión o referendos aspiren a la creación de nuevas naciones a partir de las ya existentes; pensar en alternativas a este modelo es complicado, incluso imposible. Un problema emergente radica en cómo cada sistema define la ciudadanía o a los miembros de una nación, a menudo a través de una visión homogénea del ser humano.

A mediados del siglo diecinueve en Estados Unidos, entre varias posturas antimigratorias, el New York Times escribía: “Existe un deber que instamos encarecidamente a la simple y buena sensibilidad de nuestros ciudadanos adoptados. Es el deber de americanizarse. No deberían agruparse para la preservación de las costumbres, hábitos e idiomas de los países de los que provienen.” Mientras tanto, la mitad del país consideraba a la población afrodescendiente una propiedad. Si hablamos de incongruencias e hipocresías, la humanidad no tiene igual. Quizás esto sea parte de la naturaleza humana.

La noción de que cada individuo necesita una nación es fruto de las concepciones modernas sobre la soberanía y el nacionalismo, siendo este último una grave consecuencia de dicho pensamiento. Se utiliza la otredad para forjar comunidades imaginarias en torno a ciertos ideales. Las personas no están limitadas a áreas concretas; dividir el mapa de esta manera es un error. Uno de los efectos, que se viven hasta la fecha, se observa en los conflictos entre los grupos dominantes y las minorías.

La visión homogénea que cada nación tiene de sus ciudadanos a menudo oculta la diversidad inherente a la humanidad, conduciendo a situaciones de exclusión y marginación. Aunque la creencia predominante es que todos merecen y necesitan un Estado-nación, como si se tratara de un privilegio, esta idea puede ser limitante al tratar de concebir alternativas que puedan enfrentar los retos contemporáneos de la globalización y las culturas.

POR IGNACIO ANAYA

COLABORADOR

@Ignaciominj

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