CUERPO Y ALMA

¡Perdón por mis uñas!

Claro que la apariencia importa y la primera impresión nunca se olvida. Aunque sería fantástico un mundo en el que sólo valoráramos a las personas por su interior y no por su aspecto, la verdad: es imposible

OPINIÓN

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María Elena Esparza Guevara / Cuerpo y Alma / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Naces, creces, juegas a maquillarte, aprendes que para agradar necesitas “arreglarte” —como si algo estuviera descompuesto—, una parte de ti muere porque confundes autocuidado con la exigencia social de tus roles de género. Así se podría resumir la carga estética de nuestra existencia femenina.

Claro que la apariencia importa y la primera impresión nunca se olvida. Aunque sería fantástico un mundo en el que sólo valoráramos a las personas por su interior y no por su aspecto, la verdad: es imposible. No lo niego ni quiero ser ilusa, pero sí invitarte a una reflexión hacia un filtro más consciente de los juicios sociales basados en la imagen; para empezar, los que se detonan frente al espejo.

Y es que, curiosamente, en semanas recientes varias amigas y colegas han interrumpido alguna reunión social o de trabajo para disculparse por no haberse hecho las uñas, porque no les dio tiempo de retocarse las raíces y hasta por las ojeras que provoca la falta de sueño. De este tamaño es la presión para vernos bien y así de profunda la interiorización de esas expectativas.

La Organización Mundial de la Salud define el autocuidado como el conjunto de acciones que tomamos para proporcionarnos salud mental, física y emocional. Es hacernos responsables de nuestro bienestar y respondernos honestamente qué necesitamos para sentirnos bien. El problema es que cuando se cruza esta idea con los roles y estereotipos de género, la situación se pone más confusa.

El impuesto rosa es un fenómeno mercadológico estudiado desde hace décadas. Incluso la Profeco, que dirige Ricardo Sheffield, ha alertado del sobreprecio de hasta 264% en productos de higiene femenina que hacen lo mismo que sus equivalentes para hombres, como desodorante o rastrillos. Si además consideramos la brecha salarial, la desigualdad se acentúa.

Cuando el manicure deja de ser una rutina para consentirte y se convierte en una obligación, es tiempo de reflexionar. Libérate de la pena y culpa por no pintarte las uñas o las canas: eso sí que es autocuidado. 

Recordemos que el mandato de belleza es uno de los más demandantes para las mujeres. El fin de semana veía de nuevo “Lo que el viento se llevó” y no deja de sorprenderme la escena donde Scarlett O’Hara cuestiona la obligación de tomar una siesta para refrescar su aspecto en lugar de participar en la conversación política de los hombres. La película tiene más de 80 años… y también el negocio.

POR MARÍA ELENA ESPARZA GUEVARA 
FUNDADORA DE OLA VIOLETA AC
@MAELENAESPARZA

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