MIRANDO AL OTRO LADO

Sin una gota de alegría

Recuerdo haber escuchado a Alejandro Aura decir que “López Obrador gobernaba sin una gota de alegría”

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Recuerdo haber escuchado a Alejandro Aura decir que “López Obrador gobernaba sin una gota de alegría”. Se refería, por supuesto, a López Obrador cuando era jefe de gobierno de la Ciudad de México. Alejandro veía una actitud agreste, oportunista y muy poco empática en las acciones y conductas de López Obrador hacia la ciudadanía durante su gestión.

El comentario de Aura viene al caso observando cómo se conduce, en 2023, el mismo López Obrador, ahora como presidente. Sí se traza una línea directa entre ese gobernante de la capital y el presidente, la congruencia es asombrosa. Dicho de otra manera, si a López se le hubiera estudiado más cuidadosamente en el 2000, cualquiera se habría percatado cómo se conduciría como presidente de la república.

Usó la justicia políticamente para perseguir a sus opositores. Convirtió al presupuesto público en un botín para su uso político, como “ahorro” disfrazado de austeridad, pero para el uso y financiamiento de su futura campaña presidencial. Parte del diseño de su campaña era el programa de apoyos a adultos mayores. El alegato era austeridad, para justificar exigirles a todos los funcionarios del gobierno capitalino a aportar el 10% de sus salarios quincenales “a la causa”.

La no-cooperación con el diezmo era causal de baja laboral. A pesar de que todos fueron obligados a pagar ese diezmo, también esquilmaba a las cajas de ahorros de policías, de los trabajadores o donde encontrara un fondo remanente. Saqueó las finanzas de la ciudad para poder financiar su campaña y la vida de su familia. Y ganaba la buena voluntad de un periódico para el resto de su vida, regalándole un edificio extraordinariamente valioso donde opera desde entonces.

Era tanto el dinero “en cash” que depositaban los operadores de AMLO en las cuentas del movimiento con nombres como “Honestidad Valiente, AC” que los bancos plantearon la probabilidad del origen ilícito de tanto efectivo. Ahí es cuando se empezó a popularizar, dentro de Morena, el uso de operaciones de ratón loco, donde las mismas personas hacían fila 10 o 20 veces al día para depositar pequeñas sumas de dinero, logrando así evadir la actividad fiscalizadora de la autoridad. El movimiento de López Obrador empezó, así, a estrechar vínculos con el crimen organizado porque fue el crimen quien le enseñó cómo blanquear dinero.

Ese método lo siguen utilizando hasta el día de hoy. En las elecciones del 2018 así emplearon el blanqueo de fondos para ocultar lo que, en realidad, estaban gastando. Hay que suponer que los métodos de blanqueo de fondos públicos y privados se sigue realizando ahora con las campañas de las mal llamadas corcholatas.

De 2000 a la fecha, los métodos de gobernanza que ejerce López Obrador son los mismos. Y su trato a la gente también. No es feminista, pero con un discurso a favor de las mujeres, se rodea de mujeres sumisas y abnegadas que creen ciegamente que feminismo significa hacer todo lo que les ordena a jefe, incluso yendo en contra de sus propios principios. En ese sentido, AMLO es una suerte de Charles Manson, al haber creado una secta fanática en su entorno.

El papel de la mentira y la creación de una narrativa alternativa, basado en “otros datos”, también es crucial para el éxito de su modo de ejercer el poder. Claro, gobernar una ciudad, por más capital que sea, no es lo mismo que gobernar a un país entero. Pero la creación de narrativas alternas es siempre útil.

Ya había creado, en los años noventas, la narrativa de Salinas como personaje siniestro, mientras defendía a Zedillo. En los albores de los 2000 creó la mafia del poder como útil objeto de odio y el enemigo a vencer. Esa mafia incluía a Salinas, panistas, empresarios y algunos incautos más.

A partir de 2006 AMLO tenía a Calderón como objeto de odio perfectamente definido. Años después los partidos PRI, PAN y PRD aprobaron la reforma al sector energético, y eso sirvió como pretexto para tildarles de traidores a la patria. Y hoy se pasea criticando a quienes etiqueta como neoliberales y conservadores. Quienes no estén de acuerdo con él caen inevitablemente en una, o ambas, de esas categorías.

El encarcelamiento de Carlos Ahumada y René Bejarano ocurrió casi al mismo tiempo durante su gestión como jefe de Gobierno. Ahumada fue tan mal tratado que cosió su labios en señal de protesta por su aislamiento y por la tortura psicológica a la que fue sometido. Contrastaba con esa situación la de Bejarano, ex secretario particular filmado recibiendo dinero en bolsas y en sus bolsillos. Bejarano tenía condiciones carcelarias excepcionales, con acceso a servicios personales diversos y recibió la libertad condicional cuando AMLO se lo pidió al juez.

Rosario Robles se salvó de ir a la cárcel en esa época. Pero López Obrador le tenía reservada la experiencia para cuando llegara a la presidencia. Ella pasó dos años en la cárcel, mientras AMLO satisfacía su necesidad íntima de venganza contra ella. Y trató de extraditar a Ahumada de Argentina para que cumpliera una sentencia, también de venganza, en México.

Aunque no se logró la extradición de Ahumada, sí permitió que todo el mundo se diera cuenta de su sed de venganza por agravios de años pasados. La venganza sí es lo suyo.

Con tantos epítetos en la punta de la lengua, y tantas cosas de su propia conducta que esconder, la polarización le cayó como anillo al dedo. Ese es el gran distractor cuando lo que se busca es evadir la resolución de problemas. La polarización es el instrumento por excelencia del populista, de izquierdas y de derechas. La democracia es un obstáculo a sus gobiernos.

Hoy su único objetivo no es gobernar al país, sino asegurar la imposición de su partido en las elecciones presidenciales del 2024. Nada más le importa. Si es aliado con narcos y militares unidos en un “frente por México”, pues así será.

Mientras todo este modelo transcurre como era previsible desde los tiempos del gobierno de la Ciudad de México, hoy el Presidente López Obrador gobierna agrio, enojado, escupiendo odio como flamazos por la boca.

Cuando se ríe, es porque se está burlando de alguien o algunos, pero nunca sonríe o se ríe de alegría. Nunca. Empeñado como está en cobrar venganzas añejas y presentes, no tiene tiempo para estar contento.

Tenía toda la razón Aura: AMLO gobierna sin un gramo de alegría. Y el país arde.

POR RICARDO PASCOE

COLABORADOR

ricardopascoe@hotmail.com

@rpascoep

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