COLUMNA INVITADA

Juventud, divino tesoro

Aunque nuestra economía crezca, no estamos creando los empleos formales, con seguridad social, que demandan millones de jóvenes que año con año ingresan al mercado laboral

OPINIÓN

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Miguel Ruiz Cabañas / Política y Diplomacia Sostenible / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Rubén Darío, el más grande de los escritores nicaragüenses, fue el autor del poema “Juventud, divino tesoro”, que sintetiza la concepción más alentadora y liberadora, pero también trágica, de ese periodo de la vida posterior a la infancia, y anterior a la edad madura, al que por convencionalismo llamamos juventud. Con ese poema crecimos todas las generaciones de habla española del siglo pasado. Incluso el tema fue llevado a la pantalla del cine mexicano en 1943, en la película “Adiós Juventud”, estelarizada por Joaquín Pardavé, Manolita Saval y Luis Aldás. 

La sabiduría popular concibe a la juventud como un periodo de energía, de vitalidad, de esperanza y grandes ilusiones, aunque también represente riesgos y desvaríos. Es el periodo de la siembra y las decisiones vitales. Nuestra cultura asume que la juventud es un divino tesoro, deslumbrante e incomparable, que debe ser aprovechado al máximo, porque inevitablemente siempre es un tiempo efímero. 

Habiendo gozado de las mieles de su juventud, Buda se hizo “budista” cuando comprendió que su salud y vigor juveniles no serían eternos y que, en el mejor de los casos, se trataba de una etapa anterior a su vejez, que inevitablemente le provocaría enfermedades, decadencia corporal, y eventualmente la muerte. La máxima expresión natural de la brevedad de la vida, de la belleza y la alegría juvenil, la representan los cerezos en flor japoneses, o las jacarandas mexicanas, que mueren súbitamente en el momento que lucen más radiantes. 

Esta reflexión la comento porque, lo admito, al igual que hicieron casi todas las generaciones anteriores en la historia al observar las actitudes y conductas de las y los jóvenes de su tiempo, hoy me preocupa la situación de la juventud, ese sector de población que tienen entre 18 y 30 años de edad. Tengo varias razones. 

En primer lugar, mi generación no está cumpliendo con el pacto intergeneracional básico que sostiene la existencia de la vida en el planeta. Sigue nuestra guerra contra la naturaleza, la destrucción de la biodiversidad marítima y terrestre, la contaminación de los suelos, la atmósfera, los ríos y los mares. Los gobiernos continúan subsidiando los combustibles fósiles, a pesar de la evidencia científica del calentamiento global. No les estamos entregando una Tierra más sana. Los recientes “golpes de calor” que se extendieron por todo el país, y en muchas naciones del mundo, todavía no nos convencen de enmendar nuestra conducta. 

En segundo lugar, aunque nuestra economía crezca, no estamos creando los empleos formales, con seguridad social, que demandan millones de jóvenes que año con año ingresan al mercado laboral. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI, en 2022 el 55.4 por ciento de los empleos, alrededor de 32.4 millones, eran informales, mientras que solamente 26.1 millones eran empleos formales. https://www.eleconomista.com.mx/capitalhumano/32-millones-de-personas-en-Mexico-trabajan-en-la-informalidad-2022-20221207-0080.html

Tampoco estamos tomando las providencias necesarias para hacerle frente a los inevitables efectos de la inteligencia artificial sobre la destrucción de empleos en muchos sectores, desde la a de agricultura, hasta la z, de zapatos. No se trata solamente de empleos con bajo nivel de especialización, automatizables, sino de labores cada vez más intelectuales. Se crearán otros, pero la transición tomará tiempo. 

En tercer lugar, me preocupa el bajo nivel de participación política que se observa en la juventud. En México los jóvenes votan menos que otros grupos de población. De acuerdo con los datos del INE, en las elecciones presidenciales de 2018 la participación de los jóvenes de 18 a 29 años fue de sólo el 42 por ciento, y en las elecciones de medio término, en 2021, no llegó al 35 por ciento. Los datos no mienten: a la mayor parte de nuestros jóvenes no les interesa la política ni las elecciones. 

Muchos expertos hacen juicios lapidarios. Subrayan que la falta de participación de los jóvenes en los procesos electorales demuestra apatía extrema, poca solidaridad social y bajísima empatía. Pero la tendencia a una baja participación política no es privativa de México. En muchos países los jóvenes desconfían de los políticos profesionales, de los partidos y sistemas electorales, y de la efectividad de su voto para cambiar la situación. El auge de gobiernos autocráticos también se origina con el abstencionismo juvenil. 

Pero los jóvenes de hoy no son más apáticos que generaciones anteriores. Son víctimas del aislamiento que producen el Internet y los efectos negativos de las redes sociales, como la disminución del tiempo para las relaciones personales, el estudio, el deporte y un modo de vida más sano. Las redes causan adicción, improductividad, ansiedad, depresión y baja autoestima. Abundan los casos en que jóvenes son víctimas de bullying y ciberacoso. Las instituciones sociales, en especial las educativas, enfrentan el enorme reto de ayudar a los jóvenes a salir de su aislamiento. 

Afortunadamente, son muchas las incógnitas del proceso electoral de 2024, aunque algunos traten de convencernos de que la nación ya decidió su destino. No hay tal. Con miras a las elecciones del próximo año, el partido o coalición que logre motivar la participación de los jóvenes ganará las elecciones. ¿Cómo? Mostrándoles que la juventud sí es un divino tesoro, que tienen que aprovecharla participando en las decisiones públicas. Tienen que cuidar su tesoro para que les dure toda la vida. 

 

POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS ES DIRECTOR DE LA INICIATIVA SOBRE LOS ODS EN EL TEC DE MONTERREY

@MIGUELRCABANAS

MIGUEL.RUIZCABANAS@TEC.MX

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