LA NUEVA ANORMALIDAD

Barbie mercadóloga

Hace años que la muñeca es acusada de promover la sumisión de las mujeres. ¿La película la redime? ¿O sólo conoce bien el mercado al que se dirige hoy Barbie?

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

No fui de rosa a ver Barbie. De hecho, puse especial esmero no sólo en no usar prenda alguna de ese color –aquella camisa– sino en ni siquiera optar por alguna que hubiera podido ser interpretada como guiño al fenómeno –no ese polo guinda–. Elegí, de hecho, con cuidado el color dominante de mi atuendo –gris–, lo que me hizo salir muy orondo de no ser víctima de la mercadotecnia pero no hace sino confirmar que la campaña de marketing de la película ha logrado apoderarse del Zeitgeist: uno puede vestirse para la película o en oposición a la película pero difícilmente al margen de ella.

El llamado Barbiecore, sin embargo, no ha de ser sino el menor de los logros de la cinta de Greta Gerwig. El más importante, desde luego, es el que toca a su relevancia cultural: Barbie tiene cosas lúcidas y complejas que decir sobre el género y el poder, tanto así que (viene anuncio) dedicaré el próximo episodio de mi podcast en El Heraldo a explorar su relación con el feminismo. Más allá, debe ser considerada también un hito mercadológico, y no sólo por su capacidad para poner de moda un Pantone: Barbie constituye un ejercicio brillante de reposicionamiento de un producto y una marca.

Pocos constructos culturales han sido tan objeto de la condena del feminismo como esa muñeca. Acusada de promover la sumisión de las mujeres al patriarcado, de cosificarlas, fomentar estándares de belleza inalcanzables y ser factor de enajenación consumista, no ha ido modificando su narrativa para reaccionar a esas críticas sino a trancas y barrancas: de no ser por el bullying feminista, Barbie jamás habría sido presidenta, astronauta, robusta o negra.

La película incorpora ese fenómeno pero reduce su proceso a un chiste que no aparece sino hasta transcurrido un buen tercio de la trama. Su premisa es que en el mundo de Barbie no sólo las mujeres pueden ser lo que quieran –astronautas, jueces, Premios Nobel– sino que detentan el poder al punto de haber instaurado un matriarcado. Esa leve reescritura del cánon sirve no sólo para detonar la acción sino para efectuar un reposicionamiento total del producto más vendido de Mattel: en 114 minutos Barbie pasa de constructo del capitalismo patriarcal a encarnación de un feminismo acaso radical –de hecho autoritario–, aun si superficial (tanto mejor para vender muñecas, mochilas y sudaderas).

La genialidad será hacer de la propia Mattel una suerte de villano benévolo y caricaturesco de la historia, avatar sin dientes de un capitalismo a priori voraz pero fácil de domesticar y de reclutar a las filas del buenaondismo. La apuesta de la empresa es osada –implica hacer mofa de sí misma– pero acaso redituable: la estrategia hace pasar a la juguetera de monstruo corporativo a agente cultural en sintonía con los tiempos. Ni Marvel o Disney han logrado eso.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

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