COLUMNA INVITADA

Milan Kundera (1929-2023) y el humor como defensa de la libertad

La insignificancia es la esencia de la existencia. Milan Kundera: “La fête de l'insignifiance”, 2014. 

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Luminoso escritor, pensador e incluso jazzista que encontró en el humor y la ironía las armas letales para hacer frente a la desesperación. Liberal convencido que militara en las filas del partido comunista checo, pero convencido de la democracia y opositor del centralismo estatal, terminaría siendo expulsado de sus filas, después readmitido y finalmente execrado.

Tras la invasión soviética de Praga en 1968 que aplastó el sueño primaveral de un socialismo con rostro humano y alentador de las libertades individuales y de manifestación, fueron prohibidos sus libros, ganándose la vida, o mejor sobreviviendo, por su destreza como intérprete del piano y también, dato poco conocido, elaborando cartas astrales que publicaba bajo pseudónimo.

En el furor entusiasta de la rebelión que coincidiera con el mayo francés y la asonada mexicana masacrada en Tlatelolco, sus amigos del “boom latinoamericano” Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar se sumarían a semejante ordalía.  

Su fervor por la música y en particular por Igor Stravinski son proverbiales y conecta con el ruso ya que la noción misma de originalidad los vincula a partir de reinterpretar a los clásicos para resignificarlos y parir invenciones y fantasías propias.

Tal devoción queda patente en “Los testamentos traicionados” (1992), ensayo a modo de (arte de la) novela donde el escritor checo nacido en Brno en 1929 acompañado por lazarillos-preceptores extraordinarios: el propio compositor de “El pájaro de fuego” y la “Sinfonía de los Salmos” del brazo de Franz Kafka, en compañía de Ernest Ansermet y Max Brod; Leoš Janácek y sus insólitas sonoridades; Ernset Hemingway; y por si fuera poco, François Rabelais y sus herederos...  

Este inventor moravo de constelaciones delirantes que se trasladara en definitiva a París en 1975, apela a la comprensión cómplice del lector para forjar sus tramas y reflexiones. Así, la imaginación del otro consuma la visión del escritor. Si recordamos que para Martin Heidegger el lenguaje es “la casa del ser”, el forzado exilio de algún modo le cercena su vehículo expresivo; y será a partir de 1993 que escriba sus obras directa y magistralmente en francés; parecido fenómeno a la vocación por el inglés de Vladimir Nabokov y Joseph Conrad.

Algunas joyas de su pluma: las novelas “La broma”, “La vida está en otra parte”, “La insoportable levedad del ser”, los relatos de “El libro de los amores ridículos”, Los ensayos “El arte de la novela” y “Los testamentos traicionados” o en poesía “Monólogos”.  

Traducido a más de cuarenta idiomas y eterno candidato al premio Nobel de Literatura, galardón que en parte es más famoso por aquellos a quienes se les ha negado (Tolstoi, Kafka, Proust, Joyce, Valle Inclán, Borges, Yourcenar, Rulfo, Tanizaki, Woolf, entre varios más), Kundera es dignísimo legatario e interlocutor de Kafka y Leo Perutz, checos que escriben en alemán, o de Jaroslav Hazek (“Las aventuras del buen soldado Švejk”, 1920-1923) y Karel Capek (“La guerra de las salamandras”, 1936, y “R.U.R.”, 1921, donde surge el término-concepto “robot”), checos que escriben en checo.

Mantiene vasos comunicantes den Robert Musil (“El hombre sin atributos”, 1930-1943) y con Hermann Broch (la trilogía “Los sonámbulos”, 1931-1932; y “La muerte de Virgilio”, 1945). 

Sin ataduras ideológicas que él reconociera en su corpus literario, Milan Kundera defiende y reposa en el humor: “el rayo divino que descubre al mundo en su ambigüedad y al hombre en su profunda incompetencia para juzgar a los demás; el humor, la embriaguez de la relatividad de las cosas humanas; el extraño placer que proviene de la certeza de que no hay certeza”.  

Y vaya que nos hará falta su ejemplo ciudadano y su amonestación estética, a tirios y troyanos, para aceptar nuestra condición falible, y blandir la crítica como razón de ser y fundamento de lo público. Superar la inmediatez del improperio por la trascendencia del conocimiento. 

Luis Ignacio Sáinz

Colaborador

sainzchavezl@gmail.com

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