MIRANDO AL OTRO LADO

Adolfo Gilly

Si bien los partidos se movían, y sorprendían, también la sociedad se movilizaba al margen de los partidos y sus estructuras. Incluso, era evidente que los partidos no captaban el alcance y profundidad de esa ebullición social

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Cuando la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas explotó en la escena nacional en 1987-1988, se desató un intenso debate en la izquierda sobre qué hacer ante tan inesperado evento. Algo en las características personales y de la representación histórica de su apellido tocó una fibra en el sentimiento nacional que reverberó ante un reclamo y una inquietud social no satisfecha. Fue un fenómeno político y personal que aconteció en ese momento histórico específico con un peso que resultaba imposible de frenar.

Desde la esquina del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de línea trotskista y miembro de la Cuarta Internacional, el fenómeno cardenista atrajo la atención de Adolfo Gilly y otros, por lo que pudiera representar la oportunidad de construir un movimiento de masas democrático y progresista, rompiendo el monopolio que el PRI ejercía sobre el movimiento obrero y campesino de México.

Cárdenas se movía por el país galvanizando zonas como el Valle Central de Mexicali o La Laguna donde las organizaciones campesinas decían que “por ahí anda el hijo del General; hay que apoyarlo”. Mientras tanto, en la Ciudad de México los estudiantes de la UNAM se agrupaban en torno a la defensa de la gratuidad universitaria.

El movimiento del CEU aún no conocía a Cárdenas y tampoco tenía vínculos con las organizaciones campesinas que, por primera vez en décadas, empezaban a manifestarse contra sus dirigentes partidistas y reclamaban el derecho a apoyar al “hijo del Tata”. Lo rural y lo urbano mexicano empezaban a juntarse.

La mayoría del Comité Central del PRT estaba dispuesta a apoyar, una vez más, la candidatura presidencial de Rosario Ibarra de Piedra. Consideraba a la candidatura de Cárdenas como un subproducto de las pugnas interburguesas, además de incidental y poco relevante. Era, se decía, una distracción de la lucha revolucionaria que emprendía el PRT con Rosario Ibarra de Piedra. Aseguraban que las masas estaban engañadas por la candidatura burguesa de Cárdenas.

La visión alterna que se planteó en el Comité Central del PRT por parte de Gilly y varios más, es que México es un país de tradiciones revolucionarias y de movimientos de masas que se habían articulado, en su último ciclo, en torno a la expropiación petrolera y la irrupción de un modelo estatal de ejercicio de derechos sociales, la reforma agraria, educativa y de seguridad social incluidas.

Con esa historia en mente, las masas trabajadoras arremolinaban en torno a Cárdenas, viéndolo como una nueva y más avanzada guía para sus luchas históricas. La posibilidad de articular un gran movimiento de masas con una agenda progresista y democrática se presentaba por primera vez en la vida de todos nosotros, y consideramos que era nuestra responsabilidad política actuar para construir el momento de la ruptura del sistema tradicional mexicano.

En el debate del PRT participó Gilly como militante político con intuición de cómo se pueden mover los movimientos sociales revolucionarios y, también, como Gilly el historiador e intelectual. Combinaba con finura, inteligencia, firmeza y humor esas distintas cualidades que habrían de convertirlo en uno de los ideólogos y estrategas de lo que sería, eventualmente, la conformación del ideario del PRD.

Su influencia se vió cuando, en vísperas de la formación del PRD, la idea predominante era nombrar el nuevo partido como el Partido de la Revolución Mexicana, en alusión directa al PRM del general Lázaro Cárdenas. Gilly insistió, hasta que convenció, que volver al pasado sería un error. Había que mirar al futuro y esa mirada implicaba un nombre apropiado para el nuevo momento histórico que vivía el país. Esa claridad sobre los procesos de la historia la albergaba el historiador. Propuso el nombre de Partido de la Revolución Democrática, que fue aceptado.

Regresando a los debates en el Comité Central del PRT, estaba presente el hecho de que el Partido Mexicano de los Trabajadores, formado por Herberto Castillo, y el Partido Mexicano Socialista, de origen comunista, eran ya aliados de Cárdenas. Castillo y Cárdenas de hecho habían coincidido en el Movimiento de Liberación Nacional a finales de los años cincuenta, junto con el General Cárdenas.

Los comunistas, ahora desentendidos de la parte comunista de su origen, estaban de acuerdo con el apoyo dado a la candidatura de Cárdenas, que ya era el candidato oficial del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). Es decir, en torno a la figura presidencial de Cárdenas se movían tanto los ex priistas de la Corriente Democrática así como los del PARM, ex aliado histórico del PRI. Pero también los opositores de izquierda, históricamente opuestos al PRI, como el PMT y el PMS.

De manera inesperada y sorpresiva, se conformaba, de una manera natural, un nuevo bloque político con potencial de gobernar que venía a mover el tablero del ajedrez nacional, sorprendiendo a propios y extraños. Confirmaba una profunda ebullición y descontento en el fondo de la sociedad mexicana. Y confirmaba la regla histórica de que cuando se suponía que nada debía cambiar, repentinamente todo puede cambiar.

La reflexión de Gilly giraba en torno a la necesidad de una visión flexible, expectante y novedosa de lo que pudiera ofrecer la historia. Sólo los dogmáticos y sectarios pensaban en la linealidad de la historia. Había que aceptar los entresijos, vaguedades y contradictoriedades de los movimientos sociales y políticos como parte esencial de los procesos de cambio, con avances y retrocesos como una acompañante inevitable. El actor político individual y el colectivo tenían que saber adaptarse a esas distintas y cambiantes realidades. Nada es absolutamente previsible; todo es absolutamente inesperado.

Si bien los partidos se movían, y sorprendían, también la sociedad se movilizaba al margen de los partidos y sus estructuras. Incluso, era evidente que los partidos no captaban el alcance y profundidad de esa ebullición social. El temblor de 1985 había provocado un movimiento social que no terminaba de lograr sus objetivos.

La UNAM y otras universidades estaban en huelga. Mineros, médicos y movimientos campesinos se movían por todo el país. Los amarres de control del Estado y el PRI estaban sueltos, por primera vez en décadas. El temblor del ´85 mostró la debilidad e ineficacia del gobierno y su partido ante una crisis de esa dimensión. La Ciudad de México se colocó a la cabeza de la nueva insurgencia social anti oficialista.

El Comité Central del PRT debatía estos temas porque tenía que decidir entre sumarse a un proceso de confluencia de una nueva corriente política diversa, ecléctica y sin un perfil socialista pero progresista y de masas, o atenerse a su proyecto ideológico definido desde los escritos de Marx y Trotsky sobre la revolución permanente, como partido que se consideraba la vanguardia política para construir un México socialista.

Un lado del debate interno planteaba que si Rosario Ibarra de Piedra fuera la candidata a la Presidencia de la República, entonces sería posible encabezar una ruptura revolucionaria hacia la izquierda socialista en el contexto de una efervescencia social, pensando que México pudiera estar viviendo un periodo “pre-revolucionario”.

Adolfo Gilly y otros sostuvimos que el movimiento de masas estaba respondiendo, en su memoria histórica, al llamado del cardenismo, un movimiento de masas de intensa reivindicación social dentro del Estado posrevolucionario de México. Que no era, aún, un movimiento puesto en la toma de poder como clase, sino con la intención de exigir al Estado el cumplimiento de demandas históricas incumplidas puestas sobre la mesa por la Revolución Mexicana de 1910 y la Constitución de 1917.

Y qué mejor que reconocer que el liderazgo “del hijo del General” representaba lo mejor de esa época histórica del país. Era un movimiento de masas, democrático en perspectiva porque era rupturista con el viejo régimen, pero presto al eco cardenista. Quizá en ello el propio Gilly escuchó, identificó y reconoció la respuesta de las masas argentinas al llamado de Perón y el peronismo, cuyo dinamismo y cohesión existe aún hasta el día de hoy.

La mayoría del Comité Central del PRT resolvió seguir la ruta de su propia candidatura presidencial y denunciar tanto al PRI como a las “traiciones” de sectores de la izquierda mexicana que se sumaron a la candidatura de Cárdenas. Gilly, yo y otros rompimos con el PRT para apoyar a Cárdenas, decididos a sumarnos al movimiento de masas que acompañaba esa candidatura.

Para ello, nos aliamos con otros grupos de izquierda, tanto del CEU, Punto Crítico, sindicalistas del movimiento universitario, poetas, profesores y dirigentes campesinos, ex guerrilleros, exiliados políticos, además de algunos funcionarios de gobiernos, para acuerparnos en el Movimiento al Socialismo (MAS), cuyo manifiesto fue redactado y leído por Adolfo Gilly en un evento inaugural.

Fuimos acusados por la Cuarta Internacional de habernos convertido en traidores de la clase obrera mundial y sufrimos la excomunión de rigor en estos casos. La formación del MAS tuvo el propósito de dar organicidad a un grupo diverso de organizaciones de izquierda, fuera del comunismo, que buscábamos un denominador común. El denominador común era el apoyo al movimiento cardenista en ciernes desde una perspectiva de izquierda democrática.

Es decir, a favor de la promoción del sindicalismo libre, contra el control estatal del movimiento campesino, y el libre ejercicio del voto sin coacción ni intimidación. También la atención a las demandas sociales a favor de políticas económicas más redistributivas del ingreso nacional a favor de las clases populares.

El resultado de la elección, aparte del fraude electoral que le robó millones de votos a Cardenas y al movimiento popular, incluyendo su posible victoria, fue que se consolidó un movimiento popular enorme que rompió el control absoluto del PRI sobre el Senado y la Cámara de Diputados para siempre. Y se abrió el proceso lento y, a veces violento, de México hacia la democratización. Una ruptura democrática que sería producto del empuje de ese movimiento de masas que inició con un proceso electoral incierto y difícil.

El PRT, al aislarse de todo ese proceso y movimiento, no solamente perdió su registro legal como partido, sino, más importante, su relevancia en el debate nacional. Adolfo Gilly continuó siendo una voz relevante en los sucesivos procesos políticos de la izquierda mexicana, como una opinión autorizada para evaluar y definir los procesos por venir y los rumbos a seguir.

Cuando López Obrador era jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Gilly lo calificó como “un neoliberal asistencialista”. Es una etiqueta también aplicable al López Obrador en la Presidencia de la República, junto con el necesario agregado de un “conservador social”. La parte de la izquierda mexicana que accedió al poder con López Obrador ha abandonado los principios que guían esa izquierda que Gilly defendía.

El proceso de aquellos tiempos, con todas sus vicisitudes y complejidades, arroja enseñanzas que hoy pueden ser relevantes para enfrentar lo que viene. El sectarismo y el radicalismo sólo perjudican el avance del progresismo, mientras quienes no saben sumarse están condenados a perder su relevancia.

Y, quizá tan importante como lo anterior, el liderazgo reconocido es muy importante en una figura que pueda destacar. Ese reconocimiento debe entenderse como un sujeto que, por razones objetivas y subjetivas de un pueblo, resume las aspiraciones colectivas que nadie más logra cristalizar. Ese liderazgo encarna un programa histórico de demandas sentidas que exigen satisfacción.

Adolfo Gilly entendía los contradictorios procesos de la historia, y no le intimidaba asumir un papel en ese vasto torbellino de acontecimientos a veces indescifrables. Porque al mismo tiempo que se arriesgaba personal y políticamente, mantenía una claridad meridiana sobre sus valores, su ethos, sus convicciones ideológicas y políticas ante la lucha por un mundo mejor. A ese Adolfo le rendimos homenaje.

POR RICARDO PASCOE

COLABORADOR

ricardopascoe@hotmail.com

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