COLUMNA INVITADA

Francia, un síntoma más (Segunda parte)

La crisis gala es una olla a presión que no tarda en estallar, como lo decía en la columna pasada

OPINIÓN

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Javier García Bejos / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La semana pasada, en la primera entrega de esta columna mencioné dos filmes que abordaban desde perspectivas distintas el problema de la integración cultural en Francia, un país que tiene entre su población a un considerable número de migrantes negros y de origen árabe, muchos de ellos musulmanes (se estima que la población que practica esa fe en el país galo es de 5.4 millones de personas, la más grande de Europa).

Traje a cuento ambas películas porque pese a que entre cada una hay más de una década de distancia, ambas se enfocan en una de las crisis sociales más profundas por las que atraviesa Francia desde hace más de 30 años y que se está convirtiendo en una olla a presión que no tardará en estallar, según palabras de Paul Smith, profesor de Historia y Política francesas de la Universidad de Nottingham, “según mi experiencia, sólo estamos a un acto de estupidez/violencia policial de que la situación estalle y, la verdad, me sorprende que haya tardado tanto”.

Desafortunadamente, y como lo hemos visto en numerosas ocasiones desde hace décadas, este problema no es exclusivo de Francia. La discriminación, segregación y violencia racial son una triste realidad que convive con nosotros desde hace ya bastante tiempo y en los últimos años, el hartazgo de estos grupos sociales víctimas de la violencia del Estado y del rechazo de una gran parte de la sociedad ha ido en aumento.

A la par de este enojo social —que ha ido acompañado de encarnizados debates y estudios políticos, sociológicos, filosóficos y hasta biológicos desde ciertos espectros de la izquierda a nivel mundial— la extrema derecha ha hecho lo propio y en los últimos años ha endurecido su discurso racista, anti inmigrante y anti derechos y ha logrado endulzarle el oído de los votantes más conservadores de distintas regiones del mundo, sobre todo en Europa y Estados Unidos.

Esto ha derivado en lo que se conoce como “guerras culturales”. Un fenómeno que si bien no se ha instalado del todo en la narrativa del debate público en México, —pero que sí tiene manifestaciones en el imaginario colectivo de ciertos sectores sociales y en redes— sí está provocando preocupantes cismas en sociedades de diversas latitudes, toda vez que las posiciones políticas e ideológicas se radicalizan inhabilitando así la posibilidad de un diálogo sano y razonable.

Estados Unidos es quizá el ejemplo más obvio y cercano a nuestra realidad en ese sentido. Pero si miramos al sur del continente, Argentina bien podría ser otro ejemplo y si saltamos el Atlántico a otro país que comparte nuestra lengua, España, la situación es similar, y más ahora que está en pleno periodo electoral y con voces y liderazgos extremistas al alza como Vox.

La violenta ebullición social que vimos en Francia hace unas semanas —que sin lugar a dudas está rodeada de múltiples factores— está intrínsecamente ligada al fenómeno antes mencionado y al hecho de que la multiculturalidad sigue siendo un verdadero problema para muchos países, toda vez que en amplios sectores de sus sociedades persiste el racismo y el odio al diferente. Y México no está para nada exento de este fenómeno.

Lo preocupante ante este caldo de cultivo social es la poca capacidad del Estado y de sus liderazgos para poder hacerle frente al problema, volviendo al caso de Francia, Macron se ha visto totalmente rebasado y es obvio que no tiene la más mínima idea de cómo enfrentar una crisis que va in crescendo. Desgraciadamente no es el único y mucho me temo que el malestar social provocará que cada vez más y con mayor frecuencia, los distintos polos ideológicos y políticos se atrincheren con mayor ahínco desvaneciendo así cualquier posibilidad de establecer diálogos o pactos sociales que nos permiten convivir.

Y ese escenario puede tener consecuencias atroces para todos, independientemente de cuál sea el lado de la balanza por el que prefiramos inclinarnos. 

POR JAVIER GARCÍA BEJOS

COLABORADOR

@JGARCIABEJOS

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