LA ESCENA EXPANDIDA

El bailarín: entre el dolor y el olvido

José los recibe con calidez, les trata como a ser humanos, les da la información necesaria para que sepan cómo cuidarse y que ese dolor no llegue a causar una lesión que, incluso, los pueda alejar de la danza de manera definitiva

OPINIÓN

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Juan Hernández / La escena expandida / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Visitamos con regularidad el área de fisioterapia de la Escuela Nacional de Danza Folklórica (ENDF), con el objetivo de reflexionar sobre un tema del que se ha hablado en otros momentos, pero desde la perspectiva del testimonio. Ahora, decidimos estar en el lugar de los hechos, a donde llegan los aspirantes a bailarines, con dolor en alguna parte del cuerpo, que debe ser atendido por el quiropráctico José Torres.

José los recibe con calidez, les trata como a ser humanos, les da la información necesaria para que sepan cómo cuidarse y que ese dolor no llegue a causar una lesión que, incluso, los pueda alejar de la danza de manera definitiva.

Recuerdo alguna vez haber escrito un texto sobre bailarinas veteranas que sufrían dolores intensos y no encontraban solución, toda vez que requerían trasplantes de cadera que, en ese entonces, eran muy costosos. No mencionaré ahora sus nombres, pero no puedo olvidar que se trataba de bailarinas que dieron todo por la danza y al final de sus vidas, lo que quedó de aquella pasión fue el dolor del cuerpo y el alma.

¿Es el precio que deben pagar para ser bailarines? Le pregunté hace poco a José, en una plática sobre el tema. “No, no. No debe ser así”, respondió José. No deberían los cuerpos padecer ese sufrimiento para llegar a consolidarse como bailarines profesionales, me dice. Sin embargo, le reviro, parece que ya entre los alumnos, el dolor, la lesión, el cuerpo lastimado, son asuntos normalizados; y, le digo, es aún peor entre los bailarines profesionales. Sobre todo, resalto, de los clásicos, que llegan a bailar lastimados, para no perder su jerarquía de primer bailarín o primera bailarina, o por el temor a ser sustituidos por alguno de sus compañeros.

Esta jerarquía militar que hay en las compañías y que llevan a los cuerpos a obligarse a dar más de lo que es posible humanamente, martiriza cuerpos que llegan a la escena a pesar de todos los dolores posibles

José sabe que es así, pero él asegura que las cosas están cambiando, que ya cada vez es menos fuerte esa estructura jerárquica y que los alumnos, al menos los que atiende desde hace 4 años en la ENDF, empiezan a tener mayores herramientas para conocer sus cuerpos y saber distinguir entre el dolor natural del ejercicio físico y una lesión; es decir, elementos de conocimiento del cuerpo para prevenir las lesiones graves.

Sin embargo, le digo, son muchos y muy frecuentes los alumnos que llegan lastimados, sobre todo después de dar funciones o de sus prácticas profesionales. Eso quiere decir, le digo, que pudieron estar lastimados desde antes y no lo reportaron para no perder su lugar en la escena. Es una posibilidad, dice Torres.

Lo cierto, añade, es que aún hace falta mucha investigación al respecto, para evitar que el dolor sea la sombra del estudiante de danza o del bailarín profesional. Y pone como ejemplo los zapatos que usan los bailarines de danza folklórica, que muchas veces no son aptos para el zapateado, por ejemplo, y que lastiman los pies o las rodillas. “Pero estamos investigando sobre eso”, asegura.

Platicamos un buen tiempo. José llegó hace cuatro años a la Escuela Nacional de Danza Folklórica, que está atrás del Auditorio Nacional. Prácticamente llegó a crear el área que él considera necesaria en toda escuela de danza, para atender a los alumnos y crear en ellos una cultura del cuidado del cuerpo.

José piensa que no es lo mismo atender a una persona que se dedica a otra cosa, que a un bailarín. “Se debe uno especializar”, dice. Él lo hizo. Después de hacer sus prácticas en la Compañía Nacional de Danza del INBAL, en donde aprendió a amar a la danza y, sobre todo, comprender la problemática del cuerpo y su funcionamiento en esta disciplina, Torres arribó a la ENDF con la misión de hacer su máximo esfuerzo para que los estudiantes tengan no sólo la atención inmediata, sino también para darles conocimiento de sus cuerpos.

Falta mucho por hacer para que los estudiantes y los bailarines dejen de normalizar el dolor de sus cuerpos.  Y hacerles entender que no son superhéroes, aunque sus destrezas físicas puedan, incluso, desafiar las leyes de la física y de la gravedad.

Yo no puedo dejar de pensar ahora mismo en Aquiles y Héctor, personajes míticos del poema épico La Ilíada. Personajes de cuerpos perfectos, valentía a toda prueba y dispuestos al sacrificio. Valores que en ese entonces eran sinónimos de virtud. Pero tampoco puedo olvidar la risa dolorosa de los alumnos que en la terapia suplen al llanto. “Es mejor reír que llorar”, dice José.

Cierto, pero duele. La danza es quizá la única de las artes que exige este sacrificio, porque aquí no hay pincel, ni tela, ni hoja en blanco, tampoco la piedra para esculpir, o algún otro material que moldear para hacer la obra de arte. En la danza lo que se moldea es el cuerpo, aún en contra de su naturaleza: rotando el fémur más allá de lo que anatómicamente es saludable, por ejemplo.

En la danza es el cuerpo el que se somete y el que asume su calidad de materia para hacer la obra de arte. No importa lo que se tenga qué hacer y lo que dolerá; los huesos, los músculos, los tendones y los nervios, el aparato emocional se amoldarán al canon de la danza. Duro de entender, complejo, pero en medio de todo esto, está la ilusión de un humano que quiere seguir su pasión y alcanzar el momento efímero de la grandeza de Aquiles o de Héctor.

La normalización del dolor entre los aspirantes a bailarines y los bailarines profesionales nos dicen una cosa: el cuerpo humano está al servicio de la danza y no la danza al servicio del human. Y yo me pregunto, con toda mi humanidad en la mano: “¿No debería adaptarse la danza a los cuerpos?, ¿no debería estar la danza al servicio de lo humano? Aunque es siempre espectacular ver a un cuerpo desafiando a la física, ¿no deberíamos entender a la virtud del bailarín desde otra perspectiva? Cómo la de un ser humano que prepara su cuerpo para lograr expresar un lenguaje y un discurso, pero que este lenguaje no venga acompañado por el dolor.  Tal vez resulte ingenuo pensar que esto pasará algún día, pero me atrevo a expresar la idea, porque me parece alto el precio de ese “semidios” que es aplaudido en el instante, por una destreza física; y que ese momento sea lo más cercano a la gloria a la que pueda llegar; para luego volver al mundo real y  vivir entre el dolor y el olvido.

POR JUAN HERNÁNDEZ
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