MALOS MODOS

De Houston a Copilco

El hecho de que nuestro Bodocón haya pasado de la alberca, a las fritangas que brotan de la estación Copilco del Metro, es un acto de congruencia

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Me entero de que el Bodoque —no empiecen: se trata de un apelativo cariñoso— está bajo fuego porque dejó las tierras norteamericanas, con su decadencia moral y sus bebés de 18 años que son expulsados de casa y arrojados en brazos del fentanilo por sus padres aspiracionistas, para volver a su patria chica. A Copilco. 

A los fifís, los conservadores, se los pregunto como va: ¿no pueden dejar en paz a mi Bodocón? ¿No pueden dejar de buscarle las cosquillas? Porque si hay dos términos incompatibles en este mundo son “Copilco” y “ascenso social”. En serio. Lectoras, lectores, tomen por buenas las palabras del doctor Patán: Copilco es piñatísimo, y no hablo al tanteo. En tanto hijo de dos connotados universitarios, su médico de cabecera —mis disculpas por el desliz autobiográfico— creció justamente en Copilco, y por lo tanto vio crecer a Copilco. Bien: Copilco creció de una manera horrible. 

En los 70, era una zona en absoluto lujosa pero tranquila, con unos cuantos negocios barriales, terrenos baldíos y al fondo, en la frontera con la UNAM, la librería Siglo XXI. Si evitabas las unidades habitacionales de los alrededores, con sus proto narco menudistas que estarían cargados de racismo inverso si el racismo inverso existiera, podías tener una infancia razonablemente feliz y libre de picahielazos

Luego llegó el Metro, y con el Metro la espontaneidad entrepreneurista del pueblo bueno. 

Es decir, llegaron las bases de microbuses que expropian dos carriles del eje vial y se madrean con los ambulantes, los puestos de tacos con su diablitos para no pagar la luz y sus ríos de grasa y detergente, las fotocopiadoras, los changarros con películas pirata, con su porno altamente especializado, y por lo tanto los pisos llenos de cajitas de unisel con rastros de catsup, las botellas vacías en las jardineras y los SaniRent.

Así, el hecho de que mi Joserra viva en esa casa simplemente no puede ser calificado como un acto de corrupción, por mucho que la casa en la que vive sea de una mujer que trabaja en La Jornada y La Jornada ha recibido un río de lana de Palacio Nacional. Al contrario. 

El hecho de que nuestro Bodocón haya pasado de la alberca, los malls de lujo y los tomahawk tejanos para el asador en el jardín, a los DVDs a 10 varos, las fritangas y las humaredas que brotan de la estación Copilco del Metro, es un acto de congruencia que anula cualquier posible conflicto de interés. Recordemos que el Primer Motor de la Transformación, antes de vivir en Palacio Nacional, fue, en efecto, vecino de su doctor de cabecera en Copilco el bravo, con el Tsuru y toda la cosa.

Lo que yo veo ahí es, entonces, la educación por la vía del ejemplo. Veo un acto 100% 4T.

Así pues, sólo me queda decir: bienvenido a casa, José Ramón. Me encantará darte un abrazo si nos encontramos en el Costco.

 

Julio Patán 

Colaborador

@juliopatan09 

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