LA MANIGUA

Miss Venezuela: Miss Universo

Yadira nació en una zona agrícola y universitaria de Los Andes venezolanos lejana a la capital

OPINIÓN

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María Cecilia Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Yadira nació en una zona agrícola y universitaria de Los Andes venezolanos lejana a la capital. Era muy joven cuando terminó el bachillerato y podía esperar el cupo en la Universidad mientras trabajaba en el Museo de Ciencias cercano a la colonia donde vivía. Tenía la piel morena, piernas largas y caderas anchas, una cara angulosa con facciones zambas, ojazos café achinados y una sonrisa tierna y perfecta. Era una mujer alegre, llena de ganas por “romperla” y su curiosidad siempre deambuló por el mundo periodístico y los medios de comunicación. No había programa de opinión que no siguiera y no había sueño más grande que el de verse entrevistando personajes de la vida nacional. Tuvo la suerte de leer desde muy pequeña y su tiempo libre lo dedicaba a la bicicleta de montaña, los amigos de años y su familia.

Esperaba con calma las fechas para aplicar a la carrera de comunicación social en los años donde en Venezuela aún vivía en democracia y las universidades públicas eran el orgullo de gobiernos y ciudadanos. Una que otra vez para solucionar temas económicos, trabajaba en algún comercial de Tv, algún desfile de modas y podía ser la imagen de alguna marca relacionada al turismo en la región. Tomaba este tipo de trabajos como otros más, se divertía mucho y jamás fue consciente de su desparpajado paso por el mundo de la belleza.  

Un día recibió la llamada de una agencia de publicidad que le pedía concursar en el Miss Venezuela y para ello necesitaban que fuera a una cita con los productores del certamen en la famosa Quinta Esmeralda en la capital del país.  Pensó mucho antes de aceptar, pues su ambición más grande era la de ser periodista y esperaba con ansías las fechas de los exámenes de admisión.

Era cierto que varias de las que habían participado aún sin tener éxito en el certamen, se habían convertido en las presentadoras o comunicadoras de los medios más importantes del país. Quizás esa sería una enorme oportunidad, un sacrificio que hacer para llegar donde quería.  Tomó el riesgo de ir al primer casting patrocinada por una marca mundial que daba el aval de su participación de manera formal y se encaminó a Caracas, con muchas dudas, pero relajada, tenía un carácter muy definido y curiosamente nunca supo realmente lo bella que era.

Llegó a una casa enorme, llena de oficinas y cuartos pequeños que de repente se parecían a su escuela.  El ambiente dentro era muy movido. Había mujeres muy jovencitas, casi niñas haciendo largas filas, pero ella venía recomendaba y no le hacía falta formarse en ninguna. Un ambiente muy pesado que parecía perseguirla con ojos propios en cada llenado de planilla, cada medida de cintura, de senos y caderas. Voces y gritos a lo lejos. Sintió pavor estando ahí. Nada le parecía cómodo. Cada vez que salía de una medición donde la trataban como un animal para clasificar pensaba que era el último esfuerzo, pero las cosas no terminaban ahí.  En varias ocasiones tuvo que caminar en tacones muy altos y girar a la derecha o la izquierda. Una y otra vez, derecha, izquierda. Sonríe, aplaude, mira fijamente la cámara, camina, párate.

La dejaron sentada varias horas antes de ir a la que llamaban “entrevista final”.  Al fin dijeron su nombre, pasó a una sala enorme, con muebles de cuero rojo, repleta de espejos y de nuevo le pidieron que se sentara que la Maestra Liliana ya vendría a entrevistarla.  Se sentó queriendo salir de ese lugar y correr a casa. Esperó unos quince minutos más y llegó el personaje que después de pedirle su nombre, peguntarle sus intereses y juzgarla con la mirada sin hacerle entrevista alguna, le ordenó que se desvistiera y se pusiera en el piso en posición de perro. Yadira no entendió la indicación, sudaba y no tenía palabras para expresar lo que sentía, pero lo hizo de manera autómata. Le costaba pensar. Llevaba unas seis horas en esa casa mostrando su cuerpo en silencio. 

La volvieron a medir y fueron dibujando con marcador indeleble en su cuerpo las partes que la maestra consideraba necesitaban una corrección inmediata para poderla meter en la lista de las aspirantes “elegidas”. Demarcaron su cintura con algún número que no pudo distinguir, sus glúteos, su entrepierna, sus tobillos. Luego marcaron con una “X” sus axilas y sus senos, detallaron su cara tomándola por la barbilla, marcaron su nariz y su quijada. Le indicaron que se parara de frente con los brazos extendidos y que se diera vuelta en la misma posición para fotografiarla, sintió el flash en sus ojos, seguía sin reaccionar y le pidieron vestirse. Corrió al vestidor y sintió unas ganas horribles de llorar, de gritar, de salir de ahí, pero se contuvo de nuevo.  

La Maestra le dijo que debía firmar una hoja que explicaba todas las reformas que había que hacerle a su joven y escultural cuerpo antes del último casting. No firmó y pidió salir de ahí, dijo que no estaba interesada, pero quien la acompañaba le pedía que lo hiciera, que estaba arruinando la posibilidad de ser “Miss Venezuela” y la Maestra replicó, “y de ser Miss Universo porque tiene buena raza y madera la carajita”.  Firma aquí, nombre y apellido. Y no firmó.

Yadira volvió a su hogar y esperó con más ganas su examen para la universidad, estudió lo que quería y la vida le enseñó a trancazos que se salvó de ser una más en el corral de las acarreadas, las operadas, las manipuladas y las muy breves niñas que le han ido vendiendo su alma por más de siete décadas a los empresarios, y sus cuerpos, a una cultura que nunca perteneció a las más valientes y más trabajadoras de una Venezuela que se cree que solo exportaba mujeres y petróleo.

POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN. 
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