COLUMNA INVITADA

Teresa Cito y la brisa del arte

Prácticamente hasta su último aliento fatigó los soportes donde moran a sus anchas sus obsesiones postreras: el paisaje con todo y volcanes, los árboles en soledad y agrupados en bosques y florestas

OPINIÓN

·
Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

... pero a mí me dolía la última sonrisa
de tierna mujer tendida entre las flores.
Salvatore Quasimodo (1901-1968).

Teresa Cito (1939-2023) falleció al caer abril, tras una existencia dedicada al ejercicio irrestricto de la libertad, cumpliendo su vocación por la pintura, el amor y la amistad. El denominador de todo aquello que emprendió no fue ni más, pero tampoco ni menos que la pasión: esa entrega sin cortapisas por saber ser y por saber hacer. De notable entereza, sobreviviente de la II Guerra Mundial, formada en el rigor de la academia florentina, dibujante excepcional que concilió oficio y expresión, que por razones del corazón se trasladaría a México donde formaría familia con el destacado abogado Salvador Rocha (1937-2011), teniendo tres hijas y dos hijos.

Prácticamente hasta su último aliento fatigó los soportes donde moran a sus anchas sus obsesiones postreras: el paisaje con todo y volcanes, los árboles en soledad y agrupados en bosques y florestas. Cronista de la naturaleza desde su núcleo, prescindiendo del color y de la mímesis, alentando su presencia animada, la vida silenciosa pero elocuente del territorio, fue osada al mostrar el desfile seductor de sus carbones y sanguinas sobre papel en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México (“Trazos, contrastes y contrapuntos”, 2006). Que yo recuerde, en el principal recinto dedicado a la creación plástica, nadie ha hecho semejante reivindicación del dibujo en calidad de obra en sí más allá del boceto.

Portento de armonía y misterio en el rayar y saturar sin tregua las superficies que atesoran sus gestos de notable precisión y contundencia poética: “abstracciones que pretenden llegar al interior del átomo”, en la bella expresión de Luis Carlos Emerich.

Con sinceridad, analiza el fondo de su peregrinar creativo: “Mi alma, conciencia y fantasía se revelan y manifiestan en la piel de la pintura y los trazos del dibujo. He vencido el pudor al presentarme ante los lectores-espectadores de este itinerario por pensar en imágenes, por representar emociones y sentimientos, al natural, sin pretensiones, sin disfraces. Estoy orgullosa del camino andado. Quedo cautiva de sus miradas”. En su lucha por la expresión derrota al manierismo de las formas exactas, permitiendo que triunfen las atmósferas y los espacios vinculados con la vida misma que es movimiento y transformación.

En el corpus de su fábrica resulta vedora e intérprete, escudriña lo que observa, descomponiéndolo para luego rearmarlo desde su lógica estética, una que ancla en el gusto por los panoramas y los belvederes, a despecho del mecanicismo de los rompecabezas. Para ella, de inquietante manera, lo interior es lo exterior, estando en comunión profunda con el entorno, reconociéndose parte integral de la geografía y sus jaspes de flora y fauna.

La suya es una obra que evoca aquellos espejos de obsidiana capaces de otear en lo recóndito del tiempo por porvenir: la esperanza. En su ausencia nos queda su segunda piel mostrándonos facetas ocultas del ser del mundo en su cáscara y en sus tripas, y desde el fondo de cada una de sus composiciones bate sus alas la brisa del arte, siempre nutriente. Y si: “... l'ultimo sorriso mi ha ferito / di una tenera donna distesa tra i fiori”. Más que extrañada será evocada, con profundo afecto y admiración infinita.

 

Luis Ignacio Sáinz

Colaborador

sainzchavezl@gmail.com


LSN