MIRANDO AL OTRO LADO

Fantasías del rey desnudo

Una burbuja fantástica ha envuelto al Presidente López Obrador en una cápsula del tiempo donde no sabe

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Una burbuja fantástica ha envuelto al Presidente López Obrador en una cápsula del tiempo donde no sabe, bien a bien, en qué siglo vive. A lo largo de su atribulada presidencia ha dado muestras de que vive en varios siglos simultáneamente, con un cuerpo inmaterial que lo transporta de un momento histórico a otro, simulando una película de Bollywood (ojo: no Hollywood). La fantasía empezó cuando decidió vivir en un Palacio Virreinal, dejando atrás la republicana casa de Los Pinos.

La enjundia presidencial contra España y los efectos del arribo de sus huestes a Tenochtitlan lo transportan a principios del siglo XVI. Se expresa con el ardor de quien fuera despojado el día de ayer de sus tradiciones, gobierno y religión. El odio a todo lo español, hay que decirlo, contiene, en su caso, una connotación freudiana inquietante: él es descendiente de esos mismos españoles que, afirma, lo acaban de despojar de su ser más íntimo.

¿Su odio a “los conquistadores” justifica que el Presidente intente convertir ese odio en ideología de Estado? El empaste de pirámides de madera en el Zócalo capitalino con soldados vestidos como guerreros de Tenochtitlán resistiendo a los soldados españoles en un evento de una mediocridad estética e intelectual notable que refleja el estado actual de confusión mental que invade ese lugar virreinal que ahora se llama “Palacio Nacional”.

La embestida contra empresas de origen español es el signo de los tiempos. No asistió a la Cumbre Iberoamericana en la República Dominicana por su enojo con el rey de España por no haberle respondido a una carta que le envió, con una larga letanía de reclamos históricos, justo sobre acontecimientos acaecidos desde el siglo XVI.

Adelantando tres siglos, de repente el Presidente se siente confesor e intérprete de los Sentimientos de la Nación, como si él los hubiera redactado. El Padre Miguel Hidalgo y Benito Juárez se mezclan en su interioridad como una sórdida orgia de interpretaciones e identificaciones donde, al final de cuentas, quedan como los sujetos que le abrieron el camino a la futura obra espléndida de López Obrador. Su sapiencia proviene de ellos, y beben de la misma fuente de intuición. En esencia, ese siglo XIX es también el de López Obrador, y lo refiere con la familiaridad de uno más de sus habitantes.

Los españoles y los estadounidenses sirvieron de telón de fondo en el siglo XIX durante la creación del nuevo Estado nacional, y confirmaron para Hidalgo, Juárez y su leal amigo López que vivir a la sombra de un imperio será la condicionante inevitable de la nueva identidad nacional. Desde ese Siglo, los trillizos aparentemente se dieron cuenta de que vivir a la sombra de un imperio podría ser una condena de muerte (Hidalgo) o un instrumento útil, sabiéndolo administrar (Juárez). López se inclinó, desde el siglo XIX, por la definición hidalguense.

Habiendo logrado salir de la cápsula del siglo XIX, entró al XX, hombro con hombro con Madero. Fantasea sobre Madero como su gran amigo, convencido de que ambos enfrentan la misma tragedia: una prensa vendida, conservadores aviesos y anti patrióticos y un antiguo régimen complotando en su contra pero imbuidos con una mística personal que es un designio de Dios, de martirologio y de santidad.

Claro, cuando López Obrador se comparó con Jesús, ese personaje de hace más de dos mil años, se voló la barda, abusando de la jerga beisbolera. Pero su intención era crear una similitud entre su supuesto sufrimiento personal con el de Jesús como perseguido que terminó colgado en una cruz. Así, López Obrador asume su propia santidad, vulnerabilidad, generosidad para con los disminuidos y los desposeídos, como Jesús. Y como nadie más se percataba de ese evidente paralelismo entre los dos, pues él lo tenía que proclamar públicamente.

El siglo XX presenta a López Obrador con otro mito que, para él, es un reto. Ese reto mitológico es Lázaro Cárdenas. El problema que tiene con Lázaro Cárdenas es que, como Presidente, sí nacionalizó la industria petrolera. Ese hecho cambió la correlación de fuerzas entre el Estado mexicano, las fuerzas políticas internas que lo combatían y la relación con las potencias mundiales previas a la Segunda Guerra Mundial: Gran Bretaña y Estados Unidos, ese imperio vecino.

Esa obra nacionalizadora cardenista no ha tenido paralelo en la historia de México. La reorganización de la industria eléctrica bajo López Mateos no tiene el significado epopéyico que tuvo la expropiación petrolera.

Desesperado por compararse con Cárdenas, López recurre a falacias. Una vez más anuncia su “nacionalización” al comprar las plantas de ciclo combinado de generación de energía eléctrica a la empresa española Iberdrola que, según dice el Presidente, es su gran enemigo.

La empresa le vendió “chatarra” dicen algunos. Por lo pronto, a un costo de 6 mil millones de dólares, México no agregó ni un voltio más a su producción de energía eléctrica. Hay quienes afirman que fue la adquisición producto de una mente presidencial afiebrada, desesperada para poder decir tres palabras: “fue una nacionalización”, cuando se sabe que no fue eso. Es otro ejemplo donde el Presidente López Obrador se siente obligado a nombrar sus epopeyas, porque nadie más lo haría.

Otra falacia de López ante Cárdenas es que dice que se doblegó ante “los conservadores” de su época y nombró un sucesor que no iba a continuar su obra transformadora. Pero Cárdenas priorizó pacificar al país, reconciliar bandos y permitió que la diversidad del país se expresara. El López actual dice que él sí va a nombrar un radical “como él” para seguir transformando a México, rechaza seleccionar a un conservador y confirma que no aspira a pacificar al país. También es la primera vez que López reconoce que él, y sólo él, nombrará a su sucesor.

Su transmutación en un viajero del tiempo también le permite al Presidente López Obrador hablar de logros de otros tiempos, ocultando que los propios son magros y amargos. Esto también explica por qué se auto alaba constantemente y declara de voz en cuello su magnificencia y santidad. Teme, en el fondo, que la historia no lo hará.

Y bien sabe que él no es quien definirá los logros y fracasos de su gestión. Tampoco será “el pueblo”. Será la historia, esa ente intangible e impersonal que juzga sin distingos de país, raza, sexo o posición. La historia juzga fría y duramente, como una piedra. Los tiranos han sido juzgados por la historia. Los autoritarios e incompetentes también. Ese juicio de la historia le hiela el corazón. Teme ser juzgado por lo que fue: un fantasioso rey desnudo que vivió en un palacio durante seis años, ocultando su fracaso como gobernante, pero visto por todo el pueblo.

POR RICARDO PASCOE

COLABORADOR

ricardopascoe@hotmail.com @rpascoep

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