LA NUEVA ANORMALIDAD

Harry Belafonte: Una vida que importó

Hoy que tanto se habla de reivindicaciones identitarias, tenemos mucho que aprender de su fuerza y su dignidad

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Si Harry Belafonte es recordado hoy es por una secuencia memorable de Tim Burton: esa de Beetlejuice (1988) en que, en una cena con invitados, la hija de familia (Winona Ryder) insiste en decir que la casa está embrujada, y sus padres (Catherine O’Hara y Jeffrey Jones) en acallarla; para mostrar su poder, los fantasmas se posesionan del cuerpo de los asistentes y los obligan a ejecutar una compleja (y desternillante) coreografía a ritmo de calipso.

Belafonte no es actor de la secuencia pero la domina por completo con su voz, que emerge por los labios primero de la madre, después de todos. Grito primigenio, broma deliciosa, ensoñación canábica, su grabación de “The Banana Boat Song” –también conocida como “Day-O”– es una de las grandes interpretaciones en la historia de la música pop, una que ha trascendido su tránsito por las listas de popularidad en un hoy remotísimo 1957.

El intérprete de ese hit vestía un uniforme: pantalones tan ajustados como los de su contemporáneo Elvis, camisa igual de untada y abierta hasta el ombligo. (Dueño de un cuerpo apolíneo y espigado, nunca lució vulgar.) Fue un símbolo sexual internacional, mérito nada menor para un hombre negro que se hizo a la fama antes de Rosa Parks.

Hijo de migrantes jamaiquinos –cocinero y trabajadora doméstica–, Harold Bellanfanti nació en Harlem y vivió ahí hasta el abandono de su padre a los 6 años, cuando su madre lo repatrió a Jamaica. Peleó en la Segunda Guerra Mundial y, gracias al G.I. Bill, pudo regresar a Nueva York a estudiar teatro con el legendario Erwin Piscator. Lo que no pudo fue encontrar trabajo en teatro o cine con facilidad: de ahí que se forjara una carrera como cantante en nightclubs, muchos de los cuales no lo admitían como parroquiano por su color. Tenía pocas ventajas para labrar su camino en un mundo orondamente racista: su voz era una, su apostura otra. Las usó.

Por talentoso y por galán llegó a Broadway, donde fue el primer hombre negro en ganar un Tony. (Después sería el primero con un Emmy.) De ahí a Hollywood, donde construyó una filmografía que abarca de 1953 a 2018 y que le permitió filmar con directores que van de Robert Wise a Robert Altman y de Otto Preminger a Spike Lee. No sólo colocó siete éxitos en el Top 40 y grabó 30 discos sino que uno de los más memorables fue a dueto con Miriam Makeba, cantante negra sudafricana que huyó del apartheid, cuya carrera global impulsó y que lo consideraba su hermano mayor.

Luchó por los derechos civiles junto a Martin Luther King pero también militó por el control de armas de fuego, por la investigación sobre VIH, por el combate a la hambruna en Etiopía y contra la inequidad económica en Estados Unidos. Harry Belafonte estuvo orgulloso de ser negro pero, antes, de ser ciudadano. Murió ayer. Hace ya una enorme falta.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG: @nicolasalvaradolector

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