LA MANIGUA

Prender el fuego

Prender el fuego, para que todo tenga sentido cuando suene el chillido de La Bestia, correr a alimentar a aquellos que han salido hace días de sus tierras en Centroamérica y buscan un destino plagado de promesas sin respuesta en el Norte

OPINIÓN

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María Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Despertar antes que se ponga el sol, repasar lo necesario para ir midiendo cantidades, revisar las verduras, la carne para guisar, los adobos y otros ingredientes.  Ver el clima, calcular el estado del tiempo dentro de unas horas, darse un baño y ponerse el delantal antes de comenzar.  Colar el café, endulzarlo como a la vida, volver a contar y tenerlo todo listo para la espera. Casi 30 años abriendo el portón de la esperanza, para que todas se alisten y amasen la harina de maíz para las tortillas, separen las servilletas, vuelvan a contar los empaques para que nunca nadie vaya a quedarse sin su lonche.  Rellenar de agua potable las botellas, dar vida a un cuerpo que solo conoce el lenguaje de la advertencia.  Un cuerpo que no tiene permitido descansar, ni cerrar los ojos en ningún camino.

Prender el fuego, para que todo tenga sentido cuando suene el chillido de La Bestia, correr a alimentar a aquellos que han salido hace días de sus tierras en Centroamérica y buscan un destino plagado de promesas sin respuesta en el Norte. El recorrido hacia un abismo desconocido encima de un tren que va a la velocidad del viento, no avisa de paradas ni estaciones y no escucha el campamento improvisado que trata de sobrevivir encima de él.

Mucho ha pasado desde el año 1995, cuando Leonila Vásquez, fundadora de “Las Patronas” se percató, que al rugir del tren venían millones de historias que podrían tener una luz en el arduo camino. Se propuso calmar la sed y el hambre de miles de manos extendidas, de esos universos a cielo abierto andando a toda velocidad encima de una máquina que los transporta, pero no les otorga fe de vida.  Una máquina que los agrupa y los expulsa de cualquier frenazo o piedra en el camino. Una máquina que no les habla ni los protege, una a la que envisten desesperados sin saber si saldrán de ella con vida. Bisagras, metales oxidados, chirridos, silbatos, campanas, frenos y palancas, los únicos que les hablan en miles de kilómetros de camino. Un complot de la suerte sin identidad. Una bestia que les recuerda la vida que tienen negada desde antes de nacer.

28 años de humanidad que las hizo crear y hacer crecer una cooperativa de mujeres sin límites. “Las Patronas”, jefas milagrosas, se hicieron de herramientas teóricas y prácticas, se formaron en leyes y derechos humanos, acudieron a trabajadores de la salud y bautizaron a los migrantes poniéndole nombre y apellido a cada brazo que se extiende para recibir un lonche completo. Otorgaron identidad a los que caen, a los que se rajan, a los que renuncian y a los que siguen su camino sin mirar atrás. Plantaron cara a esos universos perdidos entre selvas, sol y lluvias.   Son especialistas en deseos y verdad, tejedoras de un proyecto que brinda esperanza, descanso, abrazos y protección a quienes pasan por Amatlán de Los Reyes, un municipio que regala vida y se nutre de mujeres que han tomado como hijos a cada uno de esos seres humanos que nadie ve ni nadie nombra.

Prender el fuego, hacer magia, dar un regalo enorme, hidratar las voces de millones. Una de las siembras más importantes que ha florecido a 100 kilómetros de distancia del Puerto de Veracruz, una cosecha que ha ido de generación en generación, de mujer en mujer, de mano en mano, de la masa a la boca, de la recolección al plantío, de la generosidad al abrazo, de “mamases” como a ellas les gusta nombrarse. Prender el fuego, redimir y asistir dando calor al frío de la incertidumbre de la carne y los huesos.

Para más información sobre cómo apoyar la causa de Las Patronas, pueden seguirlas en Twitter como @LasPatronas_dh o escribir a lapatrona.laesperanza@gmail.com

POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN. 
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