COLUMNA INVITADA

Historia de un santo

Hubo una vez un gobierno humanista que se convirtió en una trituradora de carne humana

OPINIÓN

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Hermenegildo Castro / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Hubo una vez un gobierno humanista que se convirtió en una trituradora de carne humana. No obstante, el gobernante fue elevado a la categoría de santo, por obra y gracia de un curita ambicioso.

Historiadores, geógrafos y otros estudiosos difieren en casi todo, menos en una cosa: El país estaba situado justo a la puerta del mercado más consumista de su época.

Algunos dicen que el gobernante era un hombre sabio, hijo del maíz y del rayo restaurador, hijo de los cuatro puntos cardinales, descendiente del sol y luz de la luz. Otros prefieren relegar el nombre del gobernante a una cita al pie de página de sus escritos. A santo chico, dicen, velitas.

Las crónicas de la época refieren que miles de bárbaros cruzaban las fronteras de ese país nunca mejor gobernado, con la intención de llegar al mercado consumista pues ya se sabe que donde come uno, comen dos, pero cuesta el doble.

Pese a la bondad del gobernante, no había ni caridad ni misericordia para los recién llegados. Nada raro: el que más se perfuma es el que más apesta.

El gobierno los llamaba hermanos, pero, por su bien y por su seguridad, los atrapaban con 30 mil soldados desplegados por todo el país y los hacinaban en 35 cárceles inmundas, sucias, malolientes.

No se podía ni respirar en ellas. El inteligentísimo Señor llamaba albergues a las 348 prisiones provisionales, donde ni agua daban a los detenidos. Era su prueba de amor: quien bien te quiere, te hará llorar.

Un día hubo una protesta. El carcelero encargado, un militar de alto rango del reino, ordenó que las puertas permanecieran cerradas, a pesar de un incendio. 40 murieron y sus cadáveres fueron repatriados.

Se aplicó la ley de costumbre y los chivos fueron expiatorios pues ya se sabe que en época electoral “no está el palo para cucharas ni el cucharero para hacerlas”.

Consignan las crónicas que el escándalo fue inmenso, pero el sagaz gobernante dio pruebas de su genialidad. Cambió el nombre del organismo encargado de controlar esas cárceles, con la ayuda de un sacerdote amigo suyo, un cura muy ambicioso que comparaba a ese gobernante y con el mismo Jesucristo.

El curita en cuestión heredó el negocio de traficar con migrantes y propuso la creación de una Comisión para la Beatificación y Canonización del bondadoso gobernante, notificando inmediatamente a la Congregación de la Causa de los Santos, con sede en El Vaticano.

El milagro no tenía que ocurrir después de la canonización. El milagro había ocurrido antes: en la cárcel donde murieron 40, había otros 30 prisioneros que se salvaron. ¿Qué más pruebas quería del mundo de un milagro inmediato, completo y duradero?

No era, desde luego, su único milagro del gobernante. Tenía muchos. El más importante: desapareció el neoliberalismo, doctrina económica que dominaba el mundo, menos en su país.

A fin de cuentas, argumentó el cura, más vale un Judas de oro que un crucifijo de acero.

POR HERMENEGILDO CASTRO

COLABORADOR

@Castroherme

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