COLUMNA INVITADA

A la altura de la lucha de la mujer

Si queremos revertir los siglos de discriminación que nuestro país lleva a cuestas, debemos hacer un examen de conciencia profundo

OPINIÓN

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Rafael Guerra Álvarez / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

El Día Internacional de la Mujer es una fecha que muestra el profundo contraste en la experiencia de ser mujer alrededor del mundo. 

Y, mientras en algunos países esta fecha se recibe con felicitaciones y regalos, en México es un momento para guardar silencio y escuchar las voces de las mujeres que exigen justicia. 

Sin embargo, también esta fecha es una oportunidad para comparar el esfuerzo que cada país y cada pueblo llevan a cabo para cerrar la brecha de desigualdad que millones de mujeres enfrentan en todo el planeta.

Si queremos revertir los siglos de discriminación que nuestro país lleva a cuestas, debemos hacer un examen de conciencia profundo. Un examen que resulte en un compromiso renovado, una nueva época, y en especial, una nueva cláusula de nuestro contrato social. 

No toda la violencia de género afecta únicamente a las mujeres, ni tampoco el Día Internacional de la Mujer permite excluir a los hombres que sufren de violencia. 

Sin embargo, esta es una fecha para recordar que en 2023 cumpliremos 28 años de la Declaración y Plataforma de Beijing y sus objetivos siguen inconclusos. 

A 20 años de haber comenzado el Tercer Milenio, los resultados de esta causa son cualitativa y cuantitativamente insuficientes. 

Prueba de dicha insuficiencia es que la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 incluye todavía en su objetivo quinto la igualdad de género. 

Y si abordamos esta realidad con honestidad, encontraremos que los Estados pueden firmar tratados, ratificarlos, invertir recursos para cumplir sus obligaciones internacionales; pero todo será inútil si los pueblos no comparten la seriedad de su compromiso. 

Es así que estas palabras son un llamado a reflexionar la diferencia entre la responsabilidad de los gobiernos y la responsabilidad de sus pueblos. 

El objetivo es aceptar que vivimos en una sociedad que tolera muchos tipos de violencia en pleno Siglo XXI: tolerancia implícita, complicidad, machismo, paradigmas, usos y costumbres, excusas y mentalidades que nos separan de la verdadera sociedad a la que aspiran y merecen las mujeres de nuestro pasado, presente, y sobre todo, de nuestro futuro.

Como hombre y como Presidente del Poder Judicial de la Ciudad de México, soy el primero en reconocer que la historia de la mujer mexicana ha sido una de desigualdad, injusticia y silencio. 

Pero la historia no debe determinar nuestro destino y ese sufrimiento ha fortalecido el carácter y determinación de las mujeres que siempre han sido el corazón y el alma del cambio social. 

Por eso, su ejemplo debe impulsarnos a estar a la altura de sus aspiraciones y su lucha. 

Ahora es momento de replantear nuestra identidad como pueblo y la oportunidad que tenemos para reformar nuestra cultura y ser intolerantes a la violencia de género en todas sus formas. 

¿Vivimos en una sociedad tolerante con la violencia?, ¿estamos haciendo lo suficiente para revertir esa tolerancia?, ¿nuestras relaciones interpersonales, nuestros hábitos de consumo, nuestras fuentes de entretenimiento, nuestra dinámica familiar son congruentes con nuestro compromiso? 

La respuesta a esas preguntas señala a nuestro interior. Y ese siempre ha sido el origen del progreso. 

En 2022, el Poder Judicial de la Ciudad de México concedió 12 mil 354 medidas de protección tramitadas por nuestras Unidades de Gestión Judicial a favor de miles de mujeres víctimas de violencia. Hablamos de un incremento exponencial respecto de años anteriores. 

Sin embargo, los actos de violencia siguen en aumento. Mes a mes, las instituciones más importantes en materia de seguridad y justicia se reúnen el Día Naranja para presentar resultados pormenorizados de nuestra gestión, y el resultado es paradójico: las sentencias, restricciones y prohibiciones no previenen sustancialmente la violencia; sólo la sancionan. 

Lo que previene la violencia es el espíritu humano; la voluntad por elegir lo mejor de nuestra naturaleza; reconocer a la violencia como una deformación de nuestra personalidad; y generar desde el seno familiar una concepción del mundo en el que se entienda a la diversidad como fuente de fuerza, no de competencia. 

El poder de los tribunales no puede compararse con el poder de los hogares. Y la fuerza de la represión palidece ante la fuerza de la formación. 

La solución ya la conocemos. 

Otras naciones la han aplicado con éxito: involucrar a la mujer en el ejercicio del poder y la adopción de decisiones; liberar su potencial económico en igualdad; reconocer a los Derechos Humanos como el patrimonio más valioso de toda nación; y generar nuevos y mayores mecanismos institucionales para el adelanto de la mujer. 

El precio del cambio social siempre serán vidas humanas: aquellas perdidas por la injusticia y aquellas dedicadas a la salvación. 

Así que este es un llamado a entregar nuestra vida al cambio, hacer un nuevo acopio de voluntad y determinación para denunciar a la violencia sexual, física, económica o psicológica en todas sus formas: el rechazo, la difamación, el prejuicio, el estereotipo, las palabras, las lesiones, sin importar si son perpetradas por hombres o mujeres. 

La violencia que sufren las mujeres en México es una sentencia de muerte que pende sobre nuestra cultura. 

Si volteamos al otro lado, si nos refugiamos en lo que “no es nuestro asunto”, si esperamos a que alguien más tome 

POR MAGISTRADO RAFAEL GUERRA ÁLVAREZ

COLABORADOR

MAAZ