HIEL Y MIEL

La Corte no se toca

El superpoderoso Ejecutivo ve a los órganos impartidores de justicia cual bocados apetitosos para seguir alimentando su ego voraz

OPINIÓN

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Tere Vale / Hiel y Miel / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El poder sólo puede controlarse con el poder. La súplica, el argumento, la razón no someten habitualmente al poderoso. Muchos psicólogos han hablado de este tema. El Dr. Alfred Adler, destacado psicoanalista discípulo de Freud, atribuyó a principios del siglo XX este afán al origen medular del sufrimiento humano. Sufre el poderoso, nos dice, y sufren los que están sometidos a su poderío. El deseo de dominar y avasallar al otro —continúo con Adler y lo digo por aquello de los plagios— existe agazapado en las profundidades de la mente humana. La madurez psicológica, social o política, me da igual, es domar a esta “bestezuela” que llevamos dentro para lograr una existencia responsable, respetuosa y en comunidad.

Para decirlo claro, así como para Freud todo tenía que ver con la sexualidad y el sexo, para Adler todo tiene que ver con la demostración de ser el más fuerte, el superior, el todopoderoso.

Y hete aquí que en buena medida, por todo este análisis psicológico—yo soy psicóloga—, es que llegamos a la misma conclusión que Montesquieu: “Todo hombre —o mujer, diría yo—que tiene poder se inclina por abusar del mismo, y sigue así hasta que se topa con límites”. No podía estar más de acuerdo.

Creo que con base en este razonamiento se inventó la división de poderes, afortunadamente. El modo clásico dice que en un régimen presidencial (y con asegunes también en uno parlamentario) deben existir tres poderes, para que uno controle al otro, para que se vigilen, se cuiden y equilibren entre sí. Así ninguno de ellos (en teoría, claro) podrá ser superior al otro. Me gusta mucho eso de los poderes acotados.

Pero no contábamos con la astucia de algunos humanos, especialmente de los autoritarios que disfrutan dominarlo todo y piensan que compartir el poder es un signo de debilidad. Yo diría que este tipo de personalidad autoritaria es insaciable, son una especie de monstruos “come-poder” (como los “cookie-monsters”) que acaban devorando a todos y a todo para sentirse bien fregones, y mejor aún los más fregones. ¡Cuánta inmadurez!

En un momento así se encuentran muchas supuestas democracias en el mundo. ¿Qué nos está pasando en México?
La mayoría en el Poder Legislativo (dada su composición actual) no parece ser ningún contrapeso, por el contrario, obedece a pie juntillas y no se atreve a cambiar “ni una coma” de lo que manda el Presidente, no vaya a ser que se nos moleste el omnipotente. A como dé lugar, muchos de los legisladores deben de plegarse al Ejecutivo y olvidarse de ser un moderador o contrapeso. Grave.

Para darse esta situación se necesitó de una exótica combinación de ambiciones inconfesables y un voto que no supo o no quiso ser diferenciado. Así salieron las cosas.

En el caso del Poder Judicial el asunto se ve también muy complicado. El superpoderoso Ejecutivo ve a los órganos impartidores de justicia cual bocados apetitosos para seguir alimentando su ego voraz. Y los humilla, maltrata y jamaquea para que no se resistan y lo obedezcan.

¿Quién ganará? La Corte no se toca, digo fuerte y claro.

La democracia está en juego.

POR TERE VALE

@TEREVALEMX

COLABORADORA

MAAZ