MALOS MODOS

The Last of Us

Los zombis no son producto de un virus, como es habitual, sino de un hongo, que hace de las personas una especie de hombre y champiñón

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Como he dicho antes, si algo nos han enseñado los zombis es que no hay límites al placer que provocan los cráneos perforados: es imposible empalagarse. 

Sobre este principio, habla muy bien de la serie que acaba de terminar su primera temporada, The Last of Us, que se sostenga del primer al último episodio, hasta sumar nueve, sin eso: el placer de los cráneos reventados, uno de los sustentos de, por ejemplo, The Walking Dead, el clásico instantáneo que no hace mucho vio terminada su carrera. 

La razón se encuentra en el origen de los zombis que la protagonizan. No son producto de un virus, como es habitual, sino de un hongo, que hace de las personas una especie de combinación de hombre y champiñón. Bueno, los hongos, sabemos, salpican menos cuando les das un hachazo. Adiós al efecto cráneo. 

Si la serie se sostiene es, primero, porque están ahí todas las demás virtudes del apocalipsis, desde la paradójica tranquilidad que da un mundo devastado en el que no hay más preocupaciones que sobrevivir en plan darwinismo salvaje, hasta la proliferación de sectas espantosas con canibalismo incluido, hasta el espíritu un poco de western resultante de que la naturaleza, abrumadora y terrible, ha vuelto a adueñarse del planeta. 

El segundo sostén de The Last of Us son los zombis mismos, claro. Aparecen poco y se ven medio chafones en algunos momentos, pero transmiten una conveniente sensación de peligro por su ferocidad aceleradísima (son zombis rápidos al estilo de 28 días después o Soy leyenda, no como los que patentó George A. Romero en La noche de los muertos vivientes) y por esa propiedad asqueante que tienen, otra vez, los hongos, particularmente si padeces de tripofobia o condiciones parecidas.

La tercera razón para ver The Last of Us es que, a la manera de Resident Evil, combina la devastación apocalíptica con otra forma de milenarismo, la distopía. 

Es una dictadura malechota y frágil, pero el mundo, al problema de los zombis, suma el de una corporación militar que ha decidido imponerse con mano de hierro. Buen ingrediente extra.

Sobre todo, claro, la serie se sostiene por sus protagonistas. Pedro Pascal funciona muy bien como un tough guy en esteroides, un personaje con algo de policiaco durísimo, tipo James Elroy, consumido por el dolor y la violencia del sobreviviente que, cómo no, termina por conectar –perdonarán el spoiler– con la muy simpática adolescente que encarna Bella Ramsey, la de Game of Thrones.

Así pues, para quienes se sienten huérfanos desde que terminó The Walking Dead, está aquí el inicio de una franquicia más que digna, sin aportaciones mayores al género, pero muy correctamente escrita y dirigida. 

Como detalle no menor para los adultos mayores que leen esta columna y luego no se enteran de estas cosas, está basada en un videojuego. En HBO.

POR JULIO PATÁN 

COLABORADOR

@JULIOPATAN09 

MAAZ