COLUMNA INVITADA

“La vacuidad moral del azar en la República”

Pero sobre todo, destaca lo siguiente: las loterías fallan porque su virtud moral es nula, pues no se dirigen a las capacidades del humano, únicamente a una esperanza que se antoja como un clavo ardiente entre los beneficiados y los desdeñados por el mismo azar.

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

En 1944 Jorge Luis Borges ofrece un conjunto de relatos que definirían, en palabras de Bryce Echenique y otros más, la literatura universal del siglo XX: Ficciones. En esa compilación destaca para los fines de este comentario “El laberinto de Babilonia”, que en el entramado de la mística borgiana narra la tramposa idea del azar en las decisiones de la República.

En la voz de un procónsul anónimo en Babilonia cuenta el desarrollo que el azar tiene, mediante la figura de la lotería, en el destino de una sociedad política. Estentóreamente el personaje en cuestión afirma haber conocido lo que los griegos ignoraron: la incertidumbre, sin duda, acaecida por el azar, que provoca dualidades individuales y colectivas. Frente a la desgracia, la esperanza; ante los deleites, el pánico. Con igual acierto le señala al azar, a través de la lotería, un carácter excepcional, pues es desconocido en la mayoría de las repúblicas o que, teniéndolo obra de modo imperfecto y hasta secreto.

Pero sobre todo, destaca lo siguiente: las loterías fallan porque su virtud moral es nula, pues no se dirigen a las capacidades del humano, únicamente a una esperanza que se antoja como un clavo ardiente entre los beneficiados y los desdeñados por el mismo azar.

No sólo el carácter veleidoso de la suerte es lo que propicia caos en el orden y vicia la estabilidad de las cosas e instituciones, sino quien se hace cargo del sorteo termina por asumirse como una élite mística, casi eclesiástica y siempre poderosa, inimpugnable, definitiva. Borges los describe magistralmente como un colegio sacerdotal de iniciados que goza de todas las vicisitudes de terror y también de esperanza. Y que, por “modestia divina”, elude toda publicidad ya que todos sus agentes y sus procedimientos son secretos. Tal vez, por la idea prefabricada de una aparente objetividad e imparcialidad imputable al azar, no a la calidad moral de los organizadores, muchos menos de quienes son afortunados en la insaculación con motivo de una jugada feliz.

Como una enseñanza podría pensarse que los asuntos de las repúblicas no deberían estar confiados a un agente perturbador, como lo es el azar, menos aún la designación de funcionarios. Borges ha referido ya literariamente algunas razones. Pero, además, desnaturaliza el sentido republicano: un gobierno integrado y dirigido por las y los mejores individuos, cuyo desempeño se ve calificado debido a sus capacidades funcionales y éticas, eso siempre debiera ser regla.

Dejar todo a la suerte implicaría, de hacerse, una conjetura a la que alude Borges: si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos, ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola?

Evidentemente no sería la respuesta porque, incluso si el resultado de esa lotería es un error, aceptarlo no es contradecir al azar, es simplemente corroborarlo. Y la República debiera ser siempre vista como un asunto serio de libertad y responsabilidad, nunca de jugadas felices o adversas. Pues, como cierra su relato, viejo como actual, Borges: las consecuencias pudieran ser, a veces, terribles.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

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