APUNTES DE GUERRA

Prisioneros del pasado

Los mismos problemas, las mismas propuestas de soluciones, las mismas críticas, elogios y descalificaciones. Lo único que cambia es el lugar

OPINIÓN

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Gabriel Guerra / Apuntes de Guerra / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

No sé si ustedes sientan como yo, queridos lectores, que estamos atrapados en una especie de perversa máquina del tiempo, una mezcla entre El Día de la Marmota y The Twilight Zone, en que todo lo que vemos, leemos y escuchamos ya ha sucedido antes en más de una ocasión.

Me refiero principalmente a lo político: los mismos personajes, las mismas declaraciones, los mismos problemas, las mismas propuestas de soluciones, las mismas críticas, elogios y descalificaciones. Lo único que cambia es el lugar desde el que cada uno declara, pero como en una mala película o telenovela, el elenco es siempre el mismo.

Este fenómeno de falta de circulación, o de renovación, de las clases políticas no es nuevo ni exclusivo de México, pero tal vez en los últimos años se ha vuelto un poco más evidente, a raíz de la sacudida que significó la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador.

Lo que se suponía iba a ser una renovación casi absoluta de los mandos políticos resultó, en ese aspecto al menos, desilusionante: salvo pocas excepciones, la llegada del eterno “outsider” fue también el regreso de muchos antiguos cuadros del siglo pasado.

Uno de los secretos no tan secretos del viejo régimen priista era aquel conocido como la Ley del Péndulo: a un sexenio relativamente más cargado a la izquierda (es un decir), seguía uno más centrista o de derechas. Así, a Cárdenas siguió un Ávila Camacho, a López Mateos un Díaz Ordaz y a ese un Echeverría. Las diferencias no eran solo ideológicas sino también de estilos: al despilfarro alemanista sobrevino la admirable austeridad ruizcortinista, un poco como al dispendio de López Portillo vino la sobriedad de De La Madrid.

La Ley del Péndulo no solo aplicaba a maneras o posiciones ideológicas, sino también a los equipos de gobierno. Generalmente, los presidentes entrantes traían un gabinete que marcaba cierto rompimiento con el pasado, garantizando si no una absoluta renovación al menos una suerte de reciclaje de la clase política.

Y ese reciclaje venía acompañado de una nueva (o regurgitada) clase empresarial: los viejos contratistas dejaban el campo libre a los nuevos consentidos sexenales.

Ese modelo se rompió en la transición de Miguel De La Madrid a Salinas y en la posterior a Ernesto Zedillo ya que, si bien hubo algunos cambios de personal, el rumbo político y económico del país estaba claramente trazado. No en balde algún destacado de esos tiempos pronosticó que “habían llegado para gobernar 24 años”. A decir verdad, tampoco es como si la mal llamada “transición” del 2000 hubiera significado un golpe de timón en nada que no fuera la difunta hegemonía priista.

Podemos debatir los méritos o no del viejo régimen (al que no añoro), pero entre sus pocas virtudes estaban las de la renovación/reciclaje de al menos un segmento de las élites y el voto de silencio de los que habían ocupado cargos de relevancia, sobre todo los expresidentes.

Hoy, que vemos a los mismos rostros de siempre jugando a las sillas musicales (o políticas) sí cabe tal vez un muy acotado elogio a esas viejas formas.

POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC

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